Su pecho se elevaba agitado, y sólo sintió un dejo de alivio cuando los caballos comenzaron a moverse y se alejaba de aquel lugar. Llevaba un nudo en su garganta que estaba cerrada por completo.
Entornó sus ojos agobiada mientras su tía May inquiría continuamente en qué estaba sucediendo y lo que quería aquel caballero. Deseó poder contarle todo, pero mejor era mantenerla al margen de tanto agobio, aunque agradecía que estuviera allí a su lado acompañándola.
—Sólo no preguntes, tía May... no puedo explicarlo ahora. Sólo necesito llegar a la iglesia y ver a Rutland. —Musitó apenas.
—Por favor te suplico que no escondas nada. No me gusta el estado en que has quedado luego de hablar con aquel hombre.
—No te preocupes... —Inspiró profundo y expiró. —Sólo necesito llegar a la Iglesia y verlo bien...—Desde el mismo instante en que había visto a Lord Brown de pie en aquella habitación, sólo había pensado en él y en que nada fuera a sucederle.
El cielo de Castle Combe comenzaba a cubrirse con una manta de nubes grises que daban un tono aún más lúgubre a sus pensamientos fatídicos que solo pedían verlo bien y advertirle.
Cuando el carruaje se detuvo frente a la entrada de la Iglesia, Dana no pudo aguardar que el cochero abriera la puerta. Tomó la manija y sujetando la falda de su vestido ignoró la mano extendida de Lord Caldwell, quien era el encargado de guiar sus pasos, y caminó a su lado lo suficientemente rápido para que no alcanzara a detenerla. Irrumpió en el salón haciendo que todos se pusieran de pie y que Gabriel enarcara sus cejas al verla en aquel estado de alerta y corriendo hacia el altar donde él aguardaba. Lord Caldwell la siguió hacia allí tratando detenerla y así también evitar el vergonzoso momento en que la futura duquesa de Rutland arruinaba la boda que ya desde un principio era un completo desastre.
Cuando finalmente llegó frente a Rutland, él la tomó de sus brazos para que tomara aliento y calmara su pecho desbocado.
—Milord, Lord Brown... —susurró atemorizada y al mismo tiempo aliviada de verlo frente a ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras el murmullo de los pocos invitados resonaba en el eco de una capilla casi vacía.
Gabriel se concentró en sus ojos suplicantes y en su pecho agitado. Tomándola de la mano atravesaron el salón hasta una pequeña habitación repleta de viejos trastos y cerró la puerta tras de sí.
—Tranghila porgh favorgh... explighese...
—Milord... Lord Brown se presentó en la casa, me acusó de todo esto, de manipularlo, de obligarlo a casarse conmigo aprovechándome de su supuesta debilidad, y... y... y no me atreví a negarle nada... —dijo titubeante, temiendo no haber hecho bien —...No quería que supiera que usted se encuentra bien, creí que era lo mejor para no alertarle. —Gabriel asintió, silencioso. —Hasta fue capaz de ofrecerme dinero, y le aseguro que no tomé ni una de las libras... He salido corriendo casi desesperada, no sé qué es capaz de hacer, no sé qué podría planear —confesó en medio de una catarata de sollozos continuos que apenas le daban el aliento justo para pronunciar las palabras. Él miró sus ojos sinceros, el velo enmarcando su rostro dulce, aquella fidelidad que lo conmovía y sin pensar nada más, allí en aquel pequeño cuarto y lejos de todo lo demás, la abrazó. La escondió en su pecho como si la protegiera y al mismo tiempo calmara la necesidad propia de tenerla lo más cerca posible, aquellas ansias de rodearla por completo que durante tanto tiempo llevaban atormentándolo.
Pasaron algunos segundos en silencio, abrazándose el uno al otro y sintiéndose a salvo de todo lo demás, incluso de sus propios prejuicios. Ella carraspeó haciendo que él finalmente tomara la palabra.
—No segh preoghcupegh... Nadgha vagh a sugheder. Browghn no segh atreghvería a llaghmar la atenghion de todgho el mundgho. Preghfiere manteghner la idghea de qughe estoygh en Lelghoir, enghfermo. Si highiera esghcandalogh no seghría buengho pargha sus plaghnes.
Dana apretó sus ojos oyendo sus palabras enredadas y casi inentendibles, pero su corazón latiendo junto a su oído y aquellos brazos fuertes rodeándola eran como un sueño del que no deseaba despertar y que traían calma y sosiego. Su sentido común le ordenaba apartarse de allí, huir de sus mentiras, de sus engaños que sólo eran en pos de sus propios intereses, convencer a su corazón en pedazos que nada de todo eso que anhelaba era verdad. Secó sus lágrimas y aquel movimiento de sus manos hizo que Gabriel se apartara levemente. Golpes insistentes en la puerta les alertaron.
— ¡Rutland!... ¿Qué diablos está sucediendo? —Espetó Caldwell desde el otro lado. —Dile a la señorita que lo que ha hecho es una vergüenza, la capilla está invadida por un murmullo constante y eso que apenas hay tres mujeres, imagina si fuera en Leloir... Válgame... Abre ya la puerta. —Insistía mientras Dana hizo un paso atrás. Gabriel levantó su mano apoyando el dedo en su mentón y encontrando aquel par de ojos que le eran esquivos.
— ¿Yagh segh encuenghtra bieghn? —No podía mantener aquella mirada que revolvía sus más profundas convicciones. Sólo apretó levemente sus ojos y oyó la voz de su padre "Esconde tu corazón, Dana..." Dio un paso atrás y asintió mientras secaba sus lágrimas.
Gabriel volvió a erguir su espalda, su actitud había vuelto a marcar la distancia entre ambos que apenas segundos antes se había olvidado conservar, que había atravesado sin reservas y que sólo le hizo anhelar lo prohibido.