Se acercó a la estufa y apoyó la copa de licor sobre la misma bajo el retrato del difunto Rutland. Remojó sus labios nuevamente en el ardiente líquido que raspó su garganta al tragar y mientras el murmullo de las damas resonaba en el comedor de Leloir, metió la mano en el bolsillo interno de su chaleco y tomó el pañuelo deteniéndose en aquellas iniciales doradas mientras mascullaba maldiciones que nadie podía oír a la distancia en que se encontraba.
Inspiró profundo recobrando la compostura y transformando su rostro repleto de ira, en uno que demostrara la preocupación y el dolor que suponía debería estar invadiendo su corazón, aunque por dentro en realidad se revolvieran sus entrañas ante la idea de que aún estuviera vivo y que siempre se atravesara en sus planes, cambiando todo a su antojo y disponiendo como única verdad su propia voluntad.
Se acercó al comedor y mantuvo sus brazos detrás de su espalda mientras oía a los demás.
—Por Dios bendito... ¿Qué haremos? —cuestionó Catherine, que se oía preocupada y nerviosa.
—Creo que no deben estar lejos, la miserable muchacha no ha dudado en aprovechar sus pobres circunstancias. Apuesto que pronto pedirá dinero por él. —agregó Danielle.
—Por mi parte y en estas circunstancias en que he debido tomar el mando de Leloir, le agradecí y alerté al abogado. Gracias a Dios que dudó de su veracidad y nos envió su carta. ¿Creen que sea él quien en verdad la haya escrito? —Acotó Murray.
—No lo creo... ¿has visto acaso lo que eran aquellas letras? Un completo desastre, y si realmente fue así, lo más probable es que haya sido manipulado por ella. —Llevó su mano a su boca conteniendo un llanto insulso, y continuó. —Aún tiemblo al recordar lo perdido que estaba y más aún su rostro, su brazo... prefiero ni pensar. Definitivamente no está en sus cabales. —dijo Danielle.
—Por lo pronto hemos solicitado al tribunal y nos han citado en tres semanas.
—Si él no está, ¿cómo haremos? Las palabras por sí solas no significan nada.
—Las palabras no, pero muchas personas lo han visto, incluyendo el doctor Wilkins. Estoy convencido que podrían atestiguar la condición en las que se encontraba.
Todos asintieron con un movimiento de cabeza.
—Imaginen lo que podría hacer esa mujerzuela aprovechando su condición... —Expresó Catherine sumamente preocupada, apretando sus ojos y lamentando todo aquello. —No entiendo cómo pudimos confiarnos así...
—No es tiempo de lamentos —Espetó Lord Brown. —De todas maneras no podrán hacer demasiado, ya hemos alertado a los bancos. No podrá determinar nada sobre los bienes ni mucho menos sobre el dinero en sí sin que nos comuniquen de inmediato.
—De todas maneras, no creo que demoren demasiado en dar con ellos. No tiene dinero y al encontrar sus cosas sólo confirmamos que no están lejos.
—Claro que sí. Estoy seguro que pronto tendremos noticias suyas. —Confirmó Murray.
El camino se perdía entre los campos y aquel polvillo fino se había asentado en su rostro permitiendo que sus lágrimas dejaran una tenue marca. Inspiró profundo lamentando su torpeza mientras repasaba en su mente todo lo que había perdido.
Sólo tenía al duque de Rutland caminando delante de ella, con su brazo rígido y su rostro maltrecho, pero vivo y a su lado, confiando en ella aunque odiándola o al menos eso creía.
Había dejado el dinero, sus pertenencias, y todas las muestras que había tomado de Leloir, incluyendo el pañuelo el duque. Se lamentó no haber sido lo suficientemente astuta para tomarlo todo, tampoco eran demasiadas cosas y...
—Deghje de tormegharse... todgho fe demsiadgho rpidgho.
Dana sorbió su nariz acongojada y Gabriel sonrió mientras movía su cabeza en negativa por su falta de delicadeza.
—Gracias, pero ahora que mi estómago se siente morir por un trozo de pan, mis piernas duelen y no contamos ni siquiera con un techo donde dormir, creo que no hay anda que pueda consolarme, ni siquiera las palabras de un duque tan importante.
Gabriel lanzó una carcajada mientras continuaban el camino rogando que alguna carreta se atreviera a lanzarse por aquella ruta alternativa y tuviera la buena voluntad de acercarlos a la villa vecina, de lo contrario les quedaba por caminar al menos dos millas más.
—Es que no entiendo aún cómo pudieron encontrarnos... Hay muchos pueblos, muchas villas y ciudades, ni hablar de posadas... —Continuaba su monólogo de lamentos mientras se cuestionaba aquello intentando ignorar su risa perfecta, pues continuaba siéndolo a pesar de todo. Prefería hacerlo porque aún la perturbaba y removía dentro cuestiones que sabía que debía ignorar, y así se lo había propuesto desde el mismo instante en que la idea de huir del palacio con él se había convertido en una posibilidad. Era la única manera en que llegaría al final de toda aquella odisea sin quedar hecha sencillos pedazos.