Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo diez: Cárcel con pupitre

Cada día que pasaba, la reticencia en el rostro de Micael cuando veía la entrada de la escuela era más evidente. Black siempre le preguntaba cómo le había ido y él respondía con monosílabos. Nunca tocábamos el tema de la escuela cuando estábamos juntos, pero sí lo noté distraído y más gruñón que nunca. Black lo había llevado a su cita con el psicólogo. Por razones obvias no me dijo nada. 

Después de dejar a Micael en la escuela, me dirigí al local de Black. Mantener mi orgullo en lo alto era mi especialidad. Nunca retrocedía o me disculpaba, mucho menos cuando llevaba la razón, pero el asunto con Micael comenzaba a preocuparme. 

—¡Señorita Herrero! —la mujer que me había recibido la primera vez en la recepción me sonrió, radiante—. Por un momento no la reconocí. Se ve muy diferente y bonita.

—Gracias. Disculpe, ¿está el señor Donovan?

—Me temo que no. Está con una clienta. Es una novia. Esas son las más exigentes de todas.

—Yulenka, ¿has visto las telas color cartuja? ¿Crees que combinará con estas flores? Oh, hola —me sonrió al verme—. ¿En qué podemos ayudarla? ¿Va a casarse?

—No es una clienta, es la niñera del niño Micael.

—¡Wow! ¡No la había reconocido! Se ve menos…

—Espeluznante —repuse.

—Sí —afirmó, avergonzada—. Honestamente, pensé que el jefe la había buscado fea para no caer en tentaciones, ya que vive en su casa. 

—Marina —le reprochó Yulenka.

—¿Qué? Tú también lo pensaste. Aunque el jefe es muy respetuoso. Todo un amor. Si yo no tuviese a mi gordito, hace raaato le hubiese echado unos perros de raza —reí al escucharla. 

—Sobre todo con la esposa que se gastaba —comentó Yulenka. Dejé de sonreír.La mención de Ana siempre me generaba malestar—. Pobre señor Donovan. No había día en que no pelearan y me consta que mi jefe solo tenía ojos para ella a pesar de todas las resbalosas. Aunque con un bombón así, yo también me resbalaría como mantequilla en la sartén. El divorcio fue muy duro. Supongo que usted lo habrá notado con Micael. A él le pegó demasiado. A todos, de hecho. 

—No es para menos, imagino que la antigua señora Donovan era como una madre para Micael —declaré.

—No diría eso…—comentó Marina—. Micael sí sentía gran admiración por la señora Ana, pero a ella se le notaba a leguas que hacía un esfuerzo para no demostrar su disgusto cada vez que Micael tenía un gesto con ella —se acercó a mí—. Siempre he dicho que esa fue una de las razones por las que ella quiso divorciarse.

 

Respiré con dificultad. Parpadeé, incesante.

—¿Fue ella la que le pidió el divorcio? —inquirí.

—Así es. Le pidió el divorcio y casi lo deja en la ruina con la división de bienes. Ella se quedó con la marca. El jefe tuvo prácticamente que empezar desde cero con esta marca. Afortunadamente mi jefe tiene una gran trayectoria, tiene clientes fijos y todos reconocen su excelente trabajo —afirmó—. En fin, supongo que es una buena señal que usted aún no se haya marchado y que Micael ya no se escapa de casa. Aunque no le recomiendo que intente involucrarse con el jefe.

—¿Por qué habría de involucrarme con él? —Marina y Yulenka se miraron, incrédulas. Rieron en complicidad y negaron burlonas. Me sentí insultada.

—El señor Donovan es un bombón —comentó Yulenka.

—Primero, los bombones siempre vienen en una caja con otros bombones. Es decir, que no es el único bombón. Segundo, aborrezco el chocolate —sonreí, cordial—. Dejando de lado el tema, me gustaría preguntarles algo que dijeron sobre Micael. Él tiene la manía de escaparse, ¿no es así?—inquirí. Ambas asintieron. Sonreí, victoriosa—. Lo imaginé… Debo irme.

—¿No va a esperar al señor Donovan? 

— Ya no hace falta. Fue un gusto hablar con ustedes —caminé hacia la salida. Giré sobre mis talones y señalé las flores que Marina sujetaba—. Yo escogería un verde color lima o espuma de mar para esas flores. ¡Buen día!

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El taxi me dejó frente a la escuela. Compré un helado de dos esferas y rodeé el lugar. Llevaba haciéndolo varios días. Iba hacia la parte trasera de la escuela y me sentaba frente a una reja que daba a los baños de la escuela. Esperé. Las desventajas de sentarse en un lugar solitario acompañada solamente de los pensamientos era que estos se apoderaban de todo.

«...mi jefe solo tenía ojos para ella…».

Respiré profundo. En ocasiones le había dado demasiadas vueltas al matrimonio de Ana con Black intentando buscar una explicación que no fuera tan dolorosa. Escuchar como todos los que conocían a Black afirmaban lo mucho que la había amado y lo duro que había sido para él, abrió un poco esa herida que creí cerrada.

No debía ni quería sentirme afectada, pero fue inevitable. Podía que mi corazón ya estuviera cicatrizado, pero mi orgullo era muy susceptible y aquel había sido uno de los peores golpes que había recibido. Uno del que casi no pude recuperarme.

Sentí mi teléfono vibrar y lo saqué de mi bolsillo. Sacudí mi cabeza y contesté.

—Señor Gamal, se le está haciendo costumbre llamarme, ¿eh?

No debí decirte mi apellido —una sonrisa burlona se formó en mis labios. Su apellido me causaba gracia y no perdía la oportunidad para llamarlo así. Lamí mi helado—. Desde que me dijiste lo que haces a esta hora no he podido evitar sentir curiosidad por tu avance.

—Hasta el momento no he visto nada, pero será cuestión de tiempo para que Micael intenté escapar. 

¿Cómo estás tan segura?

—Es algo que indudablemente yo haría —respondí—. Comencé a tener mis dudas, pero hoy volví a confirmarlo. El pequeño demonio al que cuido va a escapar en cualquier momento y el lugar en el que estoy es el más idóneo —me recosté en la pared, me crucé de brazos y volví a lamer mi helado. Lo oí reír al otro lado de la línea.

No hay día en que no me sorprendas. Por cierto, tu video bailando en la calle se hizo viral —me atraganté.




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