Dana lo observaba desconcertada y asustada, apretó el costado de su rostro ardiente y limpió la sangre que caía por su nariz mientras Gabriel aún se retorcía en el suelo y luchaba contra seres invisibles.
Levantó la mirada hacia Leloir sabiendo que sola nada podía hacer, se puso de pie y tomó las riendas del purasangre que nervioso y molesto emprendió un galope enceguecido y desbocado hasta el palacio. Apenas si dominaba sus riendas y su ojo izquierdo lagrimeaba por el golpe recibido mientras percibía la clara molestia que producía su incipiente hinchazón. Tiró de las riendas del corcel y apenas se detuvo se lanzó abajo y corrió dentro mientras gritaba por ayuda. En la sala alcanzó a Lord Caldwell y Lord Brown que fumaban un cigarro mientras conversaban en el salón de caballeros.
—Lord Brown, el… el… su excelencia ha tenido un accidente… o algo… no está bien… —quería explicarse pero entre sus lágrimas, la angustia atragantada en su pecho, el miedo por dejarlo solo en ese estado y la necesidad agobiante de verlo bien y repuesto la tenían desbaratada y su mente embotada. Dentro de su pecho y en su corazón anidaba un presentimiento horrible que prefería ignorar por lo que concentró sus esfuerzos en articular las palabras. Apretó su nariz que goteaba sangre y trató de dar alguna explicación más clara a los hombres que la miraban atónitos.
—¿Qué dice? Por amor a Dios, señorita… —ambos se pusieron de pie alertas y expectantes.
—Lo vi caer de su caballo y corrí a verlo, pero… esta perdido, me golpeó muy fuerte y no pude ayudarle… les suplico que me escuchen. —Sollozó y entonces ambos corrieron tras ella que señaló en el campo donde aun percibía a la distancia, su cuerpo tendido.
Lord Caldwell reaccionó antes que Robert Brown, quien llevaba el ceño apretado y observaba extrañado aquella situación. Alexander Caldwell tomó un caballo y junto a dos criados acudieron a él. Apenas si pudieron sujetarlo por sus movimientos y golpes al aire, pero en medio e aquella lucha desesperada, finalmente lo cargaron hasta el palacio. Se retorcía y emitía gemidos o gritos que no podían entenderse, ante la mirada atónita de quienes le rodeaban. Dana corrió hacia él mientras Robert hacía lo mismo e indicaba que lo llevaran a una de las habitaciones de servicio, puesto que la casa estaba repleta de invitados y no era prudente que vieran al duque de Rutland en semejante enajenación.
Lo recostaron en el camastro pero su lucha incansable sobrepasaba la capacidad d ellos criados que temían lastimarle, por lo que Lord Brown ordenó de inmediato que sujetaran sus manos y su cintura con cuerdas, mientras Kent por orden expresa despertaba con urgencia a Murray.
Dana lo observaba nerviosa y repleta de miedo, al igual que los demás, pues había dejado de lado por completo al elegante y majestuoso duque, para convertirse en un hombre perturbado y delirante, con su espalda arqueada en intentos vanos por liberarse, su rostro rígido en el lado derecho, con su boca levemente caída al igual que su mano que la llevaba contraída en un puño. Se sentía desesperada por saber qué estaba sucediendo y lloraba angustiada mientras los familiares conversaban en el pasillo azorados y angustiados.
Murray mandó a buscar al médico de inmediato y entonces como si por primera vez tuviera un mínimo instante de lucidez, ella intervino para explicar que el doctor Hendricks debía estar llegando, pues había quedado de acuerdo en ir por ella.
Mientras aguardaban su llegada Dana corrió hasta la despensa y preparó el azafrán con leche y opio, hizo las mechas e insistió que le permitieran colocárselas. Murray estaba reticente y Lady Catherine lo convenció, aseverando que a pesar de lo extraño que aquello pudiera verse, había funcionado con la duquesa, y cualquier cosa era mejor a que sus gritos resonaron en la sala donde algunos invitados tomaban el desayuno. Cuando obtuvo el permiso, rápidamente remojó las mechas de tela en el preparado y las introdujo en su nariz a pesar de sus quejas y sus luchas.
Habían pasado apenas quince minutos cuando el doctor Hendricks finalmente se presentó en la habitación y de detuvo abrumado al ver semejante panorama.
—¿Pero qué ha sucedido? —inquirió sumamente conmovido.
—La enfermera lo encontró, dice que se cayó del caballo y apareció en este estado. —Respondió Catherine Brown claramente afectada por la situación. —Por favor, haga algo por él, Leloir está repleto de invitados y él no es capaz de reconocer a nadie, se lo ve tan… perdido… —dijo al borde del llanto.
Se acercó a Gabriel que murmuraba frases inconclusas y extrañas, arqueaba su cuerpo deseoso de liberarse y luchar contra lo que fuera que lo atormentaba. Sudaba, mientras su rostro y su brazo parecían contraídos y doloridos. Hendricks apoyó su mano en la frente y comprobó que tenía algo de calentura; los ojos de Gabriel de pupilas dilatadas se fijaron en él y pareció deseoso de matarlo, mientras su puño se apretaba y gritaba como un loco.
Dana se aproximó y susurró.
—¿Qué piensa? —él levantó la mirada y observó su rostro con un gran magullón en el ojo y su nariz con un dejo de sangre ya seca alrededor.
—¿Qué le ha sucedido? Por Dios… —musitó.
—Me golpeó cuando me acerqué ayudarle. —Él la observó por un instante y movió la cabeza de un lado a otro.
—Parece perdido por completo. No habla, tiene esta contractura terrible y no reconoce a nadie. —Dana sintió su corazón al borde del colapso, oír lo que ya había percibido no era más que una confirmación de que su estado era grave.