Junto a Ti

Capítulo 18

Permanecía unos pasos por detrás de él, con las manos apretadas y conteniendo el deseo de intervenir. Aún se lo veía un tanto débil pero la determinación con que se movía, su espalda erguida y su orgullo indómito eran claras muestras de que Gabriel Reece Realish era el duque de Rutland, legítimo heredero y gobernador excelso, sin importar sus ropas pobres y ásperas, o la condición inmóvil de parte de su rostro y brazo.

-Qué bueno que se encuentre mejor señor Mirabillis...-Expresó Dorothy con una sonrisa amigable en su rostro regordete, pero Gabriel no respondió nada en absoluto, apenas se limitó a levantar sus ojos y mirarla con desagrado y desaprobación por atreverse a dirigirle la palabra sin su permiso. La mujer carraspeó ofendida. -Dos chelines. -exigió en pago, y de inmediato él buscó en su bolsillo pero estaba por primera vez en su vida, vacío. Apretó su frente sumamente molesto y no le quedó alternativa que volverse hacia Dana quien buscó entre las pertenencias que cargaba y le extendió la pequeña bolsa con el dinero. Metió su mano dentro tomando un par de monedas y se las extendió a la mujer dejándolas en la mesa, no permitiendo siquiera que rozara su mano con la suya. -Gracias. -Respondió ella a secas y se volvió sobre sus pies mientras ellos caminaban fuera de la posada.

Dana rápidamente se volvió hacia la mujer, quien aún permanecía molesta por su actitud y los observaba con fastidio mientras limpiaba la superficie de una mesa con un paño húmedo.

-Señora Dorothy, muchas gracias por su hospitalidad. ¿Podría indicarme usted dónde podemos conseguir un caballo en alquiler o tomar la diligencia?

-Deben llegar hasta Birminhoum. -Respondió con tono áspero.

-Pero ¿no hay algún caballo que pudiéramos conseguir para que nos ayude a llegar? Faltan treinta millas. -era mucho para hacer a pie y mucho más en el estado en que Gabriel aun estaba.

-Me temo que no... solo dependen de la buena voluntad de algún viajero. Lo que sí le anticipo es que lo veo difícil con los modales de su esposo.

-Mis disculpas por favor. No se ha sentido bien y el viaje lo ha perturbado. -hizo una mueca con sus labios y resopló aún molesta.

-Caminen hasta la encrucijada de caminos, si llegan a tiempo el señor Bramming pasa en su carreta hacia el pueblo y suele apiadarse de personas como ustedes.

Dana sonrió agradecida y se apuró a alcanzar a Gabriel quien aguardaba fastidiado y de espaldas a la posada unos metros por delante, con la pequeña bolsa de dinero en sus manos mientras apretaba sus labios y las contaba.

-Milord, podría caminar hasta la encrucijada de caminos y tomar la carreta del señor Bramming que lo llevará hasta Birminhoum. -Apenas levantó una ceja y la observó estupefacto, molesto y hasta ofendido.

-¿Pieghsa jarme?

-Su excelencia, volveré a mi pueblo. Creo que...

-No. -Volvió a sonar perfecto y con aquella voz majestuosa que apenas recordaba. -Usghed ene coghjmigo.

-Pero...

-Coghjmigo. -exigió con las líneas de su frente marcadas y una postura inapelable. -Ejo o a cárgel. -Amenazó y luego de unos segundos ella asintió ofendida y consternada. Bajó la mirada hasta el mismo suelo donde él pisaba y contuvo sus puños apretados. Se atrevía amenazarla luego de que había salvado su vida arriesgando la suya, la de Darla, la del pobre hombre de la calesa. No era capaz de ser amable ni siquiera en las penosas circunstancias en las que se encontraba. No respondió más que con un leve asentimiento.

Lo vio caminar hacia la posada, se acercó a los viajeros que estaban en una de las mesas y se detuvo frente a ellos.

-Neghecighto su cabalgho. ¿Cuantgho pidghe por élgh? -El hombre levantó una ceja y miró hacia afuera señalando con el dedo el animal para corroborar que hubiera entendido correctamente.

-Considerando que estamos en medio de la nada y que usted lo necesita más que yo, son veinte libras. -Gabriel sonrió de manera burlesca. El caballo estaba delgado, mal alimentado, y el pelaje denotaba que era mezcla de cualquier raza; pero el tiempo apremiaba y la necesidad mucho más. En otras circunstancias con sólo mencionar su apellido hubiera tenido cualquier caballo que quisiera e incluso se lo ofrecerían de regalo, pero en aquel instante solo le quedaba el orgullo y el tesón para recuperar lo que le habían arrebatado si lo que la enfermera afirmaba era cierto. No tenían otra alternativa, por lo que tomó de la bolsa las libras y las arrojó sobre la mesa de manera despectiva y a su manera ofendido.

Dana lo vio salir y acercarse al caballo que permanecía sujeto al barral. Le observó los dientes y chasqueó la boca. Definitivamente no valía veinte libras y era más viejo de lo que pensaba. Se montó en él ante la mirada extrañada de ella que no caía en cuenta de lo que había hecho. Se acercó a paso lento y le extendió la mano para que se montara en él. Su rostro no admitía una negativa y ella lo entendió a la perfección por lo que la tomó y se sentó tras él.

El trote lento del animal lo fastidiaba y la silla barata incomodaba su postura, sumando a que las riendas debía sujetarlas con la mano izquierda, haciendo que sus movimientos fueran imprecisos.

Dana temió que hubiera gastado el poco dinero con que contaban en el caballo, y apretó sus ojos lamentando que así fuera, pues vio la bolsa que pendía de la silla de caballo, visiblemente más vacía.




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