Junto a Ti

Capítulo 35

Cuando el sol había bajado ya lo suficiente y su mente no soportaba más el confinamiento que ella misma se había impuesto para evitar encontrarse con Gabriel y tener que volver a poner a prueba su entereza, su fortaleza y determinación, atravesó el pasillo  y se detuvo de espaldas a la pared que separaba el gran salón de ingreso, del estrecho corredor que desembocaba en los almacenes. Oyó el taco de las botas de Gabriel,  que luego de dirigir algunas palabras a Kent e incluso de preguntar por ella, subió los escalones rápidamente. Asomó su cabeza y vio al mayordomo tomar el pasillo que comenzaba detrás de la escalera y luego de un largo recorrido, terminaba en la cocina. Debía dar las instrucciones a los criados para que vistieran la mesa y prepararan todo para la cena.
Dana inspiró profundo tomando valor y levantando su falda con ambas manos, atravesó corriendo la sala tomando la salida principal hacia los árboles que rodeaban la propiedad. Traspasó el pequeño bosquecillo que separaba el palacio de la casa del guarda, intentando orientarse en los estrechos senderos que discurrían entre los robles y los espinillos, oyendo crepitar las hojas que comenzaban a caer y se rompían bajo sus pies anunciando un otoño que no demoraba en llegar. 

Rogaba dentro suyo encontrar un rayo de luz, una tenue claridad que pudiera ayudar a Gabriel, que lo mantuviera a salvo de una familia despreciable. Levantó la mirada y frente a ella, detrás de la copa de los robles, se erigía la casa y sus sombras ocres. Sólo oía voces lejanas y lo demás era el murmullo de la naturaleza.

Cuando pudo divisar la casa completamente, apenas oía algunos pájaros, el sonido de la brisa fresca  rozando los muros y arremolinándose alrededor de ella, haciendo que se abrazara a sí misma y se preguntara por su propia cordura. De alguna manera parecía un desvarío estar acechando aquella propiedad a esa hora y corriendo peligro, puesto que nadie en el palacio estaba enterado de su furtiva salida. Aunque no tenía certezas, sí tenía la clara realidad de que alguien había envenenado a Gabriel para quitarle su título, sus derechos, su dinero, y que a quiénes había visto aquella noche en la despensa de Leloir habían sido Lord Brown y Kent; que le habían dado alguna planta de flores blancas al duque y que su idea había sido matarle o al menos hacer que pareciera un incapaz. De ambos podía esperar todo eso, solo le faltaba determinar si Murray había estado implicado, que a su parecer era lo más probable.

Rodeó la casa por la parte trasera, acercándose lentamente y con desconfianza. Todo se veía calmo y no había guardias en las inmediaciones. La  casa llevaba aquella impronta gótica que caracterizaba al palacio, paredes grises y gastadas de los años, recubiertas de  enredaderas que trepaban por ellas y se enroscaban en los dinteles y cristales de las ventanas. El sol había decaído lo suficiente para que sólo se vea esa luz tenue y apenas perceptible dando sombras amorfas que sólo acrecentaban sus temores. Entornó la puerta del viejo cuarto de trastos y atravesó el pasillo estrecho que desembocaba en la escalera de servicio. Se escondió debajo de ella y percibió el murmullo de los sirvientes en la cocina, la voz de Lord Brown en la sala, conversando animadamente con Murray  Realish.

Avanzó lentamente bajo la sombra de los rincones y asomó apenas su ojo derecho detrás del muro que separaba la arcada del pasillo de la biblioteca, con el comedor.

La larga mesa estaba ya vestida,  con los cubiertos y copas. Candelabros daban claridad a sus rostros y las copas rebosaban de licor. Una densa nube de humo los cubría y de Connor no había señal.

—Es tarde ya…  deberíamos servir la comida. —sugirió Murray.

—Espera un poco más… no es fácil que pueda llegar sin ser visto por ellos o los guardias…

—Tengo mis dudas respecto a él. Aún no ha definido su postura por completo.

—Personalmente pienso que sí. Es solo que se confundido y lo hay quien lo haga entender. Pero al menos solucionó el asunto de la vieja y finalmente cumplió.

—Sí… al menos…  —los tacos de Lady Catherine resonaron en los últimos peldaños de la escalera principal y ambos guardaron silencio.

—Cabelleros… —Se detuvo de repente al ver que sólo estaban ellos dos, y con fastidio se acercó a la mesa. — ¿Aún no ha llegado? —Su esposo movió su cabeza en negativa mientras volvía ha encender un cigarro. — ¿Cuánto más debemos soportarle? No confío mucho en él. Por momentos pienso que nos va a traicionar…  —Dijo cruzando sus brazos delante de su pecho y claro rostro de fastidio y preocupación.

—Cálmate querida, no solucionaremos nada con nervios y hastíos. Ya falta muy poco, solo un par de días y todo parece estar a nuestro favor. —la voz de Lord Brown y sus maquinaciones  estremecieron a Dana que oía aún turbada por sus declaraciones. Comprobar que hablaban del tribunal y que todos estaban metidos en el asunto, la conmovió y su pecho se agitó asustado.  —No va a traicionarnos y  deja ya la paranoia. Si se equivoca  se hunde y si eso sucede, ya sabremos como saltar del barco antes que nos arrastre. —Lady Catherine se puso de pie y caminó hacia la ventana con gesto preocupado.

—Ella no me gusta, la detesto. Hay algo en su carácter, en su manera de hablarnos que no me deja tranquila. Temo que tenga alguna prueba contra nosotros y seamos bobos…  ya sabemos que él la quiere, que se ha enamorado… ¿seguiremos confiando en la suerte que hemos tenido? Creo que deberíamos tomar medidas precautorias.

— ¿Qué podría tener? Todo está en nuestro poder, incluso el pañuelo y la muestra. Ante el menor atisbo de duda sobre nosotros, diremos lo que acordamos y fin de la historia—Dana apretó sus puños consternada y asustada, mientras retrocedía dos pasos.  —Y si algo se llegara a saber por boca de él, tenemos también la carta de compra a su nombre. Mejor dejemos de pensar y llenar nuestra cabeza de preocupaciones, todo saldrá bien. —Musitó Murray. —Comamos ahora, se ha  hecho tarde.




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