Junto a Ti

Capítulo 31

Los pies se le enredaban uno con otro mientras tomaba el pasillo y luego la escalera. Dana presurosa le seguía apenas pudiendo sostener la falda de su vestido, intentando por todos los medios alcanzarle y detener aquel impulso desenfrenado que sabía que no terminaría en nada bueno. A pesar de sus intentos, sólo percibió el cabello de la parte posterior de su cabeza perderse tras los últimos escalones y se detuvo de repente al oír un grito. Desde el descanso, vio a Frank Caldwell sostener el cuerpo de Gabriel que desesperado intentaba propinar otro golpe más a Murray, quien yacía tendido en el suelo, con su mano sosteniendo su nariz y un hilo de sangre que salía de ella. Llevó sus manos a su boca, asustada por lo que sucedía.

— ¡Misgherabghle ladghrón! ¡Eeghes la peorgh porghquerghia qughe he conghocidgho en migh vidgha! —Gritaba señalando a Murray, con palabras que hasta Dana le costaron entender. Su hermano no respondió, solo atinó a ponerse de pie mientras dos lacayos, por orden de su hermana, se interponían entre ambos.

— ¡Gabriel! —Gritó Catherine con la voz quebrada —Tranquilízate por favor...

—Busquen con urgencia al doctor Wilkins... —ordenó Lord Brown. —Está fuera de sí... —Insistió.

Caldwell aún sostenía el cuerpo eufórico de Gabriel, que ante sus palabras deseaba arremeter contra su cuñado. El arzobispo observaba la escena, conmovido, con el ceño apretado y una mirada de preocupación que Dana captó de inmediato.

—¡Broghwn, erghes un misgherable muerghto de haghmbregh, incapaghz de hacgher algho porgh ti mighmo!

—Dios bendito, la ira se ha apoderado de él. Jamás había oído tantos insultos de su boca. —Musitó Murray lo suficientemente alto y con tono de preocupación, para que todos oyeran.

Los lacayos rápidamente fueron por el mensajero, mientras las voces retumbaban en el gran salón y se entremezclaban con el llanto profuso de Connor, que sólo parecían exacerbar aún más lo que estaba sucediendo y dejando a Gabriel en pésima posición.

—Gabriel, por amor a Dios, ten conciencia de lo que estás haciendo... —Intervino Lady Catherine.

—Es una vergüenza que actúes de semejante manera, gracias a Dios que el arzobispo está aquí para corroborar su estado de nervios y descontrol. —acotó Murray.

— ¡Callghate! Solgho has estadgho siempghre coghmo un carroghñero tratghando de quitgharme lo qughe me correghsponde.

—Claro que te corresponde, pero mírate, ya no eres digno de llevar ese título, ni de representar o administrar el patrimonio de esta familia... —dijo con pesar

— ¿Tugh si? —Rio con ironía. —Sieghmpre has malghastqghdo todgho.

—No discutiré eso contigo.

—Clargho qughe sí... tieghnes muchgho qughe explicarghme...

—Solo cuando el tribunal te declare competente, y créeme que dudo que lo estés. El Gabriel que yo conozco, mi hermano, a quien amo, jamás actuaría con semejante violencia y falta de educación.

Lord Caldwell carraspeó y se paró en medio de ambos.

—Caballeros... nos tranquilicemos por favor. Es entendible que los nervios estén a flor de piel, sobre todo luego de semejante pérdida y teniendo en consideración que Rutland ha sido notificado del descenso de su madre tantos días después y sin posibilidad de despedirse. —El arzobispo apretó el ceño y miró con pena a la familia.

—Dime Frank cómo podría avisarle si el duque de Rutland ha estado de pueblo en pueblo, trabajando como cualquier campesino, durmiendo a la intemperie, con un estado de completa pérdida de valores, honor, decoro y consideración hacia el título que aún conserva, y que incluso se ha atrevido a casarse con cualquier mujer, que carece por completo de los requisitos mínimos e indispensables para ser duquesa... ¿Qué otra vergüenza hemos de soportar los Realish? ¿Somos acaso culpables de su locura? ¿Qué más se espera de nosotros? Esto ha sido la peor de las deshonras para nuestro apellido, y te aseguro que mi padre ha de estar revolcándose en su tumba. —Habló Murray con vehemencia y un dejo de tristeza en la voz que sorprendió a la misma Dana.

—Veeguenghza das tú, qughe sieghmpre haghs sido un gusghano...

—Rutland, es mejor que vayas a tu habitación y descanses, para que puedas afrontar esto con tranquilidad. —Los ojos de Caldwell lo miraron con intensidad, la suficiente para que Gabriel tomara control y conciencia de que no estaba ayudando en nada, que aquel arrebato sólo estaba complicando todo y que finalmente asintiera con un movimiento leve de su cabeza y subiera nuevamente las escaleras. En la pasada, tomó la mano de Dana y se perdieron por los pasillos de Leloir hasta su habitación.

Cuando llegaron a la puerta, el la tomó por los hombros.

—Quedghte aqughí, no abraghs a nadghie hastgha qughe yo regreghse...

—No... por favor, tranquilízate. —Se desesperó al ver que continuaba por el pasillo que se perdía en unas escaleras. Corrió tras él y sostuvo su mano. —Todo esto solo va a complicar las cosas... ¿Acaso no has visto? Los ojos del arzobispo estaban confusos; golpeaste e insultaste a tu hermano frente a todos... eso no es bueno si lo que deseas es confirmar que eres el mismo Rutland de siempre... —dijo entre sollozos e intentando que se tranquilizara.

— ¡No logh soy! —Gritó. Dana se paralizó, tembló al oír el ímpetu de su voz grave sacudiendo su piel. Guardó silencio y lo vio llevar su mano hasta su boca y resoplar mirando sobre su cabeza. —Perghdón... —Murmuró. —Ya no soygh elgh mighsmo... Mírghame... —Le suplicó y ella levantó sus ojos encontrando su rostro confuso, sus ojos brillosos y desesperados, su mano apretada y el corazón en un puño. —Si no megh convenghzo qughe no logh soygh, van a quitarghme toghdo.




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