Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo dieciséis: Basuuuura

Si hay algo que siempre he detestado de volver a empezar, es la incertidumbre.

No importa cuánta experiencia tengas empezando de nuevo, la sensación de no saber qué va a ser de tu vida y no tener el control de ella, es una completa…

—Basuuuuu-ra. Basuuuuu-ra. Basuuuuu-ra

El recolector de basura cantó, guindado del camión, como si fuese la protagonista de un musical. Fue el único medio de transporte que vi desde que llegué a la parada. Llevaba tres horas allí.

Saqué mi teléfono del bolsillo y observé la pantalla. Eran las once de la noche. El último autobús había pasado hace mucho.

Suspiré, cansina. 

Hacía un frío del demonio, pero no pensé en volver a la cálida, reconfortante y cómoda habitación ni un solo segundo. 

No era buena aceptando verdades crudas. Ni hablar de conceder la razón, era pésima en eso. Además, la sobrecarga emocional que recibí al discutir con Black y sincerarme con Micael, fue demasiada. Solo pensar en volver a cruzar la puerta de aquel departamento me generaba náuseas.

Prefería dormir en la calle antes que regresar.

Como medida desesperada, acudí a quien jamás imaginé que acudiría. El teléfono repicó, hasta que finalmente contestó.

Buenas noches, Rouse.

—Buenas noches.

¿Ocurre algo?

—¿Por qué crees que ocurrió algo para que tenga que llamarte? 

¿Por qué me llamarías a las once de la noche de no ser así?

Un ápice de vergüenza se instaló en mi pecho. Ignoré la emoción, mi orgullo la mandó a llorar a otro lado.

—Lamento haberte llamado tan tarde. No tengo muchos conocidos en la ciudad. Al menos no conocidos a los que le tenga la confianza suficiente para dejar a un lado mi orgullo.

Comprendo. Dime qué pasa.

—Bueno, ahora estoy desempleada.

¿Qué? ¿Fue por nuestro baile en la boda?

—No, descuida. No tiene nada que ver contigo. Fue un error de mi parte…

¿Qué harás ahora? ¿Tienes donde quedarte? ¿Dónde estás?

—Tengo donde quedarme, pero ya no hay autobuses para llegar allí.

Dame la dirección de dónde te encuentras. Iré a buscarte.

 

 

 

El auto de Orlando olía a cerezas. Aún estaba entrando en calor. Las noches en la ciudad eran demasiado heladas, más aún cuando esperabas en la parada de autobús durante cuatro horas.

Cuando mi mente dejó de pensar en el condenado frío y una ducha caliente, rememoré todo lo que había ocurrido, sobre todo mi cruce de palabras con Black.

«Te llevas a todos por delante. Huyes, huyes, huyes y te ocultas detrás de tu falsa templanza y fortaleza, pero no eres fuerte, Rouse… Las personas fuertes son capaces de aceptar que no pueden solas y tienen la valentía de admitir que necesitan ayuda… Creí que podrías ayudar a Micael…, pero estás igual o incluso peor que él.»

No era una cobarde, pero, ¿a quién le gusta enfrentar cosas que le generan sentimientos desagradables y dolorosos?

Si hay un enorme hoyo en medio del camino, las personas lo rodean para no caer en él, no se lanzan sin pensarlo.

¿Por qué tendría que soportar situaciones que me generasen tanto conflicto y malestar?

—¿Está todo bien?

Me enderecé en el asiento y me crucé de brazos, indiferente.

— Solo estoy pensando qué hacer antes de agotar todos mis ahorros.

—¿Estás segura de que no te despidieron por causa mía? Tu jefe parecía muy enojado esta tarde.

—Ya te lo dije; la razón de mi despido no tiene qué ver con lo ocurrido en la boda… —aseveré—. Digamos…, que incité a Micael a…, defenderse

—¿Golpeó a alguien en la escuela? —preguntó. Asentí—. Ya veo. Te despidieron porque hiciste que un niño agrediera a otro niño.

—Dicho así, suena terrible. Además de eso, golpeé a su madre. Bueno, ella me golpeó primero, pero la persuadí para que lo hiciera. Ya sabes, en estos días las víctimas son bien vistas ante todo el ojo público; sin embargo, cuando estás indefenso como Micael, la víctima es la juzgada. Vaya estupidez, esos miserables, ahora me dieron ganas de no dejar las cosas así y demandarla. Al menos deberían darle unas clases de cómo ser una buena madre en la cárcel. A la escuela también debería demandarla… ¿Qué tal si expongo lo malo que son para cuidar a los niños? 

—No eres buena llevándote bien con la gente, ¿no?

—Nunca lo he sido. Mis problemas empezaron desde tercer grado cuando le corté el cabello a Daniela. La caprichosa no quería dejarme ver lo que estaba en la pizarra. Desde ese entonces la gente se ha alejado de mí y me ha sabido menos que nada —conté. Orlando se carcajeó.

—¿Le cortaste el cabello?

—Solo las puntas, pero ella lloró como si le hubiera pasado una podadora —contesté—. No le agrado demasiado a las personas porque soy…

—¿Muy directa, explosiva e impulsiva?

—Me gustan más las definiciones  "sincera, temeraria y arriesgada” —expuse. Negó divertido—. Nunca me ha interesado lo que las personas piensen de mí y mi forma de ser. Prefiero estar sola a estar rodeada de las personas incorrectas…

—Me agrada tu forma de ser. A las personas no les agradan las otras personas que le dicen verdades crudas en la cara. La gente sincera se ahorra muchas decepciones.

Entrelacé mis manos. 

—Sí, tienes razón…

De pronto, mi vergüenza pareció darle una patada en el trasero a mi orgullo. Era la mujer que no temía ser sincera sin importar lo que la gente sintiera u opinase, pero era diferente cuando era yo quien tenía que escuchar esas verdades. Sobre todo cuando venían de un rubio en específico…

Jamás lo admitiría en voz alta.

—Mañana tengo un evento enoculinario —comentó Orlando—. Bart, uno de los traductores, está de permiso de maternidad. Su primera hija acaba de nacer.

—No lo conozco, pero felicítalo de mi parte.




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