Junto a Ti

Capítulo 17

La vieja calesa se sacudía de un lado a otro en un silencio nocturno que aterraba, o quizás no era la noche sino sus pensamientos angustiados por las consecuencias de sus actos. Prefirió callarlos y descansar. Apoyó la cabeza sobre las tablas y cerró sus ojos concentrándose en el ruido de los grillos, las cigarras, la brisa fresca colándose entre las delgadas hendijas y la voz del hombre que continuaba parloteando sin que ella pudiera ya seguir el hilo de la conversación.

La cabeza de Gabriel descansaba sobre sus piernas y el peso al avanzar milla a milla le adormecía desde su muslo hasta los pies. Inspiró profundo y entornó apenas sus ojos contemplando su rostro a la luz platinada. Su barba larga y sus párpados relajados, la manera calma en que sus manos descansaban al costado de su cuerpo y su respiración tan suave le hacían pensar que el movimiento le agradaba, o tal vez percibía que ya no estaban en Leloir y le daba tranquilidad. Aquella idea le hizo sonreír levemente, pues prefería pensar en eso y no en la posibilidad de que ya la hubieran descubierto y que rápidos caballos purasangre corrieran tras ellos para llevárselo y condenarla a una muerte segura.

Movió su cabeza en negativa y trató  de recordar a su padre, sus palabras dulces, sus consejos y sus enseñanzas. Quizás sentiría vergüenza de su accionar o tal vez estaría orgulloso por no dejarse vencer, por la ayuda que estaba brindando a un hombre que por aquellas horas y a pesar de sus títulos, su apellido y su dinero, se encontraba  indefenso por completo. Prefirió pensar en la última posibilidad mientras secaba una lágrima que se escurría y se concentraba en sus próximos pasos.

El estruendoso “Ohhh” del dueño del transporte sumado a los caballos que se detuvieron, la sobresaltaron por completo y no pudo evitar que un gemido se escapara de sus labios al mismo tiempo que  asomaba su cabeza hacia afuera y frente a ella se encontraba la posada Las Espadas.
Miró el rostro del duque que aún permanecía dormido, y el señor Dumm le ayudó a bajarlo de la calesa e ingresar al lugar.

Una vieja casona con un barrote donde permanecían atados algunos animales, sus bebederos y algo de comida estaba frente a ellos. La luz era tenue y apenas alcanzaba para ingresar sin tropezar en los tres peldaños que subían hacia el comedor. Cinco mesas pequeñas y algunas sillas ocupadas por tres hombres quien a esa hora ya estaban medio borrachos, apoyados en sus codos y riendo vaya saber Dios de qué.

—Hemos llegado señorita. Anuncie sé para que le den el cuarto. Yo me quedaré con Peter.—Asintió y mientras se acercaba al lugar buscando al posadero, apretó sus ojos al sentir las miradas de aquellos viajeros.

—Buenas noches… —llamó con timidez. —Buenas noches… ¿Posadero? —jamás había estado en un lugar como aquel sola, y aunque no lo estaba en aquel momento, Gabriel aún permanecía bajo los efectos del opio y pensó que pronto despertaría pues sus movimientos se notaban más conscientes. Aquello era otra de sus preocupaciones que para ese instante ya eran demasiadas. Su familia, la salud del duque, el dinero, el viaje, a donde iría y qué haría cuando él despertara. Suspiró al ver una señora regordeta que se aproximaba rápidamente y un tanto fastidiada. Llevaba el cabello ondulado bajo una cofia dejando escapar algunos mechones, un delantal amplio y sus mejillas coloradas.

—¿Qué se le ofrece señorita? —Tembló y trató de concentrarse en todas las palabras que diría, una gran mentira por supuesto, pues no podía decir sus nombres ni mucho menos quién era su acompañante. No acostumbraba a mentir y no lo hacía bien, por lo que prefirió hablar de costado y mirando un tanto hacia  Gabriel, para disimular.

—Necesito una habitación para mi… y para mi marido… —dijo un tanto titubeante.

—¿Nombres?

—Edmund y Adele Mirabillis.

—Aha… —Asintió mientras la mujer miraba con atención a Gabriel. —¿Y el otro?

—Oh no… es el conductor de la calesa que se ha ofrecido amablemente ayudarme pues mi marido está con un poco de fiebre.—La posadera  torció la boca un tanto dubitativa.

—No vaya a traer una pese señorita…

—Claro que no… no se preocupe… pronto se sentirá mejor.—Asintió con un leve movimiento aunque no muy convencida. Finalmente los guio por un corredor estrecho hasta una habitación y allí dejó a Gabriel sobre la cama donde lo recostaron.

—¡Dorothy! ¡Más licor! —Gritaban los viajeros desde el salón y rodando sus ojos terminó retirándose.

—Esperemos que Peter mejore pronto.

—Claro que sí… Muchas gracias por todo lo que ha hecho… —buscó su bolsa con dinero y tomó un tanto para pagar el viaje y su ayuda.

—Es un placer enfermera Amery. Que Dios la bendiga por todo lo que ha hecho por el pobre Peter. Hacen falta mujeres como usted en este mundo para ayudar a los más desvalidos. —Dana sonrió y finalmente se despidieron.

Cuando cerró la puerta colocó una silla trabando la entrada, pues carecía de pasador y temía que les robaran o hicieran algún daño, se acercó despacio a Gabriel que apretaba el ceño y sus mejillas como si quisiera despertar pero sus ojos no obedecieran. Se sentó en un sillón  que estaba junto a la ventana y apoyó su cabeza en la pared mientras un profundo cansancio le invadía, al cual se resistía con todas sus fuerzas. No sabía qué podía suceder cuando el efecto del opio finalmente acabara, estaba rodeada de borrachos y la familia ducal que podía caer sobre ellos de un momento a otro. Apretó sus ojos para aliviarlos y miró con atención la llama serpenteante de una de las  velas que yacía en el candelabro sobre la pequeña mesa mientras rogaba a Dios.




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