Junto a Ti

Capítulo 12

El día había amanecido nublado y algunos truenos resonaban como gruñidos angustiantes en su mente adormilada. Llevaba los ojos hinchados por el desvelo, no había podido conciliar el sueño en toda la noche y quiso atribuirle el hecho al revuelo que había en Leloir, aunque sabía a la perfección que era una burda mentira pues a esa hora todos dormían, a excepción del cocinero que  horneaba el pan y preparaba los bocadillos para el desayuno. La culpa total de su angustiante insomnio había sido el comportamiento extraño del duque, su cercanía y sus ojos tormentosos y pecaminosos.

Constató el estado de Lady Realish y ante los ronquidos profundos que producía, cerró la puerta con cuidado y tomó el pasillo , deteniéndose frente a su puerta. El recuerdo de murmullos indecentes y un encuentro decadente y por completo deshonroso se aparecieron en su mente  desdibujando la idea del duque perfecto, noble y cariñoso con su madre, para terminar convirtiéndose en un libertino aferrado a las faldas de una dama de reputación tan hedionda como el estiércol que llevaba la cabeza de la duquesa.

Inspiro profundo convenciéndose a sí misma que ella humilde y todo, valía más que aquel par repletos de riquezas y títulos, aunque saberlo así le doliera en lo más profundo de sus entrañas, y se negara a toda costa la razón de aquellos sentimientos.

Continuó la caminata y bajó las escaleras hacia la cocina donde el perfume del pan caliente con miel y canela, la envolvió. Le  llamó la atención el revuelo en la cocina y la presencia de Lord Brown ya levantado, dando instrucciones a Kent quien se encargaba de distribuir la mercadería en la despensa. Habían llegado carros cargados desde el pueblo y cargamento exclusivo para el duque desde América. Tomó un par de panecillos  y los colocó dentro de una canasta envueltos en un paño, junto a su cuaderno y sus acuarelas.

Poco tiempo después estaba en el jardín y apuró el paso hacia la glorieta que estaba un tanto más alejada. Estaba pintada de blanco, en medio del paseo, junto a la fuente y recorrida hasta la parte superior por una enredadera preciosa que daba unas flores en forma de campanitas anaranjadas. Se sentó en ella y acomodo sus cosas para pintar y desahogar sus tristes sueños y pensamientos confusos. Miró a través de las hojas verdes de la enredadera, que en aquel instante enmarcaban un trozo de cielo gris acerado, el campo de hierba verde y la torre de Leloir.

Cogió el color grisáceo para el cielo y deslizó las cerdas del pincel por la hoja clara, el cielo sonó más fuerte y una brisa fresca que olía a agua rozó su rostro. Apretó el ceño al ver lo que había hecho, abolló la hoja y cogió una nueva. La acomodó nuevamente y escuchó el tintineo de las gotas  de lluvia cayendo en el agua de la fuente. Inspiró profundo y cerró sus ojos un instante transportando sus pensamientos a otro tiempo y a otro lugar. Rotherham unos años atrás, cuando la tormenta fuerte azotó el pueblo mientras ella recogía hierbas junto al río. Sonrió levemente al pensar en los regaños de su padre sobre los peligros de que una señorita saliera de su casa sola en medio de la tormenta. Había tenido que aguardar que la lluvia se detuviera, escondida bajo un sauce llorón, viendo los brazos azulados de los rayos tocando la tierra, muy cercanos. Jamás había vivido una tormenta tan de cerca. Sonrió y abrió sus ojos pues el sonido del agua cayendo había dejado de ser calmo para convertirse en un torrente copioso. Agradeció estar en aquel refugio y que la lluvia terminará siendo como música a sus oídos.

Cogió el pincel nuevamente y oscureció el gris de la acuarela intentando que fuera mejor que el anterior, pero la estrepitosa llegada del duque al lugar la sobresaltó. Estaba mojado por completo, su espalda y su cabello, sus botas y su pantalón. Se puso de pie de inmediato y la vieja caja de acuarelas que su padre le había obsequiado cayó al suelo en un sonido que de inmediato llamó su  atención.

—Su excelencia…  —Musitó y él sonrió de manera casi automática.

—Buenos días. —Dijo con aquella voz perfecta que había resonando en su mente toda la noche. —Vaya tormenta que ha comenzado…  al aparecer no ha sido buena idea dar el paseo de la mañana. —Dana permaneció callada y se limitó a asentir mientras él la observó con curiosidad. —¿Qué está pintando?

—El paisaje, milord. —Respondió escueta.

Gabriel se acercó a ella unos pasos y curioso asomó su rostro al papel que apenas tenía unas pinceladas grisáceas.

—¿No hay inspiración esta mañana?

—Parece que no llegado a mí. —El sonrió ante su declaración  sincera y se sentó a su lado.

—¿Puedo  decirle algo?

—Por supuesto, milord.

—Me agrada encontrarla aquí. —Dana levantó apenas sus ojos y se encontró con aquellos  tormentosos y su sonrisa tenue. —Pensé que pasaría un rato aquí, aburrido y aguardando que dejara de llover, pero encontrarla ha convertido mi mañana.—Dana se había sonrojado por completo y bajó sus ojos para que no lo notara, pero ya era tarde y Gabriel se había percatado de aquello, y también de  aquella confesión que había escapado a su razón. Sabiendo que nadie podía oírlo, sino solo ella, prefirió no amargarse por su exabrupto. —Solo me faltaría un buen bocadillo y sería perfecto.  —Apoyó su espalda en el asiento y estiró sus brazos. Dana rebusco entre sus cosas y destapó los panecillos tibios que había envuelto, extendiéndolos delante de él, que sonrió y tomó uno llevándolo a sus labios. Apenas si recordaba la última vez que había comido un panecillo en el jardín y de aquella manera tan informal. —Ahora sí es perfecto.




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