Caldwell llevaba la mirada perdida en el fuego chispeante de la chimenea, atravesando sus llamas y deteniéndose en aquellos pequeños puntos rojizos que se apagaban en el hollín negruzco; la copa pendía de la mano que descansaba apoyada en el sillón donde permanecía sentado, mientras una piedra apretaba su pecho y la sensación de ahogo lo oprimía por completo.
—Deghbo explicarghle... ¿creeghs que me entienghda? —No recibió respuesta alguna y Gabriel se volvió hacia él. — ¿Me estaghs oyenghdo? ¡Franghk! —Espetó ante su silencio, y finalmente captó su mirada.
—Discúpame por favor... no te he oído.
— ¿Estaghs broghmeando o has beghbido deghmasiado? —Enarcó una ceja e inspiró hondo.
—No me siento muy bien, y he de confesarte que tu afirmación me ha dejado atónito.
—Lo he notaghdo... apeghnas si has haghblado...
—Perdóname, ha sido un día largo. —Gabriel asintió. —Pero cuéntame... ¿qué decías?
—Creeo qughe me equighvoqué al decirghle que se quedghara, no me gustghó su tono y pienso qughe es pelighrosa, capághz de dañarghnos de alghuna manergha.
— ¿Te ha amenzado?
—No direghctamente, pergho lo ha daghdo a entendgher. —Respondió molesto. —Ya conoghces a las mughjeres despechaghdas, son muy peligroghsas. Meghjor iré a ver a Daghna... no quisiergha que la importughnara con sus insinuaghciones.
— ¿Estas convencido que dice la verdad? —Gabriel miró directo a sus ojos y asintió.
—Lo comproghbé con el médicgho. —Lo miró de manera extraña, pues Frank llevaba impreso en su semblante la marca de la duda, de la incertidumbre y de una ansiedad que lo consumía. —De verghdad que no tegh ves naghda bien... ¿Vas a quedgharte a ceghnar? Quizás sea meghjor que vayaghs a tu caghsa y descanghses... —Frank se arrojó sobre el sillón nuevamente y acarició su sien y su frente mientras Gabriel salía de la habitación.
Cuando los pasos de Rutland subiendo las escaleras se fueron diluyendo y la puerta se cerró, se apuró a escurrirse por el pasillo y subir tras él. Se detuvo en el rincón junto a la escalera y observó las puertas de huéspedes recorriéndolas. De puntillas y sigiloso entornó una a una mientras volvía sus ojos hacia el pasillo de la habitación de Gabriel. Suspuso que Keira no desperdiciaría la oportunidad de acomodarse en la habitación que estuviese lo más cercana a la suya, por lo que se apuró a entornar la puerta y para confirmar sus sospechas, ella estaba sentada frente al tocador mientras la doncella acomodaba su cabello.
—¡Frank! ¿Qué haces aquí? ¿Has enloquecido? —Espetó mientras se ponía de pie rápidamente y él cerraba la puerta tras de sí.
—Necesito hablar contigo. —dijo con firmeza y sus ojos transmitían una mezcla extraña de miedo y reclamo. Keria hizo una seña a la muchacha y cuando se encontraron solos y se oyó el pestillo de la llave atravesar la cerradura, la embistió con sus preguntas. — ¿Es cierto? ¿Estas encinta? ¿Es suyo? —Keira cambió su semblante sorprendido por el que solo puede generar el placer y tranquilidad. Se acercó a él y besó sus labios levemente rozándolos con los suyos. —Dime. No juegues conmigo. —insistió desesperado ante su actitud.
—Frank... claro que estoy encinta. Es verdad. —Sonrió y volvió a pararse frente al espejo aguardando contemplar lo que apenas un segundo después se concretó: la mirada atemorizada de Caldwell de pie detrás de ella y sosteniéndola por los brazos.
—Estoy... es que... no sé ni como decir esto... ¿Es suyo? ¿Estás segura? —Keira permitió que una leve carcajada se escurriera de entre sus labios mientras se giraba hacia él y muy cerca de su rostro respondió.
—Claro que estoy segura de quién es el padre... Es él. —El alivio y la calma se apoderaron de sí mismo y sus hombros se relajaron al igual que aquella piedra que de repente permitía que el aire llenara sus pulmones.
— ¡Qué alivio! —Se recostó en la cama y sonrió al mirar el dosel de la cama. —Creí que entre ustedes dos no había sucedido nada más.
—No ha sucedido nada... —Su respuesta le hizo apretar el ceño y volver a incorporarse para encontrar su reflejo sonriente en el espejo. —Ya, Frank... Deja esa cara de susto.
—Dejate de juegos y habla de una vez que en estos momentos con gusto apretaría tu cuello.
—Claro que eres el padre... Entre Gabriel y yo no ha sucedido nada desde que estuvimos aquellos días en Leloir. —Sus palabras lo dejaron mudo, y en aquel segundo silencioso sólo oyendo su risa maliciosa, ordenó sus planes. —No te preocupes... cambia esa cara. Él está convencido que sí lo es, y para mi conveniencia es mejor que lo sea. No pienso reclamarte nada. —No podía responder. Le dolía el pecho de imaginar aquella situación terrible en la que se encontraba: tenía un hijo bastardo y para complicar aún más todo, su mejor amigo lo creiaría como propio.
—¿Él aceptó?
—Claro. Lo que aún no resuelvo es lo de la mujercita esa, pero creo que ella está colaborando para que todo esto se resuelva antes de que se note mi vientre.
— ¿Qué planes tienes?
—Que ella lo deje... No tienen hijos, no tienen nada más que su amor que francamente veo muy endeble, y que pronto, cuando Gabriel se canse y me encuentre en su casa con su hijo en mi vientre, venga a mí; y si ella no se ha ido aun, seguramente terminará anulando ese matrimonio nefasto.