Lord Caldwell caminaba de un lado a otro del precioso estudio en St George, el tono de indignación que cargaban sus palabras era al extremo agotador, mientras llevaba el puño a su boca e inspiraba profundo.
-Ha sido el colmo de la desfachatez y la mala educación... y lo peor es que has consentido en su actitud y hasta la has aprobado... -le reprochó indignado -Apenas si puedo creerlo... -Gabriel lo observaba, pensativo y al mismo tiempo, cansado.
-Teghnía razón... debghe haber oidgho lo qughe dijiste anteghs.
-Yo soy conde de Cornualles, Rutland... ¿crees acaso que a esta altura de mi vida debo soportar semejante bofetada de una señorita que apenas conozco...
-Y qughe te has canghsadogh de maltraghtar... -le interrumpió. -Desconghtando qughe le dighjiste qughe coghmo duqueghsa no debía perghmitirlo.
-Ah sí, claro... eso sí lo escuchó h de inmediato lo puso en práctica ni más ni menos que con el conde más cercano... la bofetada debería habértela dado a ti que bien merecida la tienes; yo en cambio, no he dicho más que verdades... duras para ella, quizás... pero verdades al fin... ¿o vas a negar que hay muchísimas señoritas con titulo, que se preparan toda la vida con el solo sueño de llegar a ser la esposa de un duque? Dios mío...es una muchacha sacada de cualquier pueblo... -Gabriel se puso de pie molesto en sobre manera y se acercó a su amigo, amenazante.
-Nogh vuelghvas a insulghtarla o menoghspreciarghla, porghque el que va a darghte tu mereghcido serghe yo... -Caldwell le sostuvo la mirada, le ofendía que prefiriera dar crédito a su reciente esposa antes que a él, cuya amistad llevaba más años de los que podía siquiera contar.
-Habla con ella... solo eso. -terminó para no empeorar el asunto.
Gabriel asintió y se acercó al escritorio. Llamaron a la puerta y Nigel se presentó con una bandeja de plata repleta de correspondencia.
-Son de esta mañana, Milord. Las que llegaron en su ausencia están en las cajas que dejé en el rincón. -Asintió y con una venia lo despidió. Se sentó y mientras Caldwell servía dos tragos, pasó uno tras otro los sobres. Eran felicitaciones por la boda, reclamos de pagos que no había realizado, e invitaciones a eventos públicos, debido a lo que podía llegar a significar que el duque loco y perdido se presentara en público. En medio de aquellas, un sobre con el sello real. Tragó nervioso y lo sostuvo entre sus manos mientras lo contemplaba.
Caldwell hablaba de sus planes amorosas con la viuda que le interesaba, mientras él sin escuchar ni una sola de sus palabras, rompió el sello y apretó sus ojos un instante al ver las letras de ambos papeles, deseando que todo fuera para bien, que al menos aquella vez Dios lo acompañara.
Tomó el primero y lo extendió. Sólo se grabaron en su mente las palabras importantes, y en especial la fecha y la firma. Volvió a relajar su espalda contraída y rápidamente lo guardó entre sus ropas. Tomó el siguiente y extendiéndolo leyó la respuesta a su reclamo. No era tácita ni terminante, pero por razones obvias que él ya había imaginado, no podía la reina aceptar la anulación de la petición de su familia como así tampoco la suya, sin antes corroborar fehacientemente quién tenía razón.
- ¿Noticias? -Había olvidado por completo a su amigo que continuaba bebiendo, con su mano apoyada en el borde superior de la estufa, mientras lo contemplaba atentamente. Sólo asintió. - ¿Qué ha respondido? -Se acercó rápidamente.
-Qughe debo pedghir citgha con elgh trighbunal y coghmproghbar mighs condighcioghnes.
Apoyó la nota sobre el escritorio y se acercó a la ventana contemplando el jardín.
-En realidad no son malas noticias...
-No logh soghn... pergho conserghvaghba alguna esperghanza...
-Te entiendo, pero esto te dará tiempo para perfeccionar tu habla que deja tanto que desear... -Gabriel chasqueó su lengua y lo miró fastidiado -...Y esa mano que francamente parece inútil. -agregó al final.
- ¿Algho mághs? -preguntó con ironía.
-Educa a tu esposa. Enséñale modales... -dijo, mientras con el dedo corría una a una las cartas que aún quedaban en la bandeja.
-¿Nogh tieghnes casgha? Preghunghto, porghque has estadgho todgha la maghñana aaqgh...
-Qué ingrato eres, Rutland... Estoy manteniéndote y te quejas porque bebo un brandy y te hago compañía.
-Maghs qughe eso... Me impaghientghas...
-Muy bien... Ya me voy. Aquí te estás olvidando de esta... -dijo con una sonrisa en los labios y Gabriel se volvió hacia la que él había apartado.