Nataly camino sin destino luego de salir de la casa de su madre, faltaban unas horas para poder conectarse con una mujer chilena que podría saber algo sobre los mineros chilenos desaparecidos. Sin darse cuenta llegó al cementerio, al pasear por la parte antigua encontró el sepulcro de Margarita, estaba muy descuidado.
La mujer pensó en el gran amor que tuvo que tener por su esposo para oponerse al deseo de su familia, y enfrentarse a su padre. Yo no seré menos se dijo, tomó fuerza y siguió adelante.
Desde un ciber café se contactó con Adriana, que le comentó que un militar boliviano, antes de morir dejó una carta donde dijo sentirse culpable por haber matado a unos civiles en Antofagasta, por orden de un superior, los fallecidos eran dueños de minas que se habían negado a pagar impuesto.
— Son ellos — gritó feliz la mujer, atrayendo las miradas curiosas de los que la rodeaban, bajo la voz — ¿Y dónde quedaron, en alguna cárcel... prefectura?
— No lo dijo, solo que la fue en la periferia de la cuidad.
Su esperanza se hizo trizas.
— Gracias — dijo triste antes de cerrar la conexión.
Ya fatigada, volvió con cuidado a la casa de su madre, se acostó en la cama del dormitorio que compartió con su progenitora.
— Mamá, por favor ayúdame, sé que amaste mucho a papá, aunque pasaron poco tiempo juntos, siento que están en la eternidad juntos... dame la llave para ayudar a Margarita, se parece tanto a ti, que muchas veces creo que eres tú a quien ayudo... tal vez de verdad me estoy volvieron loca y todo esto es parte de mis delirios.
Soñó con un grupo de hombres que eran llevados a la casa donde vivía el cuidador de los carretones que subían y bajaban del mineral Caracoles, los metieron en un subterráneo, debajo de la oficina, luego de un par de días unos militares bajaron y los ejecutaron con un disparo en la cabeza, los dejaron allí, taparon todo con tierra, el piso quedó arreglado, nada daba señales de lo que había pasado.
Despertó bañada en sudor, estaba feliz, ya sabía donde fue, pero como averiguaría donde estaba la casa se preguntó, hasta que una conversación de su madre volvió a su memoria.
— Cuida mucho está casa, es muy antigua, se dice que fue la casa del cuidador del mineral de Caracoles.
Nataly eufórica fue al patio, buscó una pala y una picota, busco el dormitorio que tenía una ventana con barrotes, la misma que vio en sus sueños. Los vecinos alertados por los ruidos que salían del lugar, llamaron a Nicolás, quien al llegar la encontró arrancando el piso de madera.
— Deja eso, te puedes hacer daño — gritó y trató de quitarle las cosas de las manos.
— NO — le respondió Nataly con cara de enajenada — ya sé dónde están, antes de irse de la ciudad los policías bolivianos los mataron. No pueden irse al cielo porque están enterrados en tierra no consagrada... déjame encontrarlos — le suplicó con la mirada, con la ropa sucia y rota.
— ¡¡Qué dices!! — exclamo él, seguro que ella perdió la cordura.
— Por favor, por el amor que me tienes, ayúdame, sé que ellos están acá, no quiero que Margarita sufra más, ya no puedo soportar verla en mis sueños llorando y angustiada. Yo no podría vivir alejada de ti por toda la eternidad.
— ¿Si te ayudo y vemos que no hay nada bajo el piso prometes que te internaras?
— Lo prometo.
Entre ambos levantaron las tablas, nada se veía, solo tierra.
— Ves que todo es solo parte de tu imaginación.
— Sé que están aquí — empezó a cavar.
— No hay nada, por favor, vamos — la tomó del brazo, la pala cayó y chocó con algo duro.
— Hay algo, te lo dije.
Sacaron una madera, al parecer muy vieja, ella siguió cavando con más ahincó, hasta que cayó exhausta, Nicolás continuó, a los minutos aparecieron huesos y una calavera humana.
— Todo era verdad, por fin lo encontré Margarita, no te falle — cayó sentada, agotada física y mentalmente.
Su esposo llamó a las autoridades para dar cuenta del hallazgo, durante la excavación sacaron los restos de al menos seis hombres, se pudo establecer que fueron asesinados de un tiro en la cabeza, y que fue durante el período de la Guerra del Pacifico.
Coincidía con la cantidad de los mineros desaparecidos en la toma de la ciudad por las fuerzas chilenas, solo se encontraron algunos descendientes de los muertos, quienes con las autoridades de la ciudad, decidieron que se les hiciera un entierro común en el cementerio, como los mártires de Antofagasta.
Luego de tres meses, ya repuesta Nataly fue al campo santo con Nicolás, ambos llevaban flores para los fallecidos.
— ¿Crees que era ella la que se te aparecía en sueños? — preguntó el hombre.
— Sí, estoy segura, tal vez somos familiares ¿Quién sabe? Era muy parecida a mi madre.
— ¿Se habrá encontrado con Pablo en el más allá?
Ella miró un árbol que estaba cerca, atrás divisar un par de figuras, algo borrosas, el varón vestido con ropas del pasado, y a Margarita, con las de cantinera, ambos le sonreía, la fantasma se tocó el vientre y le dijo algo a Nataly, que no alcanzó a escuchar ya que se desmayó, por suerte Nicolás la alcanzó a sujetar antes que golpeará el piso de cemento.
La joven despertó en una Clínica, tuvo una baja de presión dijeron los doctores, por si acaso le hicieron un chequeo completo, y le dieron una noticia a su esposo, que nunca pensó oír.
— En su estado son peligrosos estos desmayos, puede golpearse el estómago — le dijo el médico que la examinó.
— ¿Qué estado? ¿Está con algún problema de salud?
— ¿No saben? — sonrió abiertamente — mis felicitaciones, su señora está embarazada.
— No puede ser — miró al otro pensando que quería gastarle una broma.
— Tiene cuatro meses, por la ecografía que le hicimos vimos que son dos, todo va muy bien, no tiene de que preocuparse ¿No estaban buscando tener hijos?