Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo veintiséis: Sesión de fotos

Tuve que comerme las tortas de portobello que tanto detestaba, así que mi mañana también había empezado con el pie izquierdo. Me arrepentí al instante. Cuando estaba nerviosa y comía demasiado, las náuseas eran incontrolables. 

El día era extraño. Lo fue desde que me levanté. Era uno de esos días en los que no sabía con certeza qué era lo que estaba sintiendo.

Quizá mi corazón presintió lo que mi mente había olvidado. 

Miré la fecha en mi teléfono.

Tres de Octubre.

Mi ánimo, no lo niego, se vio opacado por los recuerdos.

Recuerdos que ni siquiera me pertenecían del todo, pero a los que estaba irremediablemente vinculada.

Marqué el número de Marianne, pero antes de poder llamarla, ella lo hizo primero. Sentí un nudo en la garganta. Respiré profundo y contesté.

—Estaba a punto de llamarte.

¿En serio? Estamos conectadas —Se oía muy risueña. Demasiado—. Hoy es tu sesión de fotos, ¿verdad? ¿Cómo te sientes?

—Perfecto. La cámara siempre me ha amado. 

Ya lo creo… No estés nerviosa, ¿sí?

—No estoy nerviosa.

Bueno, en un caso hipotético en el que te sientas nerviosa, solo quiero decirte que estoy realmente feliz por ti. No lo digo como una persona que está aliviada porque a la mujer a quien le arruinó la vida finalmente está siendo feliz y la está liberando de toda culpa… Lo digo como una amiga, lo sabes, ¿no? Sabes que, de verdad…de verdad me hace muy feliz poder ver cómo vas encontrando tu Norte.

Otra respiración profunda. Mi pecho se comprimió.

—Lo sé, Anne. Me gustaría… Me gustaría que en algún momento yo pueda sentir lo mismo por ti.

Silencio al otro lado de la línea.

… Yo también…

—¿Cenaremos hoy en la noche? Te mostraré las fotografías.

Me encantaría, Rouse.

—Bien. Nos vemos entonces.

Colgué. Marianne no solía ser así de taciturna. Pero no era un día cualquiera…

Había escogido un mal día para esta sesión de fotos. 

Aunque Orlando se había ofrecido ir a buscarme, me negué rotundamente. Le había mentido a los chicos para que ellos tampoco tuvieran que llevarme.

De haberles dicho que me llevaran, habría estado nerviosa durante todo el camino y no tendría oportunidad de serenarme. Estando en el autobús, tendría más oportunidad de calmarme en solitario y disipar mis inquietudes tanto como pudiera. 

Al llegar al local, me topé con Consuelo. Le había avisado que iría, así que estuvo esperándome, a pesar de que ya estaba por marcharse. Un pequeño detalle que le había omitido a Black.

—Señorita Rouse —me saludó con un abrazo y una sonrisa—. Buenos días.

—Buenos días. Lamento haberte hecho esperar, ¿vas tarde al trabajo?

—Le pedí permiso a la señora Rebecca, así que no hay problema.

Sonreí, complacida. Rebecca le había dado trabajo a Consuelo en su restaurante. Había empezado como pilera (lavando platos) pero la chef le estaba enseñando cosas poco a poco. Algo que me había comentado Consuelo —y que me hizo admirar aún más a Rebecca— es que todos parecían ser familia en la cocina y se ayudaban mutuamente, incluso a hacer la limpieza juntos. Así que, aunque había respeto por la experiencia, no había jerarquías y le estaban dando la oportunidad de aprender. Ella parecía encantada y motivada por el trabajo.

—Consuelo, ¿podrías hacerme un favor?

—Por supuesto, señorita Rouse.

—Si Black le llegara a escribir, ¿podría decirle que usted está aquí? También le dije a Rebecca que le dijera lo mismo. No quiero preocuparlo o a Micael. Su hija pequeña tiene un partido hoy y no la ve a menudo. 

—Descuide. Si llegan a escribirme les diré que estoy aquí.

—Gracias.

El timbre sonó. Vi a través de los vidrios la figura de Orlando, otro sujeto de barba larga y frondosa, de casi dos metros de altura, y traía un enorme bolso a cuestas. Una chica que de inmediato llamó mi atención. Su cabello largo estaba trenzado. Era una chica muy hermosa y el maquillaje que tenía era increíble. Su brazo estaba enganchado con el sujeto de casi dos metros que parecía sacado de una película de vikingos.

 Mi corazón se aceleró.

La ansiedad de saber que ellos serían quienes me iban a fotografiar, me hundió el estómago.

Me dirigí a la entrada y les abrí. Lo primero que hizo Orlando, fue darme un abrazo. Lo agradecí internamente. Necesitaba ese gesto para calmarme un poco, pero mis nervios no disminuyeron.

 A pesar de sentir la bilis en la garganta, me mostré lo más profesional posible con ambos. Me presentó a Daniela, la camarógrafa, era encargada de tomar las fotos de los eventos que organizaba Orlando para subirlas a las redes sociales. Nelson era el estilista que se encargaría de mí. Gamal ya me había mostrado el trabajo de Nelson y me había conversado sobre el de Daniela. Estaba conforme y complacida.

No obstante, lo que me estaba afectando, no tenía nada que ver con sus habilidades.

Más bien, tenía que ver con las mías. 

—Bien, Rouse. Queremos atraer a potenciales clientes a tu academia, así que debemos mostrar tu faceta como instructora, pero también queremos aprovechar tu video viral, así que deberíamos mezclar la visión de la instructora con el papel de la bailarina. 

—¿Cómo harás eso? —inquirí, verdaderamente interesada.

—Daniela se encargará, descuida. Puedes ir a cambiarte mientras arreglamos los equipos. Nelson te acompañará.

—De acuerdo.

Ingresé a la habitación para buscar el atuendo que me pondría. Lo que habíamos acordado es que yo decidiría cómo vestir y maquillarme y que Nelson solamente iba a guiarme. Me gustaba tener control sobre mi apariencia.

 Aunque había elegido el atuendo mucho antes, lo cierto era que ya no me sentía segura de poder hacerlo.  




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