Apoyó la frente sobre el cristal y concentró todo su esfuerzo en constatar que aquel no era otro sino el mismísimo mayordomo. Se giró hacia Darla que la tomaba por los hombros.
-Dana, recuerda sólo esto. No eres la muchachita de Rotherham, no eres la empleada ni la pobre huérfana abandonada, eres la duquesa, la duquesa de Rutland; quien no dudó en llevarse al mismísimo duque inconsciente en medio de la noche y que ha abofeteado a esa mujerzuela y su vil amigo tantas veces... ya has enfrentado a esa familia antes, no te desmorones ahora. Eres fuerte, eres decidida y tienes orgullo. -Le dijo con firmeza y mirando sus ojos. Ella asintió intentando creer sus palabras y al mismo tiempo convenciendo a su corazón para que se afirmara sobre ellas y tomara el impulso que necesitaba.
Volvió sus ojos hacia la ventanilla mientras aguardaban que la puerta se abriera y encontró nuevamente aquella silueta nerviosa, caminando de un lado a otro.
-Darla, ¿ese hombre no es Kent? -Acercó el rostro al cristal y lo miró con detenimiento.
-Tal parece, ¿verdad? ¿Qué hace aquí?
- ¿Estará acompañando a Gabriel?
- ¿El mayordomo? No... no lo creo... Me consta que siempre ha sido fiel servidor de los Realish, pero de allí a tener tanta confianza con el duque, lo dudo mucho. -Dana asintió aunque la preocupación volvió a clavarse en su pecho, sólo recordó a Kent la misma noche del baile husmeando la despensa de Leloir.
El cochero abrió la puerta y se apuraron acomodarse las capas sobre sus cabezas pues la lluvia continuaba azotando la calle, sin piedad, y caminaron prestas hasta el tumulto de gente acopiada en la entrada de la cancillería. Llevaban la cabeza gacha y con las manos tomaban sus negras capuchas, pero inevitablemente los ojos de Dana se cruzaron con aquellos agudos, que extrañados la observaron. Se detuvo y Kent parecía dudar, pero finalmente avanzó un paso hacia ella quien leyó en sus ojos algo extraño.
-Señora, Darla... -Musitó aun extrañado. -No esperaba verlas aquí. -El agua caía sobre el ala de su sombrero y empapaba su rostro contraído y rígido, demarcado aún más al notar la presencia de Darla con aquellas ropas de dama.
- ¿Debería darle alguna explicación? -Cuestionó Dana apropiándose de las palabras que Darla le había pronunciado.
-Usted no. -Respondió haciendo clara referencia a la presencia de la criada de Leloir.
-Ella es mi dama de compañía. Por lo demás, creo que no debo decirle nada más. -Estaba por avanzar algunos pasos, pero él la detuvo.
-Señora, si está en su poder permitirme el ingreso a la cancillería, me sería sumamente imprescindible estar allí. -Dijo aún con su tono adusto, pero con aquella necesidad imperiosa que de alguna manera le alertó.
-Kent, explíquese. ¿Cree acaso que podría ignorar sus malas intenciones?
-No entiendo... -cuestionó él con voz queda, y preocupado por sus acusaciones.
-No confío en usted, nunca lo he hecho, y honestamente encontrarlo aquí no ha hecho sino aguzar mis dudas y mis sospechas.
-Señora... -exclamó indignado. -El motivo de estar aquí no es otro que el de acompañar a mi señor quien se ha encontrado completamente solo. -Sus palabras la hirieron y su tono acusador aún más. -Si su presencia aquí es buena, entonces la mía también. -dijo con firmeza y sus miradas se encontraron inquisidoras y desafiantes.
- ¡Vámonos! Es tarde, Dana... -Interrumpió Darla casi desesperada. -Su voz la alertó y volvió a tomar conciencia de que el tiempo pasaba a pasos agigantados y ya les llevaba bastante ventaja. Asintió a la mirada de aquel hombre mientras las manos de Darla tomaron las suyas y la arrastraron entre las personas hasta llegar frente al guardia que custodiaba la entrada.
Dana se quitó la capucha e irguió su espalda tratando de dar la imagen que debía. Ella era la duquesa, la duquesa de Rutland.
Lord Caldwell permanecía sentado en el asiento, con la cabeza apoyada en el respaldar y su pierna cruzada. Sus dedos tamborileaban sobre el poza brazo y cada tanto tiempo se ponía de pie y se acercaba la puerta del salón intentando oír algo que les diera una pista de cómo estaba resultando todo aquello.
-Tranquilízate ya, Frank... tanta ida y vuelta me está alterando más de la cuenta.
-Es extraño que no me llamen a declarar...
-Hay que esperar...
-Querida mía, qué quieres que espere... ¿has pensado que hay más posibilidades de que Rutland deje de ser Rutland, a que suceda lo contrario?
-Sí, claro que lo he pensado, pero nada ganas moviéndote tanto.
-Necesito un trago y diría que con urgencia. -Espetó molesto mientras se detenía nuevamente junto al gran ventanal.
-Tú siempre necesitas un trago. -Replicó de inmediato y con risa irónica.