Cuando la puerta del estudio se entornó y chirriaron levemente sus bisagras, las penumbras de una tarde en claro declive invadían la sala. Sus cortinados blancos se sacudían con la brisa que ingresaba por la ventana, y todo estaba en silencio y calmo.
Tomó la delantera Frank Caldwell y tras él Gabriel, fruncieron el ceño al verla vacía y de inmediato tomó la campanilla para llamar al mayordomo.
— ¿Dónde se habrá metido tu enfermerita? —Cuestionó ante un Rutland nervioso y ansioso.
—Milord, ¿en qué podría servirle?
— ¿Dónde se encuentra la señorita que estaba aquí? —Preguntó, mientras Gabriel se acercaba a la mesa de tragos y se servía un fuerte licor.
—Oh, la amable señorita solicitó pluma y papel y luego dejó en aviso que iría hasta la oficina postal. —Caldwell miró a Gabriel que resopló fastidiado. Asintió e hizo una venia para que el hombre se retirara.
— ¿Estás nervioso, Rutland? —Rio mientras se sentaba en el sillón y estiraba sus brazos hacia ambos lados con clara sonrisa en los labios.
—Finalghmente megh cashgaré... ¿qughé pretghendes?—Su amigo rio a carcajadas.
—Vaya que ha costado que te amarren... han debido envenenarte, secuestrarte en medio de la noche y hacerte pasar hambre... Eres el hombre más codiciado, pero también el más reticente al compromiso que he conocido en mi vida... —Gabriel se volvió a él con clara molestia. —De todas maneras podrías pensarlo bien... Keira es preciosa, ¿es que acaso no has visto sus ojos o esas piernas de ensueño? —Gabriel gruñó. —O quizás Marianne, Rebecca, Kimberly... no sé... es que hay tantas que darían todo por una propuesta de esa boca chueca... —Rio cuando Gabriel le lanzó uno de los adornos de la mesa.
—Clargho qughe las hegh visto... Yo la quiergho a ella, sologh conghfío en ella. —Caldwell levantó sus manos rindiéndose.
—Espero que no sea amor esa obsesión que has agarrado con ella... porque me sentiría claramente decepcionado...
—Clargho qughe no... ¿Ygh tu?
— ¿Yo?... bueno, ya me conoces... de aquí para allá, de puerta en puerta...
— ¿Ogh de venghtana en venghtana? —Gabriel sonrió ante el rostro de su amigo.
—Un poco de todo... pero para tu sorpresa ya escogí una. —Gabriel soltó una carcajada sonora. —No te rías... es la verdad.
— ¿Quiegh ha sido lagh tonta?
—La duquesa viuda de Northampton. —Dijo con suficiencia y levantó sus cejas dos veces seguidas.
—Ughn tanghto mayorgh...
—Puede ser... pero con título, adinerada, con un hermoso palacio y sin hijos.
— ¿Ya te hagh dadgho el sigh?
—Claro que no... estoy con un asunto de faldas que se me ha complicado un poco y no he querido más que sondear el asunto, hasta que resuelva lo demás. —Inspiró profundo y continuó —Bueno, mientras llega tu cardo del campo, por qué no pensamos cómo haremos con el asunto de la capilla... He pensado que podría ser en Castle Comb, tengo un amigo allí que podría hacernos el favor, todo más íntimo y sin llamar la atención... pocos invitados aunque debe haber testigos... Podría ser nuestro amigo, el flamante duque de Sussex y su esposa que está a punto de dar a luz... ¿qué te parece? Le daría cierto aire de importancia y al mismo tiempo no llamaría demasiado la atención... obviamente las invitaciones las entregaremos apenas unos días antes.
—Eghta bien...
Llamaron a la puerta y el mayordomo caminó presto atender. Gabriel bebió de un sorbo todo el licor que quedaba en su copa mientras se oían delicados pasos por el corredor y Caldwell al verle, llevó la mano a su boca cubriendo sus labios para disimular la risa que se escapaba de ellos al ver a su amigo en semejante asunto.
La delgada y delicada imagen de Dana apareció bajo la arcada de la sala y el mayordomo se apartó. Se detuvo con sus manos en frente de su falda aguardando que el teatrillo se desarrollara.
Había juntado los trozos de su corazón en un puño y lo había escondido en un hueco profundo y oscuro dentro de su pecho. Un corazón que ya no soportaba un rasguño más, y estaba segura que verlo con sus propios ojos mentir descaradamente, sería morir allí mismo de tristeza, sin poder hacer nada más y quedando de quien era, solo despojos.
—Señorita Amery... —Tomó la palabra Lord Caldwell— al fin ha regresado. La esperábamos para comentarle sobre un asunto importante y sumamente delicado que la incumbe a usted principalmente. —Gabriel carraspeó y juntó tanto sus pies, que sus zapatos chocaron uno contra otro. —Hablaré yo debido a las dificultades de su excelencia. —Dana permanecía de pie observando aquel ser despreciable hablarle de aquella manera, como si fuera una de esas muchachas de alcurnia pero tontas e ilusas a las que acostumbraba tratar. A Gabriel en cambio, prefirió no mirarlo ni una sola vez. —Hemos evaluado detenidamente todo el asunto que atañe al ducado de Rutland y que tanto le ha dañado a Lord Realish, llegando a la conclusión que la posibilidad más acertada para poder dar fin a este asunto, sería que él finalmente se case... —Gabriel sudaba, apretaba sus puños un segundo y luego golpeteaba el costado de su pierna, al mismo tiempo una tenue sonrisa se escapaba por sus comisuras mientras aguardaba ver la sonrisa de Dana y su felicidad, que de algún modo lo conmovía. Sabía que sentirse elegida de aquella manera con semejante honor, no haría sino colmarla de orgullo. —... y para su agradable y feliz sorpresa, ha sido la elegida, pues él insiste en que usted sea la afortunada. —Gabriel no pudo detener más su sonrisa y hasta se atrevió hacer un paso hacia adelante mientras la observaba, para que de alguna manera su presencia allí afirmar las palabras de su amigo.