Junto a Ti

Capítulo 20

Era la primera noche en toda su existencia que le había tocado dormir a la intemperie. Aun sentía el dolor en su espalda por las rocas, sus ropas húmedas por el rocío de la noche y un dolor de cabeza agobiante.

Lo que más extrañaba era su alta cama, aquel colchón blando con sábanas suaves de seda, el desayuno con su café americano y sus cosas de afeitarse. Su barba estaba larga y áspera, le incomodaba y el calor del campo le agobiaba. Inspiró profundo ahuyentando su pesar y el grito exclamatorio de Dana lo sobresaltó.

—¡Allí está!

Levantó la mirada y vislumbró las piedras grisáceas de las primeras construcciones que se escondían entre los frondosos bosques de abedules, fresnos y robles con sus ramas tortuosas y bajas que brindaban una sombra excepcional a medida que el estrecho camino se adentraba en ellos, dando un fresco alivio.

Continuaron con entusiasmo hasta que dieron de frente con la entrada del pueblo. Era pequeño y pintoresco, con tejados en dos aguas, paredes de piedra y el verde brillante del verano que se entremezclaba, perdiéndose a medida que se adentraban en él.

A pesar de que Rutland recordaba pocas visitas al lugar, claro que conocía de hospedajes, la oficina postal, la plaza principal y la diligencia.

Dana lo observaba algunos pasos por detrás, caminaba extraño, ocultando en parte su rostro y su brazo lo llevaba apretado a su pecho, con su mano cerca del mentón. En cierta manera le conmovía que se ocultara ya que ninguna de las personas que caminaba por la calle ni en el mercado podría reconocerlo. Ella era del común del pueblo, humilde y venía de familia trabajadora, jamás había tenido oportunidad de enfrentarse a un noble hasta que llegó a Leloir, nunca los había cruzado por la calle directamente y mucho menos se hubiera atrevido a mirar directamente al rostro de un conde, muchísimo menos a un duque. Para todos aquellos que caminaban en esa calle, él era un ser humano común, pobre y miserable por sus ropas y su cuerpo maltrecho.

Se entretuvo pensando qué haría él al llegar a Londres, qué encontraría en aquel lugar que de alguna manera le había pertenecido, pero que ahora parecía repleto de mentiras y engaños, de dolor y de muerte. Tembló al recordar su camastro y él yaciendo débil y adormilado por el opio, las voces de su hermano y Lord Brown planeando internarlo. Recuerdos dolorosos y de alguna manera terroríficos por los cuales no se arrepentía de haberlo sacado de allí, a pesar de que aquella aventura terminaría incierta para él, y para ella destruyéndola por completo.

Se detuvieron en la esquina y él le hizo señas para que se quedara unos pasos detrás. Se acercó al grupo de hombres que conversaban animadamente. Dana inspiró el aroma a panecillos que provenía de los puestos del mercado y apartando los pensamientos hambreados que la asaltaban, se detuvo a observar su postura erguida al hablar, las muecas que hacía su rostro adormecido y que de repente se contrajo distinto, marcando aquellas líneas alrededor de sus ojos que eran claras muestras de que no traía buenas noticias.

Impaciente se abrazó a sí misma mientras él se acercaba.

—Impoghible. Neceghitmos veintghe libragh pragh el carrghuaghe de alghilergh, y compartidhgho. —Dijo nervioso y hasta desesperanzado. Caminaron hasta la plaza mientras ella contenía sus lágrimas y el pensamiento de que sólo le quedaba como alternativa recurrir a su tía May. No había manera de tomar la diligencia puesto que los Realish tendrían con seguridad control de los que viajaban en cada una de ellas. Se sentaron en uno de los asientos bajo un farol y Gabriel apoyó su espalda pensativo, cruzó los brazos sobre su pecho y su mirada estaba perdida en un carro con semillas que se había detenido frente a una tienda.

—¿Comgo harghemos? —preguntó devastado y llevó su mano a su cabeza enterrando sus dedos en su cabello.

—O conseguimos el dinero de alguna manera, o sólo quedará pedir ayuda... tal vez mi tía May....

—No. —aquella palabra siempre la pronunciaba perfecto y ella lo amaba. Era el momento solo por un segundo en que él volvía a ser el mismo y ella se ilusionaba. Lo observó atentamente. —Debemghos conghirlo... ¿pergho comgho?—Sonrió pues la respuesta la sabía a la perfección.

—Trabajando, su excelencia... —Gabriel apretó el ceño y sonrió con ironía. El único trabajo y bastante arduo que tenía, era asistir al parlamento, controlar las finanzas, tomar decisiones que mejorarán las condiciones en Rutland, dar órdenes y gastar el suficiente dinero para que Leloir se viera perfecto. No cabía en su cabeza la idea de cómo podía trabajar allí, en ese pueblo miserable y en aquellas condiciones en las que se encontraba. —Es la única manera. Por supuesto que no estoy insinuando que usted se ocupe de eso... entiendo que jamás lo ha hecho, y es por eso que veré qué puedo conseguir, aunque sea escaso el pago... —La observó indignado, movido por el orgullo Realish que hervía en sus venas y lo hizo apretar sus dientes, ofendido.

Se levantó y caminó decidido cruzando la calle hasta la tienda, mientras ella apretaba su frente y extrañada aguardó que regresara. Lo vio acercarse al hombre de la carreta y hablar un buen rato, hasta que el hombre asintió. Desde la distancia en que se encontraba la llamó con una seña y ella acudió de inmediato.

—Seghnor, elgha es migh sposgha, Adele. —El hombre mayor sonrió mientras extendió su mano para saludarle.

—Buenos días, señora. —Era un anciano de cabello largo y cano, bigotes y un sombrero de ala ancha, mejillas regordetas y quemadas por el sol del campo. —Será mejor que tomemos el camino para que aproveche el día de trabajo. —Ella frunció el ceño mientras Gabriel sonreía triunfal y levantaba ambas cejas de manera sugerente. Ambos se sentaron sobre el heno y junto a los costales de semillas y grano, mientras el hombre se montó en la carreta y azuzó a los caballos con un chasquido de su boca. Emprendieron el camino, la carreta se tambaleó y se sacudió con el traqueteo del camino.




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