Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo diecisiete: Vaticinios y oportunidades

Los doctores habían vaticinado demasiadas cosas sobre mi futuro.

«Posiblemente quede en estado vegetativo».

«Lo más probable es que quede cuadripléjica».

«No volverás a caminar».

«Jamás volverás a bailar».

Contra todo pronóstico, desperté, moví mi torso y, finalmente, pude levantarme de la silla de ruedas.

Un año y medio después, estaba de vuelta bajo la madera que tanto adoraba; la de los teatros.

«El milagro rosa», así me llamaban.

Pero nada había sido fácil jamás y no comenzaría a hacerlo en ese momento. 

La empresa de baile con la que había trabajado antes del accidente, nuevamente me había contratado. Sería la madrastra malvada de Blancanieves en el nuevo show de verano. Me encantaban los papeles de villana y la coreografía no era tan intensa como la que las acostumbraba. Acepté gustosa.

Fui con la mentalidad de que las cosas no serían iguales. Sin embargo, no imaginé que resultase tan diferentes.

Tenía que esforzarme el doble para hacer los movimientos que con tanta soltura ejecutaba antes. Tenía tornillos y metales en la columna y en la pelvis, así que me sentía como una muñeca mecánica y oxidada. Fueron días de arduo trabajo. Black fue a mis primeros ensayos, pero luego le prohibí que lo hiciera. Ya no era la chica de la que se había enamorado a primera vista por solo verla bailar.

 Era un simple espectro.

 A pesar de haber protestado al principio, comenzó a esperarme afuera para recogerme y volver a casa. Me ponía hielo durante las noches y soportaba mis quejidos por las madrugadas. En la mañana, era quien se levantaba para prepararme el desayuno y llevarme a terapia y luego al teatro. 

Black prácticamente actuaba como un papá sobreprotector. 

—¿Por qué no hablas con Doménica para que te dé un espacio en la galería? 

—¿Te molesta que esté desempleado? —inquirió, burlón—. Yo que tenía tantas ganas de que fueras mi sugar mommy.

—Tenemos la misma edad. —dije, aburrida. Sujetó mi mano para ayudarme a bajar los escalones de las afueras del condominio. Se habían vuelto mi peor pesadilla—. Y no me molesta. No me siento bien con que dejes de lado tus propios sueños para cuidarme. Puedo ir sola al teatro y prepararme el desayuno y comprar un almuerzo. No soy una niña. Además, ahora que han empezado las funciones, puedes preocuparte menos por mí.

—Rouse… —me atrajo cuidadosamente hacia él. Evadí su mirada, pero me tomó del mentón para obligarme a mirarlo a los ojos—. Los sueños son eternos y las oportunidades siempre existirán.

—No siempre existirán. No puedes descuidar tu carrera ahora que estás empezando. En el mundo del arte las personas se olvidan fácilmente de ti.

—Siempre habrá oportunidades, aunque no lo parezca. Y francamente no me importa que las personas se olviden de mí. Hago arte porque lo amo, así como cuido de ti por la misma razón —besó mi frente. Sonreí, conmovida—. Démosle tiempo al tiempo, ¿de acuerdo? No tengo ninguna prisa. No es como si hubiese dejado de pintar.

—No me has dejado ver ninguno de tus cuadros.

—Tiempo al tiempo —repitió, risueño—. Vamos, llegarás tarde a la función. Fantaseo verte de villana.

—Pervertido.

Aunque estaba feliz por volver al teatro, no lo estaba con tener que lidiar con las personas. En su poca mayoría eran discretas, pero el resto me trataba con una compasión que me enervaba. Como mi suerte no estaba teniendo una buena racha, terminé topándome con quien había sido mi antítesis y rival durante mi época universitaria.

Ana.

Aquella pelirroja que siempre me pisaba los talones, pero jamás lograba alcanzarme, sería Blancanieves. Por supuesto, todos estaban encantados con la tensión que teníamos en el escenario. 

«Se siente tan real», decían.

Si tan solo hubieran sabido que era real.

—Rouse, llegaste —sonrió con hipocresía—. Creí que te arrepentirías a último momento, ya que los ensayos han sido bastante complicados para ti. Debes sentirte terrible por no rendir como antes.

—Un poco. Me preocupa el hecho de que esté rindiendo al mismo nivel que tú, pero si has conseguido un protagónico, supongo que no debo preocuparme tanto.

Enarcó una ceja, incrédula. Sonreí. Me sentía viva al enfrentar a Ana. A pesar de no soportarla, ella era la única persona que seguía tratándome como antes; como su potencial rival. Agradecía que no me viera con compasión o me tratara con pinzas. Además, sabía que era ella quien me envió un ramo de hortensias con el mensaje de «Recupérate o ríndete. Sin medias tintas».

¿Quién más podría enviarme ramos de flores cuando sabía que los odiaba? 

Se fijó en Black y sonrió al quedarse sin nada qué decir.

—Black, qué bueno verte.

—Hola, Rouse.

—¿Cómo está tu hermano?

—Está muy bien.

—Preparándose para su primer hijo. Quizá el instinto paterno le quite la maldad —comenté, con toda la intención de hacerla rabiar.

Ana había estado perdidamente enamorada del hermano gemelo de Black. De hecho, habían tenido una extraña relación sin compromisos antes de que conociera a Aurora. Quedó descorazonada cuando se enteró de su relación. Una de las razones de nuestra constante contienda se debía a todo lo que le había hecho pasar a mi pastelito, mi prima Aurora, por su despecho. 

Tensó su sonrisa.

—Enhorabuena —dijo, indiferente—. Iré a cambiarme.

—Adelante —me hice a un lado. La vi marcharse, sin borrar la sonrisa de mi rostro.

—No conozco a dos personas que se detesten más, pero fuiste muy cruel al decirle que Helios sería padre.

—Al parecer no has perdido la costumbre de defenderla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.