Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo veinte: El silbido.

Black abrió la puerta. Entré de inmediato.

—Buenas noches. Permiso.

Correteé hacia la habitación tan rápido como pude, sin detenerme a mirarlo. 

—Buenas noches. Por supuesto, pasa —dijo con sarcasmo. Abrí la puerta del cuarto e ingresé. Me detuve de golpe al ver la cama donde dormía. La sábana de Micael estaba sobre mi almohada. Mi corazón se agrandó un poco.

Él estaba durmiendo allí. 

Miré a Rosita Fresita. Me sonrió, como si me hubiese extrañado, pero no demasiado. Me acerqué a ella y acaricié el vidrio. La extrañaba, pero sabía que Micael se había encariñado con ella, así que quise dejarla unos días con él.

Eso y que quería alargar mi encuentro con Black.

—Por lo visto, estás muy feliz aquí —le dije a Rosita Fresita, sonriente. Ella se movió un poco.

—Micael se ha encargado de cuidarla.

Presioné mis labios al oír su voz. Me incorporé y lo encaré. Estaba recostado en el umbral de la puerta. Tenía una pijama puesta y el cabello húmedo. Acaba de salir de la ducha. Siempre se había visto condenadamente bien cuando salía de la ducha. 

Alcé mi mentón, indiferente.

—¿Está durmiendo aquí?

—Sí, pero hoy se fue a una pijamada a la casa de Cindy —contestó. Fruncí el ceño. No tardé más de dos segundos en saber lo que ocurría. Sostuve el puente de mi nariz y negué—¿Qué ocurre?

—Me encontré a Rebeca hoy. Me dijo que Cindy y Michael estaban en una pijamada.

—Ajá. Es lo que dije.

—En tu casa.

—Ajá… —afirmó. Enarqué una ceja. Abrió su boca, pasmado—. Carajo… ¡Carajo! —salió disparado.

 Lo seguí, sintiendo que mi presión subía. Le vi sacar el teléfono y marcar.

—¡¿Cómo es posible que dos adultos hayan sido engañados por dos preadolescentes?! —le reproché.

—¡Quizá porque confiamos en ellos!

—Por el amor de Dios… ¡¿Quién confía en los preadolescentes?! —espeté, alterada. Restregué mi rostro, preocupada.

¿Dónde se habían metido esos dos?

—Rebeca, hola. Sí, estoy bien. Lamento no haberte llamado, estaba organizando una boda. ¿Los niños están contigo? —Silencio. Black caminó de un lado a otro. Lo seguí como si fuese su sombra. Aguardé por la respuesta a pesar de ya saberlo. Black tapó su rostro—. No, no están aquí. Micael me había dicho que iría a tu casa a quedarse, pero Rouse acaba de decirme que Cindy te dijo lo mismo a ti. Sí, ella está aquí —se detuvo para mirarme. Sus ojos destellaban la más profunda de las preocupaciones. Traté de transmitirle calma. Se detuvo, sin dejar de mirarme—. No, no tenemos idea. Lo sé, debimos confirmar, pero, ¿cómo podríamos saber que esos dos demonios nos iban a mentir de esa forma? Santo Dios… De acuerdo, te espero aquí. No tengo la menor idea de dónde pudieron haber ido. Llamaré a Micael. Si no contesta, llamaré a la policía… Está bien…

Mi teléfono comenzó a sonar. Lo saqué apresurada. Sentí que el alma volvió a mi cuerpo al ver el nombre de Micael en la pantalla. Contesté de inmediato.

Rouse…

—Mocoso, será mejor que me des una muy buena explicación para la razón de tu llamada.

Black abrió sus ojos al darse cuenta de que se trataba de Micael. Intentó hablar con él, pero lo detuve y le hice un ademán para que no hablara. Si Micael me había llamado a mí, era porque no deseaba involucrarlo. 

—Micael acaba de llamar a Rouse. Te llamo en unos minutos.

Rouse, bueno…, estoyenproblemas.

—¿Cómo que estás en problemas?

Black moduló un «¡¿QUÉ?!». Le hice un ademán para que se calmara. Me pidió entre señales que pusiera el teléfono en altavoz y lo hice a regañadientes.

Verás… Papá y yo hicimos un trato. Si yo lograba hacer las paces con Ryan sin violencia, él haría las paces contigo —explicó. Miré a Black, este se llevó la mano al puente de su nariz y resopló—. Pues…, a Cindy y a mí se nos ocurrió invitarlo a una fiesta que prepararíamos, pero todo se salió del control. 

—¿A qué te refieres?

¡Hay muchos adolescentes aquí! —oí que alguien gritaba. 

—¿Eres Ryan?

¡Por favor ayúdenos! ¡Nadie se quiere ir y no quiero que llamen a la policía y me lleven a la cárcel!

¡Y si me llevan dígale a mi mamá que estoy muerto para que no me busque! —exclamó otro. Reconocí esa voz. Era Julius.

—Julius, tengo el presentimiento de que fuiste tú quien invitó a los desadaptados sociales. Será mejor que cuides a Micael y al resto, que sé que están ahí, pero son tan cobardes de no hablar por teléfono, porque si algo les sucede me aseguraré de darte una pequeña terapia de Shock.

—Dame el teléfono —murmuró Black. Alcé mi mano, impidiéndole. Resopló.

—Estaré allí en unos minutos. Pásame la dirección. 

Es la pequeña casa de playa que papá tiene para eventos especiales. Está a cuarenta y cinco minutos de la casa. Te envío la dirección por mensaje.

—¡¿Pero qué…?! —Tapé la boca de Black.

—Está bien. Recen mientras esperan —colgué.

Aparté mi mano de la boca de Black y guardé el teléfono en mi bolsillo. Black tomó las llaves del auto de la canasta frente al espejo de la sala. Estaba hecho una furia. Creí que iba a reprocharme por mi dureza en un momento tan crítico, pero no lo hizo.

—Sí, ¡será mejor que recen! —exclamó, molesto—. Ya verá, ¡le daré un castigo de tres generaciones!

—Tengo que ver para creer.

—¡Hablo en serio!

—Claro, claro.
 

🌵🌵🌵🌵🌵🌵

 

No nos tomamos más de diez minutos del departamento hasta el estacionamiento. Black parecía una bala furiosa, aunque sabía muy bien que estaba más preocupado que enojado. Me pidió que volviera a llamar a Micael para preguntarle cómo iba todo. También se sentía mal porque Micael había acudido a mí y no a él cuando estaba en problemas. Era ilógico desde cualquier perspectiva. 




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