Junto a Ti

Capítulo 43

Caminaba de un lado a otro de la sala apretando en su puño el prendedor, mirando a cada instante  a través del cristal e intentando vislumbrar un atisbo de luz del sol que le permitiera salir a buscarla. Un presentimiento oscuro lo agobiaba por completo, haciendo que se sintiera impotente y miserable, sumado a los comentarios insoportables de  Keira.

— ¿Cuántas horas más hemos de esperar? Estoy fatigada y no deseo que la guardia me encuentre aquí. Los chismes vuelan… —Caldwell rodó sus ojos mientras servía un trago más en su copa. — ¿Estás seguro de que Hendricks se la ha llevado? No es la primera vez que te abandona…

— ¡Cállaghte! —Espetó Gabriel dejando a Keira atónita y a Caldwell con sus ojos abiertos de par en par y la copa reposando inmóvil sobre sus labios. —Es su caghsa, no la tughya. Si no te gustgha estaghr aquí, o hay algho que te molestghe, es meghjor que vuelghvas a la que te correghsponde y esperghes allí. Jaghmás debí deghjar que te queghdaras esta noghche… —Ella inspiró hondo, ofendida y molesta, para finalmente alisar su falda y retirarse a su habitación. Caldwell tragó el licor que aún contenía y ardía en su boca, aunque más aún ardía la culpabilidad en su corazón. Temía decirle la verdad, y callarla lo hacía sentir el peor de los hombres, pero en todos los momentos en que había intentado hablar, algo no estaba bien o simplemente no era el momento adecuado.

—Tranquilo, Rutland… —Alcanzó a pronunciar.

— ¿Tranghquilo? Estoy praghticaghmente seguro que esghe misgherable tieghne a Dana, con intenghciones inimaghginables y de lo más oscurghas, y preteghndes que me calghme…

—Quizas olvidó el prendedor…—Gabriel apretó sus ojos con sus dedos y sonrió con ironía.

—No la conoghces. Nunca lo olvighdaría. Me dighjo que se quedgharía, me dighjo que fue un erroghr irse. ¿Cóghmo cambiarghía de pareghcer tan pronghto? No…
Llamaron a la puerta de forma estridente y Nigel se apuró abrir. El oficial de la guardia ingresó escoltado por tres soldados.

—Su excelencia… —hizo una corta reverencia.

—Dighame por faghvor si hay noghvedad alguna de Hendrighks.

—No hemos podido dar con él, pero le aseguro que estamos haciendo lo posible…

— ¡Lo posighble, no! ¡Lo impoghsible!

—Su excelencia…  —Quiso responder de alguna manera que calmara los ánimos ducales, pero fue en vano.

— ¡Ese mighseraghble tieghne a mi espoghsa! Reghvuelvan cielgho y tierrgha para encontrarlo, de lo contrarghio, oficial, le aseghuro que pedirghé su caghbeza…  — su voz estremeció al mismo Frank que desconocía por completo aquella faceta de Rutland. La sala quedó en silencio, el hombre contuvo su orgullo y sus insignias para terminar asintiendo.

Aquel presentimiento oscuro y pesado cual piedra de molino, estaba atascado en su pecho y comprimía su corazón. Dana estaba en manos de un miserable asesino capaz de hacer con ella lo que se le ocurriera, y no estaba dispuesto a soportar ni esperar nada más. Estaba harto de ser el duque de Rutland pisoteado y vapuleado por la vida y sus vueltas. Si para tenerla a su lado debía enfrentarse a un ejército completo, lo haría.

Cuando la guardia se retiró, ignoró consejos y llamados, subió hasta su habitación y rebuscó en el viejo cajón. Allí estaba, con su culata curva y el delicado grabado brillante en ella. Inspiró hondo mientras la tomaba entre sus manos, empuñándola. Tragó saliva y la guardó entre sus ropas. Estaba seguro que por salvarla a ella era capaz de cualquier cosa.

Estaba seguro que por salvarla a ella era capaz de cualquier cosa


Sus ojos permanecían fijos en el borde de su vestido. Estaban enrojecidos, ardían por el humo que había en el ambiente y la noche de insomnio.
Temblaba a pesar de que en la chimenea aún ardían algunos leños y apenas se vislumbraba a través del viejo ventanal de la posada, un sol pálido y casi apagado. El invierno se avecinaba y parecía arrazar con cualquier atisbo de tibieza.

La puerta volvió abrirse y cerró los ojos un instante pues estaba exhausta de tanto nerviosismo, de mantener en pie aquella actuación  y de contener el miedo que se aferraba a su corazón y a su cuerpo haciendo que por momentos, se paralizara. Sólo aprisionaba en su mente las palabras de su padre “Esconde tu corazón, Dana” En aquel momento más que nunca antes, debía esconder todo aquello que sentía, dolor, temor profundo y el agotamiento de su ser abatido por tantos meses de pesadas cargas. Deseó volar lejos, no a Leloir ni a St George, no a Rotherham sino a la hacienda del señor Gibbs. Allí donde ellos habían dejado de ser quienes eran, donde habían vivido otra vida, distinta pero hermosa, donde Edmund y Adele  Mirabillis habían sido felices con tan poco. Una lágrima helada se volcó por el ángulo interno de su ojo y rápidamente la secó antes de que él pudiera percibirla.

— ¿Cómo has descansado? —Su voz tan calma parecía ajena a aquellos ojos que en esa noche la habían escrutado, que la habían envuelto en aquella oscuridad y por la que había vislumbrado una mente perturbada.




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