Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo cinco: No soy su niñera.

—Vivamos juntos. 

Black dejó de masticar sus palomitas y giró su rostro para observarme, pasmado.

—¿Vivir juntos?

—¿No quieres hacerlo?

—No es eso. Llevo queriendo vivir contigo desde el instante en que te vi con tus pijamas de encaje y tus pantuflas rosadas. Pero temía que rechazaras la idea y creo que ya he soportado suficientes rechazos de tu parte.

—Eres un dramático. 

—Es mi pasión —replicó con una sonrisa coqueta. 

Tomé una palomita y se la aventé a la cara. Sus reflejos reaccionaron a tiempo y logró atajarla con la boca. Solté una carcajada al sentir como me tomaba de la cintura y me atraía hacia él para robarme un beso. 

—Sabes a mantequilla.

—Y tú sabes a cerezas —murmuró contra mis labios, robándome otro beso—. ¿Puedo mudarme hoy con mi cactus?
 


Terminé firmando el contrato.
Era razonable laboralmente. No decía absolutamente nada que me pusiera a merced de Black y —lo más importante— necesitaba esa cantidad de dinero en mi cuenta bancaria. Sacando los cálculos, podría pagar la hipoteca dentro de diez meses si seguía comiendo de su despensa, viviendo bajo su techo y guardando el noventa y ocho por ciento del salario solo para eso (el otro dos por ciento era para mis productos de cuidado y belleza, obviamente). Además, desde que había firmado fueron muy pocas las ocasiones en las que Black y yo cruzábamos palabra. Solamente lo veía cuando hacía mi delicioso desayuno vegetariano que había perfeccionado gracias a los tutoriales en internet. 

—Micael —lo llamé en voz alta. Hurgué en mi bolso para asegurarme que todo lo que necesitáramos se encontrase allí. Había preparado todo el día anterior y hecho una lista, pero siempre me gustaba asegurarme que todo estaba en orden antes de salir —¡Micael!

—¡Ya voy! —escuché sus pasos firmes y molestos. Llegó a la sala y me observó, cansino—. Vieille femme agaçante —refunfuñó. Enarqué una ceja. Micael desconocía que sabía francés a la perfección.

 Disfrutaba de su ignorancia, pues me dejaba advertir hasta dónde podía llegar. Justo como en ese momento en el que me dijo “vieja molesta”.

—¿Estás listo para ir a la piscina?

—¿Tengo opción?

—No, no la tienes. Puede que engañemos a tu padre con las clases de ballet. No todos tus instructores harán lo mismo, no son tan geniales como yo —aseveré. Resopló, hastiado. 

—Detesto las clases de natación.

—Y yo detesto levantarme temprano para hacer comida vegetariana y tener que dejar casi todo el dinero de mi salario en impuestos, pero así estamos. Busca tu abrigo y vámonos ya. 

Entornó los ojos y asintió, resignado. Sonreí victoriosa. 

Era excelente en mi trabajo. Bueno, siempre era insuperable en cada cosa que hiciera.

 Al principio había sido complicado ir con los horarios y Micael tampoco me lo puso fácil confundiéndome con los cronogramas. Al final pude tomar a ese toro por los cuernos, torearlo y gritar «¡olé!»

Micael me pidió pasar un rato por el local de Black. En las pocas semanas que llevaba conviviendo con él, había notado que siempre buscaba —sutilmente— una oportunidad para pasar tiempo con su padre. Sin embargo, Black siempre se encontraba ocupado organizando un evento y asistiendo clientes por teléfono. Sí, pasaban algo de tiempo juntos, pero no el suficiente para Micael. 

Como era de costumbre, Black no se encontraba en el local porque estaba coordinando un evento. No sabía muy bien cómo funcionaba el negocio de Black y tampoco estaba interesada. Mientras menos involucrada me viera, mejor.

 Micael no se mostró afectado por oír a la recepcionista, al contrario, fue muy cortés con ella a pesar de que su cara de pocos amigos no ayudaba a dejar lucir esa amabilidad. Era cortés y amable con todo el mundo menos conmigo.

Igual que su padre.

Sin embargo, cuando salimos del local y caminamos por el parque rumbo al metro, no me pasó desapercibido que su gesto había decaído. Lo miré de reojo, fingiendo indiferencia. 

—¡Oye!

Desvié la mirada al escuchar el grito. Tres de los chicos que me habían asaltado caminaron hacia nosotros con un aire de prepotencia que me hizo suspirar. Eran los mayores, el más alto e intimidante de ellos iba en el medio; un rubio con un piercing en los labios y un corte de cabello terrible. Se detuvo frente a mí, con una mirada que creo era intimidante. No estaba muy segura. Luego sus ojos se fijaron en Micael y este, por inercia, sujetó mi camisa. Su rostro no demostraba su temor, pero era evidente que estaba asustado. Solté una carcajada. No habíamos tomado esta ruta desde hace mucho, ahora su estado meditabundo había tomado sentido para mí. Los estaba evitando.

—¡Cierto! —exclamé divertida—. Tú le debes a estos chicos, ¿no?

Me miró, molesto. Mi sonrisa se ensanchó.

—Nos debe y mucho —espetó el rubio. Lo miró amenazante—. Procura no salir sin tu niñera. 

Mi sonrisa se esfumó al oír al rubio desadaptado. Lo encaré, seria.

—No soy su niñera.
—No es mi niñera.

Dijimos al unísono. Ambos nos observamos, serios. Volví a encarar al nalgas meadas mayor, quien tenía sus cejas alzadas, divertido.

—Tú no podrás ocultarte demasiado tiempo tras esa arma rosada y tú —señaló a Micael—. No podrás ocultarte toda la vida en las faldas de tu niñera —se mofó—. Nadie juega conmigo en este vecindario. Sabes que conozco gente.

Me carcajeé al oírlo. Los otros dos de atrás no hablaron, solo asintieron, con una mirada de dizque matones. Negué, burlona.

—Ustedes no aprenden. ¿A quién conoces, mocoso? Para orinarle la cara — espeté. Abrió sus ojos, desmesurados —. ¿Ves esto? — le señalé una cicatriz que tenía en el cuello—. Me lo hice en una pelea de navajas en la cárcel. Mi contrincante se llevó lo peor —se alejó, espantado—. No soy la niñera de Micael, soy su guardaespaldas y si llegas a tocarle un solo cabello a mi protegido y haces que deje de cobrar mi salario, seré yo quien llame a mi gente, ¿entendiste, pañalito? —lo señalé, atemorizante. Los tres asintieron una y otra vez—. Ahora, si hay algo que aprendí en la cárcel es que debemos pagar nuestras deudas. Micael va a pagarles, ¿no es así, Micael? —lo observé. Estaba igual de tembloroso que ellos. Asintió lentamente—. Bien, resuelto este problema, apártense. Necesitamos ir a un lugar y ya nos han quitado suficiente tiempo.




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