Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo veinticinco: Hornear bizcochos

—De no ser porque eres una buena coartada para cualquier acto que pueda cometer en el futuro, yo mismo me hubiese encargado de buscar tu muerte natural.

—No es «muerte natural» cuando la buscas, Helios —dijo Black, fastidiado. 

—¿No crees que ya estás grandecito para terminar en la cárcel? No me importaría, de no ser porque eres una copia exacta de mí y casi publican esto en todos los periódicos.

—Ay, por favor, Helios, ¡me hiciste responsable de todos tus actos vandálicos en el pasado! 

—La única diferencia es que no era una figura pública reconocida en ese entonces —replicó—. Tienes suerte de que cuente con un buen relacionista público

—Famoso o no, lo que ocurrió, no solo salió de las manos de Black, también es poco comparado con las consecuencias que tuvo que asumir por tus actos —comenté, despreocupada. 

Estaba preparando el desayuno mientras Black hablaba por videollamada con su hermano gemelo. Al parecer, alguien había notado el parecido que ambos tenían y aprovechó eso para tomar unas cuantas fotos y dárselas a la prensa diciendo que se trataba del cantante de Rock, Helios Donovan. Muchas personas desconocían que tenía un hermano gemelo. 

 No planeaba meterme en la conversación porque no era mi problema, pero nunca había soportado a Helios y sus desfachateces. Sobre todo, no había soportado que me quitara a mi pastelito.

Alcé la mirada al notar que se había extendido un largo y extraño silencio. Black estaba mirándome, incrédulo. Bajé la mirada y continué con mi trabajo, haciendo esas asquerosas tortas de portobello que le gustaban a Micael. 

Vaya —le oí decir a Helios. Su tono era malicioso—. Debo suponer que su “relación” ha mejorado lo suficiente como para que Herrero salga en tu defensa.

Sonreí, igual de maliciosa. No me molesté en responder porque sabía que alguien más lo haría.

O tal vez, el desprecio que siente por ti es más fuerte que cualquier otra cosa. Además, Rouse tiene razón. Black incluso tenía que soportar a todas esas chicas despechadas por tu culpa porque tú te la dabas de santurrón frente a todo el mundo. No seas tan caradura. Al menos Black fue a la cárcel por una buena causa y más bien mejoró tu imagen pública 

Mi sonrisa aumentó al escuchar los reproches de mi pastelito. Me daba una enorme satisfacción que siempre se pusiera de mi lado cuando se trataba de su esposo o su prima. Al menos algunas veces.

¿«Todas esas chicas despechadas»? Hablas de mí como si hubiese sido un rompecorazones.

¿Y no lo eras?

Cualquiera que te oiga no pensaría que eres mi esposa y la madre de mis hijas.

—Sé lo que tengo en mi casa, por eso hablo con firmeza.

—Santo Dios…. Bueno, si de rompecorazones hablamos, tú eres la reina.

—¡¿Yo?!

—Aquí vamos de nuevo —comenté entre dientes.

—¿Acaso se te olvida cuando terminaste nuestra relación en pleno debut de mi gira? —cuestionó Helios—. Me dejaste sin mirar atrás, como la gente deja a sus… perritos en la carretera.

—¡Qué dramático! ¡Pues eso inspiró varias de tus más exitosas canciones!

—¿Ah sí? ¿Qué hay de la vez que…?

—Bien, bien. Creo que ya no pinto nada aquí —dijo Black, incómodo—. ¡Tengan buen día! ¡Saludos a las niñas!

—¡Adiós, pastelito! —me despedí de Aurora, aunque sabía que no me estaba escuchando.

—¡¿Qué hay de la vez que fuimos a tirar las cenizas de tu supuesto perro y todo cayó en mi cara?! —le recriminó Helios.

—¡Ay, ya supéralo!

Black colgó. Su rostro supuestamente preocupado de pronto se tornó malintencionado, con una sonrisa retorcida.

—Amo explotar la dinamita en la cara de Helios y luego marcharme —admitió orgulloso.

—Finalmente, tenemos algo en común.

Ambos reímos.

 Sus ojos eran cálidos, me había estado observando de esa forma desde hace semanas. Siempre solía mantener la mirada, intentando imitar el mismo gesto para mostrarle que me turbaba. 

Si había algo que me perturbaba en demasía, era que Black y yo mantuviéramos una tensión agradable entre nosotros. Nunca, ni siquiera en el pasado, habíamos pasado más de tres días sin un cruce de palabras. Ahora parecíamos estar de acuerdo en todo, al menos en lo que concernía a Micael.  

 Black y yo habíamos pasado de soportarnos por conveniencia a estar relativamente cómodos con la presencia del otro. 

Antes nos detestábamos mientras enterrábamos todo el pasado por nuestro bien. Ahora nos agradábamos mientras enterrábamos todo el pasado por nuestro bien.

Una variable había cambiado en la ecuación y, aunque aparentemente era una nimiedad, un factor siempre cambiaba todo el producto, ¿no?

Nos sentíamos bien siendo un equipo.

Por el bien de Micael, claro.

»El desayuno está listo —anuncié.

—Te lo agradezco. Han sido días muy largos en el trabajo. Por fin puedo tener un día entero con Micael.

—Aprovéchalo al máximo.

—Lo haré, señorita Herrero.

Eso sí, aún existía una línea bien trazada entre nuestras vidas personales y laborales. Black ya no me trataba con formalidad solamente cuando estaba molesto o buscaba reprocharme, ahora lo hacía con afabilidad, dándome a entender que nuestra mejora en la convivencia era con fines meramente laborales.

Honestamente, no me gustaba como mi estómago, se sentía cada vez que Black me llamaba «Señorita Herrero» con tanta naturalidad.

—¡Estoy listo! 

Micael ingresó a la sala, sonriente. Estaba usando una camisa amarilla, del equipo de fútbol de su hermana. Tenía una enorme pancarta en la mano que decía «Liona» un pequeño juego de palabras entre el nombre de Lily y Leona. Debajo del nombre había un felino feroz que mostraba sus dientes.

No conocía a la hija de Black. Y, si bien su madre y yo no compartíamos la mejor historia de todas, sentía que esa niña podría agradarme solo por su carácter. No obstante, tenía una visión de ella desde la perspectiva de Micael (ya que Black y yo no habíamos conversado mucho de ella), así que mis pensamientos no eran objetivos. Micael adoraba a su hermana. 




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