Su abrazo cálido, el olor de su cabello húmedo, el frío de su nariz contra la piel de su cuello, su cuerpo delgado arropado por sus brazos y su respirar agitado lo ensimismó.
—Te aghmo... shh... tranquighla —Susurró en su oído mientras ella lloraba.
—Gabriel... era tu medio hermano... —Susurró en medio de sollozos. Su declaración lo enmudeció y sus ojos se fijaron en aquel rostro pálido, en sus ojos sin vida y fijos en el cielo grisáceo. Tragó saliva mientras se aferraba más a ella e imaginaba sus pensamientos oscuros, sus odios, sus maquinaciones y ella continuó. —Hijo de tu padre... de uno ausente que siempre lo ignoró... No quiero que sea así, y ese niño en camino... —Sollozó aturdida, imaginando sus penurias y el futuro de aquel bebé. Gabriel la separó de si mismo y buscó sus ojos rojizos y tan tormentosos como el mar.
—No esgh mío... —Dijo claramente y con firmeza. Sus palabras volaron a sus oídos y le hicieron apretar la frente. —Caldwghell tughvo algo con ellgha. —Se abalanzó sobre él y lloró de manera incontrolable, sacudiendo su espalda y su pecho. Tanta angustia, tantos dolores contenidos, tantas responsabilidades, tantas mentiras, tantas desilusiones que había soportado conteniendo sus profundas emociones, encubriendo su corazón maltrecho que sólo deseaba descansar. Aceptó aquellas palabras sin oír mayores explicaciones. Se aferró a su ancho pecho y escondió su rostro en aquellas ropas cálidas que olían a él y daban sosiego.
Momentos después acudió la guardia y mientras no separaba su cuerpo del suyo, ambos vieron a la distancia como el oficial interrogaba a Frank y tomaban su arma al igual que el cuerpo del doctor. Las personas habían abordado y el tumulto en el puerto iba en aumento.
—Hace tanto frío... Sólo ansío volver a casa, descansar, olvidar.
—Tengh pacienghcia mi aghmor... —Le consoló.
—Excelencia... —la voz del oficial los distrajo. —Gracias a Dios al fin ha terminado esto y Lord Caldwell ha estado aquí. —Asintió apenas con un movimiento de cabeza. —He de informarle que luego de evaluar todo lo que han presentado, ayer por la tarde se ordenó y se hizo efectiva la detención de Lord Brown, su esposa y Lord Murray quienes ahora deben esperar el juicio, pero está el pequeño... su hijo. —Dana se sobresaltó. Había olvidado por completo a Connor e imaginó su dolor y sus miedos.
— ¿Dónghde estghá? —Preguntó.
—Ante todo esto que usted estaba viviendo, han localizado a Lady Danielle Realish. Es ella quien lo resguarda hasta que todo se resuelva. —Asintió y sumó aquel embrollo a su lista de cuestiones a resolver.
—Con nosotros... por supuesto que se quedará con nosotros... —Insistió Dana. —No podemos dejarlo solo, debe tener mucho miedo, sentimientos terribles que un niño de su edad no debe sentir nunca... Te suplico. —Él besó su frente.
—Clargho mi aghmor... No hacghe faltgha que lo dighas.
Respondió, aunque en realidad rebosaba al oír aquel pedido y la paz volvía lentamente a su corazón. Sin dudas tenía a la mejor duquesa que podía haber escogido.
—Rutland... — Aquel rostro implacable, de ojos oscuros e indomables, de presencia ganadora y confiada volvía a estar frente a él. Tragó saliva y todo de alguna manera se silenció. No tenía palabras y al mismo tiempo demasiadas cosas por decir.
Caldwell extendió su mano y Gabriel inspiró profundo mientras su espalda se erguía y continuaba inmóvil. Su traición y su silencio complicaron tanto su vida, poniendo en peligro su felicidad durante ese tiempo que resultó terriblemente angustioso. No era Keira ni su aventura, no era su historia que ya no le pertenecía. Era su continua instigación a volver con ella, hacerla su esposa a pesar de que ya había estado antes con ella, era la mentira, la traición, la omisión. Era ese niño en camino y tantas noches de insomnio pensando en las consecuencias que él traería para su vida y la de su esposa que tanto había sufrido. Era también él ayudándole siempre, era su apoyo, sus charlas, sus risas trago de por medio, eran sus errores, era su arma extendida en el momento justo, era un hombro siempre dispuesto para que él se apoyara. Su determinación se dividía entre el perdonar y el despreciar.
Su mirada acerada continuaba prendida en su rostro y Frank bajó su mano incómodo pero entendiendo a la perfección.
—Sólo he de decirte que me alegra que todo terminara bien. Deseo lo mejor para tu vida y... —Titubeando y con el orgullo pisoteado, solo abrió sus manos dando entender que no había mucho más para decir. El silencio entre ambos era denso y el frío más cruel aún. Apretó sus labios frunciéndolos y sólo terminó con un movimiento de su cabeza en señal a Dana, disculpándose por retirarse de allí.
Sus pasos se alejaron lentamente y ella apretó la mano de su esposo que descansaba junto a su cuerpo, la cual estaba tensa y rígida, endurecida por tanta tensión. A pesar de sus continuas diferencias por Caldwell, podía reconocer su valentía, su amistad y le dolía su desprecio hacia él, pues a pesar de todo era su único amigo. La acarció y logró que él se volviera a mirarla.
—No lo dejes ir... —Murmuró y Gabriel rodó sus ojos. Sabía que ella lo ablandaría y se había negado terminantemente a mirarla mientras Frank se encontrara en cercanías. —Siempre ha estado, te aprecia... No importa lo que haya sucedido...
—Ya, ya... —Respondió mientras levantaba levemente el tono de voz. — ¡Caldghwell! —Algunos metros más allá mientras levantaba el cuello de su gabán y cubría su nuca, se volvió hacia él sorprendido. — ¡Vaghmos a caghsa! —Frank esbozó una tenue sonrisa y Dana le imitó. Nada podía terminar aquella amistad.