«¿Cómo te ves en diez años?»
Aún recuerdo cuando un periodista me hizo esa pregunta luego de haber ganado tres medallas de oro en el campeonato mundial de danza. Ese fue uno de los momentos más felices de mi vida. También recuerdo lo que respondí.
«Me veo en un escenario, iluminada por los reflectores y siendo ovacionada de pie por un público que ha visto mi entrega con cada movimiento»
Poético, sí.
No debí excederme tanto.
De haber callado, no me hubiera sentido como una estúpida al estar saliendo de un autobús con más equipaje que ganas de vivir diez años después.
A mi maleta le faltaba una rueda, estaba transpirando como pollo en horno y estaba segura que mi maquillaje estaba horrible.
«Detesto sentirme desarreglada. Pero el sueldo vale el sacrificio».
El vecindario no se veía tan mal. Algunos edificios estaban deteriorados, pero las áreas verdes lo compensaban. Las ciudades tan urbanizadas me daban dolores de cabeza. No obstante, el aire fresco de esta me tranquilizaba e hicieron que me mis expectativas crecieran.
Caminé por la orilla pavimentada, evitando que mi maleta tocara mis talones y me hiciera tropezar con los tacones. Me detuve al sentir mi teléfono vibrar en el bolsillo derecho de mi pantalón. Lo saqué y contesté.
—¿Ya llegaste? —entorné los ojos al oír el tono de preocupación con el que me preguntaba, como si fuese una chiquilla que viajase por primera vez a un lugar que no conocía.
¿Desde cuándo mi prima menor era la sobreprotectora en esta relación?
Sabía la respuesta y me parecíó ridículo e innecesario.
—Creo que sí. El vecindario no se ve tan mal. —Respondí.
—El edificio al que irás queda en una calle llamada Vistamar. Deberás entrar a un local color naranja. Di que vas por el trabajo y te atenderán de inmediato.
—¿Estás segura que es una persona confiable?
—¡Por supuesto! La paga te servirá para mantenerte en Londres, no te cobrará alquiler y así practicarás tu vocación como maestra.
Suspiré, poco convencida. No negaría que la oferta era tentadora y me caía como anillo al dedo. Sin embargo, aún seguía conservando mis dudas.
Había llegado a la ciudad hace dos años para abrir mi propia academia de baile después de todo lo ocurrido. Nunca imaginé que fuera tan difícil. Mis padres habían hipotecado su casa para que yo pudiera comprar un local para abrir mi escuela de ballet clásico. Su confianza fue suficiente motivación para seguir adelante. Los contratiempos vinieron luego vinieron luego de eso, como si hubiesen esperado que tuviera algo de dinero en el bolsillo para desencadenarse y truncar mis planes. Perdí mi trabajo, los servicios y el alquiler aumentaron y las cuotas de la hipoteca no se congelaron por eso. Aurora me había comentado de un trabajo con uno de sus conocidos y no dudé en aceptar. Había sacado las cuentas y con el sueldo que me había dicho que recibiría —sin pagar alquiler y sin comprar comida— podría pagar la hipoteca en un año y medio.
Las estadísticas eran tan prometedoras que me asustaban.
—Me parece demasiado bueno para ser cierto.
—Cuidar y enseñar es más difícil de lo que crees, Rouse. Esto te ayudará a saber si realmente quieres ser maestra de ballet. Además, ¡es un gran trabajo!
—Eso no lo puedo negar. Es mucho mejor que el que tenía. Me dijiste que el padre es primo de un amigo ¿Podrías decirle a tu amigo que le pregunte a tu primo si el hombre tiene antecedentes penales o algo parecido? No, solo dile que me de los nombres completos y ya veré cómo lo busco en el sistema.
—Relájate, Rouse. Jamás te enviaría a un trabajo que te pusiera en peligro. El hombre es de confianza y casi nunca estará en casa.
—Eso me tranquiliza, solo un poco. —dije mientras buscaba un espejo o vidrio donde pudiera ver mi reflejo—. Es el mejor trabajo que he encontrado desde que llegué aquí. Quiero agradecerte por eso.
—No es nada...Ah, y Rouse...Yo...debo decirte algo...
—¡¿Qué es esto?!
—¡¿Qué?! ¡¿Qué ocurrió?!
Me miré en el reflejo de la puerta del pequeño supermercado, horrorizada.
—¿Cómo puedo estar en la calle luciendo de esta forma?! —grité escandalizada.
Mi rímel estaba corrido, la base estaba hecha un desastre y ni hablar de mis labios resecos.
¡Me veía terrible!
—Pensé que era algo más grave. Me diste un susto de muerte.
—Susto de muerte el que me he dado yo. Parezco recién salida de un sauna y no exagero, ese metro parecía un respirador de azufre. Hermanita, te llamo luego, debo arreglarme antes de la entrevista. La primera impresión siempre es la más importante.
—¡Rouse, espera…!
—Te mandaré un informe, soldado.
Colgué. Tenía que arreglarme. No podía llegar como una loca a mi primer día de trabajo. Asustaría al pobre niño.
Me dirigí hasta un lugar donde nadie pudiera ver la catástrofe que estaba hecha. Había un pequeño callejón detrás del supermercado. Lo consideré idóneo para mi pequeña sesión de maquillaje.
Una vez allí, saqué de mi cartera el estuche de maquillaje, tomé el pequeño espejo y comencé a retocar con sumo cuidado. Pasé mi lápiz labial con sumo cuidado por el contorno de mis labios. Mi rímel podía estar corrido y mi base en decadencia, pero siempre debía procurar que los labios fueran perfectos, ya que —además de los ojos— era el primer atributo en el que la gente se fijaba.
—Hey, bonita.
Respingué. Mi mano subió hacia arriba debido a la impresión y todo el labial se corrió en la mitad de mi mejilla.
—¡No puede ser! —me lamenté al verme al espejo. Parecía un payaso en rehabilitación.
Giré mi rostro para encarar al responsable. Me tensé al notar que no era uno, sino ocho chicos parados en medio de la calle. En ese momento, meterme a una calle ciega ya no pareció una idea muy buena.
#195 en Otros
#89 en Humor
#636 en Novela romántica
#258 en Chick lit
jefeempleada, romance comedia dolor humor, amores y superacion
Editado: 25.11.2024