Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo siete: Rosita Fresita

—Es importante que aprendas la posición básica del judo con una buena técnica. En cualquier deporte la técnica siempre lo será todo y el judo no es la excepción —Micaela asintió, determinado—. No se trata de la dureza que tengas en el cuerpo. Puedes estar muy firme, pero si no tienes equilibrio alguno, tu oponente te derribará fácilmente.

—Comprendo. 

—Debes ponerte de esta forma —separé mis talones a la misma altura y flexioné levemente las rodillas—. Relaja los brazos a cada lado del cuerpo y—

—¡Micael!

Micael y yo nos miramos espantados. Me apresuré a la esquina de la habitación para poner algo de música clásica y él se apresuró a ir hacia la barra. Enderecé mi espalda al oír la puerta abrirse y alcé el mentón con gracia.

—Repite la tercera posición —dije con voz firme. Micael hizo lo que pedí. Para ser un simulacro y no haber practicado la tercera posición en mucho tiempo, la hacía impecable. Encaré a Black. Sonreí hipócrita—. Señor Donovan, que me pague y sea el dueño de esta casa no le da derecho a entrar e interrumpir mi clase de esa manera.

—¿Ah no?

—No —aseveré. 

Black sonrió forzoso. Miró a Micael y lo señaló.

—Debes ir a la escuela hoy —el gruñido de Micael me hizo sonreír. Black me reprochó con la mirada. Me encogí de hombros—. La señorita Herrero nos acompañará. Ella se encargará de llevarte y buscarte.

—¿Ahora tampoco vas a llevarme y traerme? —reclamó el niño. 

Black suspiró, agotado.

  Ahí iba otra discusión padre e hijo. Las tenían todo el tiempo. Era como ver a un viejo gruñón y terco peleando con alguien más joven y despreocupado por sus actitudes, e ignorando completamente las suyas.

 Black no era el viejo gruñón y terco. 

Me senté sabiendo que iba para largo.

—Sabes que he tenido mucho trabajo últimamente.

—Siempre has estado repleto de trabajo y jamás has dejado de llevarme y traerme del colegio.

—Ahora tengo mucho más trabajo que antes. Además, le pago lo suficiente a la señorita Herrero para que te lleve y te traiga. No puedo dejar que todo ese dinero caiga en saco roto.

—Si trabajaras menos, no pagarías todo ese dinero y podías llevarme y traerme. 

—¿Y quién pagará las cuentas? ¿Tú, que gastas la mesada en sicarios?

—¡No eran sicarios!

—Y para colmo les debías. De no ser por la señorita Herrero, quién sabe qué te hubiese ocurrido.

—Si pasaras más tiempo en casa—

—No intentes manipularme, Micael —dijo con dureza—. ¿Crees que no sé que estás haciendo todo esto solo porque no quieres ir a la escuela? —los labios de Micael formaron una fina línea recta—. Vas a bañarte, vestirte e ir a la escuela —dictaminó. Suavizó su gesto al ver la cabeza gacha de Micael—. Por favor.

Negué, decepcionada de la plastilina que Black podía llegar a ser cuando de Micael se trataba. 

—¡Je refuse!1 —exclamó Micael, enojado.

On ne crie pas dessus dans ma classe —dictaminé con dureza. Me puse de pie y coloqué mis manos detrás de mi espalda, con el rostro rígido. La espalda de Micael se puso recta de inmediato—. Première position —juntó sus talones (el suyo y el de la prótesis) y giró los pies hacia afuera. Hice una mueca disconforme al observar su postura. Me acerqué a la barra y empujé levemente su hombro, haciendo que se desequilibrara—. ¿Recuerdas lo que acabo de decirte? 

—Debo tener equilibrio.

—Así es —junté mis talones y giré mis pies hacia afuera—. La línea imaginaria debe ser perfecta. Una impecable primera posición conllevará a una impecable segunda posición —giré mis pies más hacia afuera, separándolos. Abrí mis brazos a la altura de mis hombros, ligeramente curvados—. Luego te deslizará suavemente a la tercera —coloqué el talón de mi pie izquierdo contra la parte central del derecho. Bajé mi brazo izquierdo y dejé extendido el segundo—. Después, cuarta y quinta —crucé mi pie izquierdo de modo que el talón se encontrase a la misma altura que los dedos del pie derecho y viceversa. Curvé mi brazo derecho hacia adelante y alcé el derecho. Volví a cruzar mis pies, logrando que los talones tocasen los dedos del otro y luego alcé mis brazos hacia arriba, formando un óvalo. Sonreí y lo miré—. ¿Lo ves? Es como… Dibujar el ambiente con tu propio cuerpo. 

Micael me observó con la boca entreabierta. Mis brazos cayeron suavemente a cada lado de mi cuerpo al darme cuenta de lo que había hecho. Me alejé de la barra como si esta irradiase un calor insoportable. 

¿Hace cuánto no había practicado posiciones tan básicas?

De seguro lo había hecho espantoso.

Ni siquiera tuve la valentía de mirar a Black. Me había convertido en una sombra de lo que algún momento había sido. 

Afortunadamente, el timbre logró sacarme de aquel aprieto. Corrí hasta la salida.

»Debe ser Rosita Fresita —exclamé, sonriente. Oí a Micael murmurar «¿Quién es Rosita Fresita?»antes de salir de la habitación. 

Bajé los escalones con sumo cuidado y caminé hacia la puerta principal. Abrí la puerta. Un chico con el uniforme de la empresa de envíos me sonrió, tembloroso. Agaché la mirada. Sonreí conmovida al ver a mi amiga gruñona dentro de la pecera de cristal provisional. Metí mi mano dentro del agua. Ella no tardó en ir hacia ella y sacudirse. Reí. Tomé la pecera y le di las gracias.

Cerré la puerta con la punta del pie y caminé hacia el centro de la sala.

—¡¿QU'EST CE QUE C'EST?!3 —respingué al escuchar el grito horrorizado de Micael. Se subió al mueble y observó la pecera, palidecido—. ¡¿QUÉ DIABLOS ES ESO, PAPÁ?! ¡¿POR QUÉ DEJASTE QUE TRAJERA UNA CULEBRA AQUÍ?! Esperen… —entrecerró los ojos y lo admiró con cuidado—. ¡TIENE PATAS! ¡PAPÁ, LA CULEBRA TIENE PATAS!

—No es una culebra con patas, es un ajolote —manifestó Black antes que antes yo pudiera decírselo—. Es Rosita Fresita, la mascota de la señorita Herrero. 

—No es mi mascota, es mi amiga íntima y rosada. Va a comerte si vuelves a gritar en mi clase —caminé hacia él. Micael retrocedió en el mueble y alzó sus manos, asustado. Reí, maliciosa. 




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