Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo tres: Portafolio

Cerré mis ojos al escuchar los aplausos resonar en mis oídos. Aunque amaba las melodías, sin duda los aplausos eran mi sonido favorito. Era como entregarles tu corazón con cada paso y que ellos te lo devolvieran, llenando tu alma.  

Al salir del escenario, los halagos no se hicieron esperar. Estaba feliz. Había sido mi primera presentación en Dublín y, aunque estaba hecha un manojo de nervios, consideraba que me ha ido bastante bien. Había errores que debía corregir y procuraría practicar al máximo para lograrlo.  

Como era costumbre, el camerino estaba lleno de flores. Estaba cansada de decir que no las soportaba, pero había admiradores que al parecer no estaban al tanto de mi desagrado. Me senté y miré mi reflejo. Sonreí, satisfecha. Hace dos años me había graduado de la universidad de Cavet. Sentí como si tan solo ayer estuviese muerta de nervios por el temor de no poder lograr ingresar.  Afortunadamente, Black estuvo allí para calmar mis nervios, con mis leotardos rosados, mi top y un hermoso cactus con una pequeña flor rosada que florecía de él. Quizá fue eso lo que terminó enamorándome; el hecho de que no me llevara rosas.  

Lo echaba de menos. No había podido acompañarme a Dublín por su trabajo como pintor. Llevaba semanas sin verlo y hablaba muy poco con él debido a las prácticas y diferencias de horario. A pesar de eso, siempre no las arreglábamos para estar juntos. Después de todo, nuestra relación siempre había sido un vaivén. Más aún cuando llegué al campus y me enteré que era el “mujeriego” de la universidad. 

Pero eso era historia antigua. 

Salí de los camerinos y luego del anfiteatro hacia el departamento que estaba alquilando en el centro de la ciudad. Como si mis pensamientos lo hubiesen llamado, mi teléfono sonó y me mostró su nombre en el identificador. Contesté de inmediato. 

— ¿Cómo está la serpiente venenosa más adorable del ballet? 

—Y la más hermosa —añadí, divertida—. Estoy bien, pero esta serpiente venenosa te echa de menos —lo oí reír. Cuando ingresé al campus las cosas entre yo y Black cambiaron radicalmente. Él siempre me llamaba serpiente venenosa y yo...—. ¿Cómo está el cavernícola más encantador de todos? 

—Este cavernícola también te echa de menos. No hay nadie que me defienda de los directores de las galerías de arte —contestó—.  ¿Cómo te fue en tu función? 

—Meh. Pude hacerlo mejor —respondí, sonriente. Un aire de melancolía llenó mi pecho. Suspiré—. Me hubiera encantado que estuvieses aquí… 

Silencio. 

El aire frío se coló entre mi abrigo. Era invierno en Dublín. Mis mejillas estaban duras y mis dientes castañeaban. 

—Para mí, lo hiciste espléndido. 

Su aliento cálido rozando mi oreja me erizó la piel. Una corriente de aire cálido me recorrió entero. Incluso mis mejillas dejaron de tensarse al sentir la sangre cálida acumularse en ellas. Giré sobre mis talones y lo observé. La emoción de verlo allí me hizo abalanzarme encima de él y rodearlo con mis brazos. Black me sujetó de la cintura para sostenerme mejor y me plantó un beso en los labios.  

Lo abracé con todas mis fuerzas y aspiré su aroma. Su cabello lacio me hizo cosquillas en la nariz. Sonreí. 

—Estás aquí. 

—No podía faltar a la primera función de la loca de mi novia en Dublín —acarició mi cabello y dejó un beso cerca de mi oreja—. Además, vi a unos cuántos irlandeses chorreando baba cada vez que salías al escenario.  

—Lástima que ya no esté disponible —suspiré con fingido pesar. Solté un gritito al sentir como pellizcaba mi glúteo y se carcajeó. Me aparté y lo miré a los ojos, esos iris azules que siempre lograban hacerme sentir en nubes de algodón—. Me alegra mucho verte aquí. 

—A mí me alegra verte y más en el escenario. Lucías hermosa. Estoy muy orgulloso de ti —Sonreí como una boba—. Te traje un obsequio. 

Me bajé de su regazo y lo observé, curiosa.  

—Quiero verlo.  

—No. Te lo mostraré en tu departamento. 

—Si es algo caliente… 

—No es nada caliente, bueno, no por ahora —sonrió, insinuante. Enarqué una ceja —. Pero me gustaría dártelo en privado. Créeme, luego me lo agradecerás. 

Asentí, imperturbable e intentando ocultar mi naciente ansiedad. Me apresuré todo lo que pude para tomar un taxi hacia el departamento. En el camino Black no me dejó de contarme del nuevo proyecto que estaba haciendo. Tenía una exposición en una galería en tres semanas y estaba esforzándose en dar lo mejor de él. Estaba segura que le iría excelente. Black era increíblemente creativo y talentoso. No por nada era considerado una nueva promesa en el arte. 

Al llegar a mi departamento, Black se ofreció a hacer la cena. Sin embargo, estaba demasiado ansiosa y pedí comida a domicilio. Le convencí que me diera el obsequio mientras esperábamos. 

—Eres muy impaciente.

—Calumnias. 

Me sonrío. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarme sobre él y besarlo. Debía controlar mis instintos, al menos hasta que me mostrara el obsequio. 

Hurgó en su bolso. Black era fanático de los bolsos tejidos de crochet. Tenía decenas de ellos de diferentes diseños y —lejos de verse “afeminado”— le daba un equilibrio a esa apariencia rebelde y ruda que tenía.  

—¡Tadán! —exclamó, sacando una hermosa caja ovalada de color rosado. 

—Black... —murmuré, fascinada. El diseño era bellísimo. Estaba adornada de encajes celestes y había pequeñas notas musicales dibujadas, ¡a mano! —, es preciosa. 

—Ábrela. 

Así lo hice. Quedé aún más maravillada. De la caja salió una bailarina hecha de porcelana, con un tutú rosado y el cabello recogido en un moño trenzado.  

—¡Soy yo! —exclamé, conmovida y entusiasmada—. ¡Y esa es mi melodía favorita! —observé la pequeña muñeca girar, embelesada. Tarareé la melodía “Una vez en diciembre”. Lo encaré, con los ojos picándome. Hice un puchero—. Te odio. 




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