Junto a Ti

Capítulo 16

El anciano lo observó con detenimiento, levantó su muñeca y tomó su pulso con sus anteojos en la punta de su nariz y los labios apretados. Murray observaba con atención y Gabriel permanecía inmóvil y con las vendas en sus brazos donde tenía las marcas de las sangrías.

—Que permanezca dormido es lo mejor, doctor. No quisiera volver a presenciar un ataque de locura como el de aquel día, ni tampoco que dañara a mi sobrino o algún miembro de la familia. —Sugirió Murray mientras se acercaba a la ventana y hablaba de espaldas a la cama donde yacía el cuerpo de su hermano.

—Entiendo. No se preocupe que la medicación lo tendrá tranquilo, y el descanso ayudará a recobrar fuerzas. —Respondió el anciano.

—Quisiera que hablara con mi madre, está bastante preocupada por él y no ha dejado de preguntar y desesperarse por verle. Si fuese posible que hablara con ella y le explicara  lo peligroso que puede ser, quizás a usted le crea y se tranquilice. Francamente los últimos días ha estado insoportable y no encontramos manera de calmarla.

—Pienso lo mismo. —Agregó Lord Brown. —Incluso creo que también le haría bien dormir un poco, relajarse, calmarla de alguna manera. ¿No crees Murray?

—Sí, creo que sería lo más sensato. —Dana apretó sus ojos al oír aquello.

—Haré lo posible. Por lo pronto señorita —le dijo a ella que permanecía en silencio, apretando sus manos delante de su falda y oyendo aquellas barbaridades, y no pudiendo evitar los pensamientos que la carta de Lady Realish le habían provocado, llevando el corazón en un puño y un deseo terrible de llorar —Continuaremos con el láudano y el opio. Regresaré mañana por la mañana para comenzar con las purgas, así que prepare todas las cosas. —Apenas asintió pues no podía mirarlo, temía que se le escaparan sus reclamos y sus pensamientos.

—Doctor Wilkins, ¿cree usted que pueda recuperarse? —preguntó Lord Brown.

—Lo dudo. Los casos de apoplejía son muy difíciles de recuperar. —Hizo un suspiro de resignación y Murray apoyó la mano sobre su hombro un instante, como si le diera consuelo.

—Muchas gracias doctor por sus servicios, que desde luego que serán muy bien recompensados. Su excelencia merece la mejor atención y creo que ha sido un acierto llamarlo a usted. —Se despidieron del doctor que pronto abandonó la habitación y ambos se quedaron de pie junto a la cama.

—Quizás fuera mejor que luego del tribunal lo trasladáramos a una clínica especializada. Es sumamente incómodo para todos que permanezca aquí. —sugirió a Murray que asintió pensativo mientras los dos abandonaban la habitación y Dana expiraba como si hubiera contenido su respiración cada segundo desde que ellos invadieron el lugar.

Se sentó junto a la ventana tratando de aclarar sus ideas, abrazó sus piernas rodeándolas con sus propios brazos y giró su rostro apretando su mejilla contra su  rodillas, mirando su rostro pálido, su barba larga y sus ojos dormidos de tanto láudano. Sólo podía pensar en las palabras de Hendricks, en la nota de Lady Realish y en sus propios pensamientos enredados y difusos.

Lo habían envenenado, eso es lo que suponía y la nota de la duquesa en cierta manera lo había confirmado


Lo habían envenenado, eso es lo que suponía y la nota de la duquesa en cierta manera lo había confirmado. Quién, no lo sabía a ciencia cierta, aunque sus sospechas recaían sobre su hermano, y clara era la razón: arrebatarle el ducado.

Si sus intenciones principales habían sido quitarle la vida, no habían dado con el veneno justo, o quizás con la dosis; pero el momento había sido el apropiado pues en el baile había mucha gente y en Leloir muchos huéspedes que ante el descubrimiento del hecho podían sonar culpables. Más se inclinaba a pensar que sus intenciones eran aquellas mismas, hacerlo pasar por loco o desquiciado y obviamente el doctor Hendricks no había colaborado en aquellos planes, por eso lo habían cambiado de un momento a otro por el médico anciano que apenas distinguía un dolor de cabeza con un resfriado y que no le temblaba la mano a la hora de recetar el tratamiento que fuese.

Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando miró el viejo reloj de pared que indicaba la hora precisa para darle el opio y el láudano. Los apretó con fuerza y miró la bandeja que reposaba en la desvencijada mesa de noche. Su corazón y sus pensamientos se debatían entre lo uno y lo otro, entre entrometerse en aquello hasta las últimas consecuencias fueran las que fueran, o simplemente esperar que todo siguiera su cause, cuyas consecuencias había repasado muchas veces: debilidad, mantenerlo dormido, quitarle su ducado y dejarlo sin nada, para terminar internándolo vaya saber Dios en qué loquero, sometido a la voluntad de su familia con la que no contaba, a excepción de su madre quien ya no podía imponerse, pues la habían enclaustrado en su habitación y nadie obedecía una sola de sus órdenes.

No podía confiar en nadie de la familia, y tampoco podía presentar una acusación semejante ante ninguna autoridad, pues ella no significaba nada en aquel mundo ni tenía prueba alguna que confirmara sus sospechas.




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