Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo veintisiete: Una fotografía

 

Nelson alzó sus cejas, sin esperar esa respuesta. Daniela bajó su cámara, mirando hacia ninguna parte. Era ciega por albinismo. 

—¿Es porque no confías en mi trabajo?

—Honestamente, he estado muy nerviosa y sentí que ver tu trabajo lo empeoraría todo. Temí que tuvieras expectativas altas sobre mí, así que solo confié en la palabra de Orlando —respondí, sincera—. Esto…, tiene qué ver conmigo, no contigo. 

Pensé que se ofendería, pero Daniela solo rompió a carcajadas. Unas cuantas trenzas blancas cayeron sobre su rostro, ella pareció no notarlo. Orlando se acercó, apenado y preocupado.

—Rouse, ¿está todo bien? ¿Hay algo que te haya molestado? Si es así, puedes decirnos.

Sentí vergüenza de admitir que era yo y no ellos quien tenía un problema. Sonreí a medias.

—No es nada, solo que sé cuando hay altas probabilidades de que pueda tener un episodio convulsivo. Y estoy comenzando a sentirlo ahora. No me siento bien físicamente. Han sido días agotadores. Lo siento mucho, de verdad.

—Descuida. La sesión es lo de menos. Lo más importante es tu salud. Podemos dejar esto para otro día.

—Yo pagaré esta sesión.

—No hace falta —comentó Daniela. Estaba muy apenada con ella. No quería que pensara que estaba rechazando su trabajo, pero ella no parecía molesta o indignada—. Mejórate pronto y nos veremos luego.

Asentí, con una sonrisa temblorosa. No estaba segura de querer tener otra sesión.

La pareja recogió todo su equipo y se marchó, no tuve la valentía suficiente para despedirme. Incluso cuando Orlando entró a la habitación, no pude mirarlo a la cara, fue él quien levantó mi mentón y me sonrió, comprensivo.

—Está bien, Rouse. Ya habrá otra oportunidad.

—Daniela y Nelson me deben detestar.

—¿Bromeas? Eres la primera persona que le cancela a Daniela. Cuando estaba empezando, nadie le cancelaba porque sentían lástima una vez que la veían, pero nunca le pedían las fotografías que les había hecho. Le agradó que fueras sincera y que la trataras como una profesional.

—Me agradó.

—Le hubieses agradado aún más si te conociera realmente —me halagó. Le sonreí—. ¿Realmente estás bien? Lamento si te orillé a hacer esto.

—No lo lamentes. Soy yo quien no se siente bien. Me has ayudado demasiado y estoy muy agradecida contigo. Eres un gran amigo para mí. Deberías irte, tienes mucho trabajo que hacer —me apresuré a decir para no obtener una respuesta a lo que había dicho anteriormente. Lo empujé levemente por la espalda hasta la salida— Avísame cuando llegues.

—Rouse…

—Gracias por todo y de nuevo te ofrezco una disculpa —dije, llevándolo a su auto y abriéndole la puerta del piloto. Él no puso oposición y entró, diligente. Cerré la puerta del auto y le sonreí, yéndome a la acera— ¡Prometo pagarlo! —exclamé, sacudiendo mi mano para despedirme.

Orlando negó, divertido. Encendió su auto y se despidió de mí.

—¡Hazlo con una cena!

Arrancó, dejando aquella propuesta pululando en el aire. Aunque no escuchó mi respuesta, estaba segura de que sabía que había aceptado.

Una vez que su auto desapareció por la autopista, me tumbé en el asfalto. Mi sonrisa se hizo historia. Expulsé todo el aire que había contenido en mis pulmones y me hundí en mí misma.

Me sentí incapaz. Fue uno de esos días en los que tenía la sensación de no ser suficiente. Me sentí una profesora deficiente, una mala amiga, una mala hija y una mujer que no iba a ser capaz de mejorar

En vez de querer reprimirlo, no me molesté en exteriorizar todo en mi propio interior. Quería que todo saliera. Quería sentirme completamente en la miseria porque, ahora, tenía la certeza de que todo pasaría, pues ya era una experta de los días de tormenta.

No sé cuánto tiempo estuve sentada en esa acera. Dejé que todos esos pensamientos negativos fluyeran como el río, sin ser detenidos por el optimismo y el positivismo que en ocasiones me resultaba asfixiante.

No era lo suficientemente bonita para lograr agradarle a alguien.

No poseía la confianza que me esforzaba en demostrar.

No era tan fuerte como aparentaba y eso me enojaba mucho.

Restregué mi rostro.

Era patética.

—¡Rouse!

Mi corazón se paralizó. Alcé la mirada para asegurarme de que no había alucinado. Me sorprendí al ver a Micael correr hacia mí, sin dejar de agitar su mano. Black estaba a unos metros de él, viendo divertido como corría hacia mí. Mi corazón pasó de estar congelado a acelerarse en cuestión de segundos.

Me puse de pie, pasmada.

—¿Qué hacen aquí?

—Acabo de enterarme de que Julius vive aquí —respondió Micael. Miró con rencor a Black. El rubio suspiró cansado—. Parece que el único que no sabía de tu local era yo. Como no querías mostrármelo, vine yo mismo. ¿Vas a invitarme a pasar o también tengo que autoinvitarme?

Escuchar a Micael se sintió fresco y vitalizante. Sonreí. 

—Vaya, no sabía que estaba ante el rey del melodrama. Pasa de una vez antes de que me arrepienta.

—Faltaba más… —refunfuñó, caminando hacia la entrada.

Sentí un pequeño corrientazo en mi brazo, dándome cuenta de que Black se había puesto a mi costado. Me aparté un poco, aturdida.

Micael no pudo evitar gritar emocionado al ver el interior, eso me hizo reír y emocionarme. Al ver lo emocionado que estaba, me sentí menos patética por no ser capaz de hacer la sesión de fotos.

—Parece que tendrás que comenzar a darle clases aquí. Más aún después de la publicidad que harás con las fotografías de hoy.

Intenté sonreír y asentí.

—¿Cómo les fue? —inquirí, cambiando de tema.

—Bien. El equipo de Lily ganó gracias a un gol que ella hizo. Fue sensacional. 

—Es increíble…

Quería tirarme a un lago y hundirme en la profundidad.

—Por cierto, ten —me tendió una pequeña bolsa rosada. Reconocí el logo apenas lo vi. Era de la pastelería que me encantaba. Al abrirlo, vi que dentro estaba el bizcocho de vainilla con zanahoria. 




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