Keira llegó al primer piso de la mansión con una sonrisa triunfal en los labios y sus ojos brillando satisfechos. Era tan inocente y tan boba la pobre, que había hecho lo impensado: subir las escaleras y llorar como una Magdalena. Llevó la mano a su boca y contuvo la risa que amenazaba con escapar y si eso sucedía de seguro Gabriel podría oírla.
Se detuvo junto a la baranda y contempló el pasillo un instante mientras se concentraba en todo lo que diría. Aguardó unos segundos hasta que el mayordomo se excusó, cerraba la puerta de una de las habitaciones y se acercaba.
—Lady O'Brien, ¿podría ayudarle en algo?
—No, gracias. Esperaba para hablar con la señorita.
—Lady Amery no se siente muy bien, quizás sería…
—No le he preguntado su opinión en ningún momento. No sea impertinente y retírese. —Le interrumpió, y el hombre tragó su orgullo ante su llamado de atención. Se limitó hacer una reverencia antes de bajar las escaleras y ella aguardó que se perdiera de vista.
Caminó lentamente hasta la puerta y llamó con leves golpes.
—Adelante. —musitó Dana, y al entreabrir la puerta, Keira la vio de pie junto al ventanal contemplando el jardín que separaba la casa de la calle londinense.
—La entiendo… —Oír su voz la distrajo y Dana de inmediato se giró hacia ella con el ceño apretado al verla allí. —Siempre he pensado que es mejor saber las cosas de antemano y no golpearnos con la realidad luego, cuando ya no hay nada que hacer. —Cerró la puerta tras de sí y caminó hasta el centro de la habitación controlando al detalle cada uno de sus gestos y movimientos. Dana la observó. Claro que era bonita, era preciosa y delicada. Una mujer educada y refinada, de precioso semblante y exquisito gusto para vestir. Hasta verla respirar o simplemente hablar, parecía una obra de arte cuidada al extremo. Se sintió miserable, pero no quería hablar ni contestar, prefería mantenerse entera el mayor tiempo posible y darle a la víbora lo que se merecía por ser tan atrevida de presentarse allí, seguramente a humillarla aún más de lo que ya se sentía. —Yo lo amo, y él me desea desde siempre. La noticia de su boda sin dudas me ha sorprendido, claro que no lo imaginé nunca ni esperé algo semejante, por eso vine aquí a comprobar que de verdad la ama; pero en su lugar he encontrado a un Rutland maltrecho, confundido y manipulado por una mujer como usted, que no me llega ni a la punta del zapato. También estoy segura que él me extraña y que aún me desea, lo sentí en su abrazo y en el tono de su voz. —Hizo una breve pausa y continuó —Es por eso que siento que mi deber como mujer es decírselo, para que sepa que yo sí lo amo y que estoy dispuesta a todo por él, por recuperarlo y convencerlo de que casarse con usted es una completa locura y desastre. —Dana inspiró profundo y cuando ya no pudo contenerse más y antes de que ella pudiera continuar, cuando aún conservaba su rostro aquella mirada aguzada de arpía venenosa, se acercó el par de pasos que la separaban y con el puño cerrado la golpeó en el rostro haciendo que Keira perdiera el equilibrio y cayera sentada en la cama que estaba a su espalda. Sólo se oyó su gemido ante semejante embestida, y llevó su mano a su rostro ardiente mientras la observó de pie junto a ella y aún amenazante.
—Señorita, yo no soy refinada ni educada como usted, por eso le aconsejo que no se meta conmigo, pues no soy capaz de controlar mis salvajes impulsos de defenderme, sobretodo cuando quien me ataca es una víbora ponzoñosa, trepadora y descarada, a las que no acostumbro a tratar ni siquiera en los pozos más oscuros del bosque más pantanoso de Inglaterra. —Keira entreabrió su boca, ofendida y dispuesta a decir algo más, pero Dana continuó. — ¿Quiere a mi futuro esposo? Pues bien, trate de quitármelo. Dudo que pueda, pues ya le ha entregado todo lo que tiene para ofrecer y no ha conseguido más que ser su amante. Vaya, se lo suplico… haga todo su esfuerzo para quitármelo, y si lo consigue yo aquí la espero para juntar mis pocos vestidos y largarme. Eso sí, le aviso ahora para que la realidad no la golpee luego: mañana a la tarde probablemente yo sea su esposa y usted aplauda desde los bancos de la iglesia; yo sea duquesa de Rutland y usted la refinada mujerzuela del duque, y entonces a partir de ese instante no me temblará la mano en darle su merecido cada vez que se atreva a faltarme al respeto, y allí de seguro le dejaré el blasón de Rutland marcado en su mejilla para que aprenda a respetar y ni sea tan atrevida. Que tenga buenos días. —Repitió mientras extendía la mano que cargaba el pesado anillo de sello ducal.
Keira sollozó ofendida y humillada mientras se ponía de pie y abandonaba la habitación rápidamente.
Dana cerró sus ojos satisfecha una vez más por no dejarse humillar, por darse su lugar y con una leve sonrisa al sentir en su puño el ardor por el golpe que le había dado a la descarada. A pesar de sentirse triunfante por un breve instante, las lágrimas corrieron por sus mejillas y se hundió en su colchón, tapando su cabeza con su almohada y deseando hundirse en la oscuridad más calma que pudiera encontrar.