Junto a Ti

Capítulo 32

El cielo había amanecido diáfano, pero aún sentía el viento soplar sobre su rostro, fresco y un tanto húmedo. El semental galopaba recio sobre la grava y aquel movimiento de su cuerpo encadenado al suyo le ayudaba a concentrar sus pensamientos en aquellos papeles, en las razones por las que los habían dejado allí, y en quién había sido el responsable; pero para su desgracia, no encontraba respuesta concreta a ninguno de sus interrogantes.

Cruzó bajo la arboleda y para no ser arrastrado al suelo por sus ramas bajas, pegó su pecho al lomo del animal y sostuvo su rienda suelta para que no menguara su velocidad. Atravesó el bosque y galopó por el llano que rodeaba el poblado, mientras volvía la dirección hacia Leloir. Su mano derecha comenzó a hormiguear por la contractura y no le quedó alternativa que tironear la rienda y detener el galope.

— ¡Rutland! —Los gritos de Caldwell lo alertaron y al divisar su caballo, aguardó que se aproximara. —Vaya, al fin logro encontrarte…

—Salghí tempraghno, neceghitaba pensghar…

— ¿Qué cosa? ¿A dónde apuntarás el próximo golpe que le darás a Murray? —Rieron levemente. —Debes pensar, no te arrebates o te dejes guiar por esos impulsos que no hacen más que complicarte.

—Logh sé. Es solgho que no pudghe evitar sentghir desgheo de partirgh su cargha.

—Lo imagino, pero ahora tienen el testimonio del arzobispo, y sabes que eso no es poco para el tribunal.

—Lo sghé… pergho quizás tengho algho yo tambieghn.

— ¿A qué te refieres?

—Anochghe baghjé al estudghio —Caldwell abrió sus ojos de hito a hito y sonrió.

—Estás desquiciado…

—Desquighciadgho estarghía si me quedghara mirandgho cóghmo me quightan todgho lo mío.

—Mejor cuéntame qué encontraste.

—El lighbro de cuentghas de Leghloir, reghpleto de gastos desghmedighdos y justighficadghos de manergha ilógicgha.

— ¿A qué te refieres?

—Dosghientaghs mil lighbras en servighio de limpiezgha, cientgho cuarentgha en comidgha… —Lord Caldwell abría sus ojos azorado por semejantes sumas.

— ¿En un mes? —Gabriel asintió.  —Válgame Dios, a este paso van a fundir las arcas de Rutland.

—Esgho no es todgho… —Lo observó expectante.

—Tengho en mi podgher el certighficadgho de compra de la tabacalergha en Aghmerica... Alghien me la deghjo en lagh puertgha. —Caldwell sonrió.

— ¡Tienes un aliado! Son buenas noticias entonces.

—No megh fio ni de migh somghbra, Frank.

—De todas maneras ya sabíamos de esa compra, ¿qué es lo importante? —Gabriel inspiró y expiró, pensativo.

—Quisergha decirghte que lo sé, pergho no tengho idea. Quizghas quien lo deghjó creghyó que quizghás no estaghba enteradgho del asuntgho.

Caldwell miró hacia el horizonte de un día que apenas despertaba, pensativo y dudando.

—Deberías mostrármelo. —Asintió mientras volvían a trote lento al palacio.

Dana aguardaba en el jardín  ansiosa por ver el rostro de Gabriel

Dana aguardaba en el jardín  ansiosa por ver el rostro de Gabriel. La preocupación se había adueñado de ella desde el primer instante en que había entornado sus ojos al amanecer y no lo había encontrado, y aunque sabía de sus rutinas matinales en Leloir, saberlo a caballo por aquellos vastos terrenos solo le recordaba aquella mañana trágica y el peligro que aún corría.

Se sentó en la glorieta, pensativa y atiborrada de dudas y sospechas, cuando vio a Darla a paso presuroso acarrear un cubo con agua para lavar la ropa.

Levantó la falda de su vestido y se apuró para alcanzarla.

—Darla… —le llamó cuando la distancia entre ambas se había acortado. Ella se volvió de inmediato y dibujó aquella simpática sonrisa que ya conocía.

—Lady Realish, ¿se le ofrece algo? —dijo haciendo una reverencia mientras la montaña de ropa que había apilada en el rincón, caía al suelo.

—No te burles… —ambas sonrieron mientras Dana le ayudaba a recoger lo que había quedado desparramado.

—No se te ocurra ponerte a levantar la ropa porque si Kent lo ve, a la que van a regañar es a mí…

—No te preocupes que nadie dirá nada en absoluto, si hasta parece que todos hubieran desaparecido.

—Lady Catherine, descansa; Connor está en el aula; Lord Brown en el estudio…

— ¿Con Murray? —Asintió. —Lo imaginaba… —Inspiró profundo mientras continuaban la caminata hacia la lavandería.

—No imaginas lo que han sido estos meses… una completa tortura. —Resopló mientras ambas volcaban el agua y Darla tomaba el jabón. Dana oía con atención, aunque ya imaginaba a qué se refería. Aquella casa debía haber sido un infierno entre culpables organizando sus movimientos, la ausencia de Gabriel y la enfermedad de Lady Realish que había vuelto. —Lord Caldwell se encargó de correr a todos los guardias, y no te imaginas lo culpable que me sentí, pues fueron varias familias que quedaron sin trabajo. —Dana también se sentía culpable, pero tenía la certeza que había sido la única manera de sacar a Gabriel de allí antes que lo terminaran internado en alguna institución para locos y cumpliendo con sus propósitos. —Interrogaron a todos los empleados de Leloir, revisaron los pasillos y las salidas hasta que encontraron la vieja puerta trasera. Aquellos días fueron desgastantes y en todo momento pensé que me descubrirían y terminaría en la cárcel por complicidad en el supuesto secuestro del duque. —Dana asintió con su cabeza. Imaginaba a su amiga sintiendo los pasos de la familia ducal tras los suyos y lamentó haberla incluido en aquella locura.




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