Gabriel aguardaba en el salón de ingreso. La lluvia continuaba sin parar desde la noche anterior, tapando el sol por completo con espesas nubes grises y aún así estaba la entrada repleta de curiosos y columnistas. Se preguntó si es que las calles estaban más grises que de costumbre o era el maldito pesimismo que aunque intentaba ahuyentarlo una vez más, se resistía a huir.
Se oía el murmullo entre Lord Brown, Murray, el arzobispo y algunas personas más que no alcanzaba a reconocer, quienes aguardaban en un pequeño salón colindante. Estaba nervioso y los dedos de sus pies se movian de manera incansable dentro de sus espléndidos y distinguidos zapatos.
Estaba solo, sintiéndose miserable y desilusionado. Había mirado hacia la reja de la entrada innumerables veces, esperándola, pero aquella sensación de abandono lo asaltaba. Sólo contaba con los pocos papeles que había cargado en su bolso y con el testimonio de Caldwell quien había prometido llegar a tiempo.
Lord Canciller aún no hacía acto de presencia y por supuesto que los demás no se habían dejado ver, sumando a su malestar otra razón más que lo preocupaba: la reina no estaría presente. La noticia le había caído terrible, pues hasta había pensado que su presencia y la relación afable que los unía, podían llegar a ser favorables a su causa.
Las bisagras chirriaron y la alta puerta de madera labrada se entornó lentamente, tras ella el cabello claro de Keira acompañada de su doncella. Apretó el ceño y prefirió no hacer consciente las ilusiones de su corazón maltrecho que aún esperaba por Dana. El desencanto se hizo presente en sus ojos, que parpadearon y se volvieron una vez más hacia la entrada.
—Gabriel… —Musitó mientras se acercaba y le abrazaba. El retrocedió, levantó su mano y depositó sobre ella un beso.
—Graghcias por veghnir. —Keira apretó su frente al oírle. Hablaba terrible y supuso que los nervios no le ayudaban.
—Claro que íbamos a estar aquí. —Sonrió levemente—¿Frank?
—Ha degh lleghgar en cualquiergh moghmentgho.
—Trata de estar tranquilo. Todo saldrá bien. Inspira profundo y habla pausado, eso ayudará. —Gabriel chasqueó su lengua, molesto y al mismo tiempo intentando quitarle importancia al asunto de que su lengua estaba tan dura como el cuero y parecía convencida a no colaborar.
La puerta volvió a chirriar y al volverse, Caldwell con su levita impoluta y su cabello perfecto, hacía su ingreso con una sonrisa en los labios. De inmediato abrió sus ojos más de lo normal al notar la cercanía de Keira a Gabriel.
—Vaya… qué sorpresa tan agradable.
—Lord Caldwell. —Respondió ella con una leve sonrisa en los labios.
— ¿Cómo te encuentras, amigo mío? —Gabriel rodó sus ojos y cruzó sus brazos sobre su pecho. —Entiendo… Sería importente que habláramos un momento. —Enarcó su ceja de manera insinuante y de inmediato él lo comprendió.
—Con perghmiso… —Musitó a Keira y se apartaron unos pasos. Frank apoyó su mano sobre su espalda y habló bajo.
—Town lo averiguó. —Dijo entusiasmado y los ojos de Gabriel chispearon. —He demorado en verte porque las cosas no fueron tan sencillas.
—Dighme de ughna vez.
—La tabacalera está a nombre de Murray, Brown y Glorietta Charlesttone. —Gabriel apretó su frente en innumerables líneas y sus ojos azules se aguzaron intensamente.
— ¿Quieghn diaghblos es?
—Esa fue la razón de mi demora, querido amigo. Pero ya sabes cómo soy, si algo se cruza por mi mente, no me detengo hasta obtenerlo. —Sonrió mientras enarcaba una ceja. —Esta mujer es la criada de nuestro buen doctor.
— ¿Qughe?
—Hendricks.
— ¡¿Henghdrickghs?! —Preguntó, cuestionó y hasta la parecía imposible.
—Shh… no grites…
— ¡Miserghable! —Su mente perturbada fue atravesada por un sinfín de preguntas sin respuestas, conjeturas y odio. Recordó su presencia en la casa antes del baile y se preguntó si tendría algo que ver con su envenenamiento y con la quebrantada salud de su madre. El muy cínico se había paseado por todo Leloir con su cara de mojigato y resutó ser tremendo desgraciado. Caminó de un lado a otro y se asomó por el cristal mirando lo más lejano que los edificios le permirían, temiendo que Dana lo hubiera buscado, que estuviera con él y fuera engañada vilmente. Se volvió hacia la puerta del gran salón y deseó que todo acabara rápidamente para buscarle.
—Tranquilízate… ahora concéntrate en tu título. Lo demás lo veremos después.
— ¿Deghspués? ¿Acaghso haghbrá deghspués? —preguntó intranquilo. Keira se aproximó a los dos. —Ha sighdo un mentighroso y vil laghdrón, un rastghrero y basghura.
—No te preocupes por eso ahora… ¿Dónde está tu esposa? Necesitamos…
—No estgha.
— ¡¿Qué?!
—Segh fue. —Caldwell rodó sus ojos y llevó su mano a su frente.
— ¿Cómo es eso? Por Dios… qué mala mujer. — Gabriel lo tomó por la solapa de su saco para reclamarle.
— ¿Qué está sucediendo? —Intervino Keira al notar la discusión.
—No te preocupes… —musitó Caldwell mientras se quitaba las manos de Gabriel de encima y la puerta del salón principal se entornaba para que un lacayo de peluquín blanco se aproximara.