Leloir, un año después.
La mecedora se movía hacia adelante y atrás rítmicamente y con mucha suavidad mientras un tenue rayo de luz matinal se colaba entre los cristales del ventanal y daba calidez a la pequeña mano que se apretaba alrededor de su dedo. Sonrió al acariciar su mejilla rosada y redondeada en aquel momento en que sus ojos azules la observaban embelesados como si pudiesen entenderse.
Disfrutando de aquel instante y mirando su rostro pequeño sonrió al pensar en la preciosa familia que había formado.
Tenía a su esposo que aunque lleno de defectos estaba repleto de preciosas virtudes que la enamoraban todos los días, y aunque habían intentado numerosos tratamientos nada había ayudado a Gabriel a recuperar por completo el habla y estaba convencida que nada lo haría. Había aceptado que era la manera en que Dios le recordaría que no era superior a nadie más, que traería a su mente todos sus momentos de debilidad y la ayuda que había recibido de quienes menos esperaba. Eso mantenía sus pies sobre la tierra y evitaba que su vanidad tomara vuelo.
Aquellos días en Leloir, con el verano acariciando las flores, disfrutando el campo y la tranquilidad que durante tanto tiempo habían esperado y deseado de todo corazón estaba segura que siempre había tomado la decisión correcta y que su amor no se acabaría nunca.
— ¿Quién es esta belleza que tengo en mis brazos? —le habló con dulzura mientras besaba su cuello y la niña hacía un gorjeo.
Pasos apresurados resonaron en el recibidor y segundos después dos rostros asomaban por el marco de la puerta con amplias sonrisas cómplices Gabriel y Connor le daban los buenos días.
— ¿Ya estághn listghas? Prontgho lleghará Frank... asintió apenas y le extendió a Georgiana para que la cargara en sus brazos. Amaba ver su rostro aterrorizado de tomarla siendo tan pequeña, con aquel temor a poder hacer algo mal y la mirada enamorada de esa niña que se deleitaba al percibir su perfume.
—Tío... déjame verla... —suplicó Connor mientras Dana retocaba su peinado. Miró su reflejo por el espejo y el bullicio por recibir a la duquesa de Northampton, su esposo y su hijo se levantó hasta su habitación y se escurrió por la ventana.
—Oh, ya llegharghon... Apurghate...
Los dos salieron rápidamente y Dana apuró sus pasos tras ellos. Tomaron las escaleras y aguardaron que los carruajes se detuvieran. La puerta se abrió y Lord Caldwell sonrió con aquella sonrisa socarrona.
—Mira Edward... —Dijo al niño de cabello claro que cargaba en brazos. —Allí tienes a tu futura prometida... ¿no es preciosa? —Dana apretó el ceño mientras veía a Gabriel abrazarse a su amigo y darse algunas palmadas.
—No cambghias amigho... No cambghias...
Aquella tarde, entre conversaciones sobre niños y planes económicos, se recostó en la embarcación que recorría el lago bajo la caricia del sol, apoyando su cabeza sobre sus piernas ante la mirada tierna de su esposa.
— ¿Erghes feliz? —Lo observó y acarició su frente dulcemente.
—Lo soy.