Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Prefacio

—Estuviste genial hoy, Rouse. Brillarás en la función. 

—Espléndida. Te tengo sana envidia. 

—Impecable. 

Los halagos que debían aumentar mi ego solo me hicieron descartar a quienes no debía pedirle su opinión después de una función. Cometí errores y debía mejorarlos. Era eso lo que esperaba que me dijeran, pero al parecer todos parecían encantados con mis desastrosos jetés al final de la práctica. La función sería al siguiente día y sentía que sería un completo caos. Los nervios —por saber que los representantes de la universidad de Wilmor estarían viéndome— me estaban jugando en contra. Tenía que concentrarme.   

Forcé una sonrisa al ver los ramos de flores de mi pequeño camerino. El resto de mis compañeros lucían muy felices por los detalles que le habían entregado. Yo solo pensaba en que esas flores se marchitarían y el lugar olería a funeraria.  

Me desvestí, me coloqué un vestido holgado y me senté frente al espejo para maquillarme. Siempre era la última en salir. Nadie se quedaba para arreglarse con tanta meticulosidad, como o hacía yo. Los entrenamientos nos dejaban demasiado exhaustos, pero ni todo el cansancio del mundo permitiría que yo saliera desarreglada a la calle. 


Satisfecha con lo que vi en el espejo, me incorporé y guardé todas las cosas en mi bolso.  Me coloqué mis audífonos y reproduje algo de música disco para relajar un poco mi mente.
  
— Nos vemos mañana, Franco. Boté todas las flores que dejaron por ti, así que no es necesario que vayas a los camerinos. 

—No era necesario que lo hiciera, señorita Herrero. A este paso, me quitará el trabajo. 

—Su trabajo es mantener el teatro, no limpiar la porquería de los demás —aseveré—. Se los he dicho incontables veces, pero mañana voy a vaciar un canasto entero de basura en sus camerinos a ver si así acatan de una vez por todas lo que les digo. 

Me sorprendió oírlo reír. Él sabía muy bien que no estaba bromeando y era usual que siempre me dijera que no fuera tan problemática. 

—Pronto ingresará a Wilmor, así que puede hacer lo que quiera. 

—Franco, no parecen cosas suyas —exclamé, burlona—. Pero le tomaré la palabra. Sin embargo, no dé por seguro que voy a ingresar a Wilmor.

Aún no está dicho. Tengo que dar todo de mí mañana. 

— Por supuesto que lo logrará. Es la bailarina más talentosa que he visto pasar por este teatro. Y llevo muchos años trabajando aquí. —le hice un ademán de agradecimiento, conmovida—. Por cierto, la señora Taylor tuvo que irse por una urgencia, pero me dijo que sus jetés parecían los de una niña descoordinada de dos años y medio.  

Sonreí complacida—. Es lo más bonito que me han dicho esta noche ¿No cree que mi maestra es un amor? 

Franco me miró como si me hubiera vuelto loca. —Claro. 

A nadie le agradaba la señorita Taylor, pero —para mí— su carácter era refrescante. Su sinceridad y dureza era lo que necesitaba para convertirme en la mejor. 

Me despedí y subí las escaleras hasta la salida, sin dejar de tararear la canción y mover la cabeza al ritmo de let’s groove. 

Esa canción me subía el ánimo de forma abismal.  

Era tarde. Por suerte, la zona donde se encontraba el teatro era una de las más seguras de la ciudad y el autobús siempre se detenía al frente. Solo tenía que detenerme allí y esperar.  

Repasé los movimientos de la coreografía una y otra vez, viendo en mi mente los errores que había cometido durante la práctica. La señorita Taylor de seguro me los resaltaría al día siguiente, pero quería mejorarlos antes de que ella pudiera hacerlo. 

 Comenzaría a labrar mi camino para el futuro. 

 Hace mucho había ido a una función al anfiteatro de Wilmor y ver a las bailarinas salir de allí, con sus chamarras de la universidad y sus hermosos uniformes rosados, hizo que me ilusionara con la idea de estudiar allí. Lo que más deseaba era ganarme esa beca y no lo haría con desastrosos jetés. 

Fruncí el ceño al sentir algo en mi espalda. Me giré y agaché la mirada. Era una pequeña piedra. Alcé la vista y me fijé en los arbustos que se hallaban frente al teatro. 

—¡¿Pero qué…?! —retrocedí perpleja al ver a un chico entre los arbustos con el torso desnudo.  

¡¿Qué hacía un chico semidesnudo en los arbustos?! 

¿Era un pervertido? 

Me hizo señas para que me acercara a él.  

»Sí, claro. Voy corriendo. —Dije, sarcástica. 

 Desde el lugar que me encontraba, el chico me pareció muy guapo. Estábamos a una distancia prudente.

Su cabello rubio y sus facciones eran lo suficientemente atractivas como para replantearme la idea de acercarme. No por temor, sino más bien porque mañana tenía la función más importante de mi vida y lo menos que quería era contratiempos. Solía seguir mi rutina estrictamente y sin desviarme antes de mis funciones para evitar cualquier accidente. Ese contratiempo era un gran giro a mi monotonía.  

No dejó de modular con su boca la palabra «Ven». El pobre parecía muy desesperado. Fue eso lo que acabó de ablandarme y sacar a relucir mi humanidad. Me acerqué y me detuve frente a él, con una ceja enarcada, las manos puestas en mi cintura y en espera de una explicación.  

Santo cielo, no era atractivo. Era atractivísimo. 

Viéndolo más de cerca pude notar que tenía unos hermosos ojos azules debajo de unas largas pestañas amarillentas. Su espalda era ancha y tenía pecas en los hombros. Estaba agachado, pero estaba seguro que era alto…, y musculoso. 

Tuve que pensar en cosas desagradables para no mudar de expresión y dejarme engatusar por esa mirada que me barrió de pies a cabeza, anonadado. Era una reacción que veía muy a menudo en los chicos que me conocían, pero este en particular me generó un yo no sé qué.

Me sentí bien al saber que tenía algún efecto en él porque él había provocado lo que nunca nadie había hecho; un arrasador efecto en mí. 




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