Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 30 (Parte I): Círculos que se vuelven pequeños

Los accidentes siempre nos dejan marcados. 

Nuestro dolor no disminuye con el tiempo. Llegará un punto en que podremos superarlo, pero no olvidarlo.

 Ese círculo doloroso en el corazón no se vuelve más pequeño, somos nosotros quienes nos volvemos grandes. Crecemos, mejoramos, engrandecemos nuestro corazón, haciendo que el vacío parezca minúsculo, cuando en realidad conserva su forma. Una forma en donde los recuerdos vuelven y debemos aprender a sobrellevarlos sobre la herida sana para que no vuelvan a doler.

No podía creer que había olvidado la cena con Marianne.

Me había centrado tanto en mí misma que había pasado por alto la fecha en la que estaba y el compromiso silencioso que tenía con ella.

¿Cómo había sido tan descuidada? —me reproché.

Me sentí culpable. 

No estaba en mis planes haberle dado la flor a Marta. Sabía muy bien que ella quería las flores de luna y me retaría para obtenerlas. Era caprichosa, calculadora y orgullosa, al igual que yo. Ambas tuvimos intenciones ocultas en aquel reto; ella quiso hacerme bailar y yo quise, de forma disimulada, pedirle ayuda para gestionar la academia. 

Ahora que sabía lo que quería y que deseaba que aquello se cumpliera con todo mi corazón, necesitaba hacerlo bien. Marta no solo había sido mi primera maestra, había sido la mejor de todas. Quizá ese argumento se hallaba empañado por la nostalgia de la infancia, pero eso era lo que yo precisamente ansiaba lograr; dejar una huella en mis alumnos, como Marta la dejó en mí.

Fue una sorpresa para mí tener que bailar con ella. Además, no pensé que Cata, la hija de mi preciado amigo George, deseara tanto esa flor. Aunque era comprensible. La había visto florecer desde que estaba en el colegio. Sin duda quería que una flor tan mágica como esa estuviera presente en un día tan especial para ella.

Sin embargo, había fallado a una promesa silenciosa. No solo eso, la había olvidado por un breve instante.

Un instante que compartí con Black.

La idea de estar perdiendo mi determinación y desviándome de mis objetivos (abrir mi academia) me sentó pésimo. 

¿Echaría por la borda todos estos años de esfuerzo por sensaciones provocadas por el pasado?

¿Me distraería con personas que solo me veían como su empleada y una niñera de paso?

Observé por el retrovisor del auto. Cindy y Micael se hallaban desparramados en el asiento trasero, completamente derrotados por el cansancio.

Ellos bailaron a tu lado, sin rechistar.

Sabes que Micael te adora.

Parecía que existían dos personas diferentes dentro de mí, peleando por quién tenía la última palabra.

—¿Podría… detenerse de nuevo?

Black se orilló a un lado del muelle en cuanto se lo pedí. Le agradecí en un murmullo y bajé del auto a toda prisa. Siseé adolorida al sentir una punzada en el interior de mi rodilla y cojee hasta la orilla de la playa, tomando una enorme bocanada de aire marino para aliviar la opresión en mis pulmones. Observé la noche, despejada y fresca, ajena al caos que yacía en mi interior.

 Desesperada, saqué mi teléfono y marqué el número celular de la persona que tenía mi alma en vilo.

 

Rouse, ¿qué ocurre?

Expulsé todo el aire que había contenido, aliviada. El nudo en mi garganta se hizo más ligero.

—Ane, hola.

Hola, cariño. ¿Te encuentras bien? Suenas agitada.

—¿Tú te encuentras bien? —inquirí, preocupada. El breve, pero significativo silencio al otro lado de la línea, me congeló la sangre por un momento.

Sí… Lo estoy.

Respiré profundo y cerré mis ojos, sintiendo la brisa rozarme el rostro.

—Feliz cumpleaños.

Otro silencio al lado de la línea. Mantuve los ojos cerrados.

Es la primera vez que me felicitas por mi cumpleaños.

— Es la primera vez desde que me contaste, que lo olvidé por un momento—agaché la cabeza, avergonzada—. Yo…lo siento…, iré de inmediato a la cena. Lamento no haberlo recordado.

Oh, cariño. Estás ocupada. Está bien que eso suceda. No tienes por qué venir hoy.

—No… Siento … Siento que me he sentido tan feliz que lo he olvidado. ¿Cómo pude olvidarlo? Y la flor…, pude conseguirlas, pero Catie…. ¿La recuerdas? Te he contado sobre ella.

La hija de George. Por supuesto, me has hablado sobre ella.

—Va a casarse a medianoche, pero será una ceremonia solo entre ellos dos y el notario. Yo…, no iba a dársela a Marta… No sé por qué lo hice…

Porque eres la persona más bondadosa y amorosa que conozco, Rouse. —Tragué grueso y negué.

—Por supuesto que no. Fui una blanda, es todo. No debí darle algo tan especial para un evento tan efímero.  

No debí involucrarme tanto.

Mi corazón no estaría fraccionándose de ser así.

 

No digas eso. Aunque el matrimonio llegase a su fin, la felicidad que ella sintió en el momento de su boda, no se lo quitaría nadie… Creo…, que de vez en cuando debemos soltar para darle un poco de felicidad a los demás, Rouse. Me alegra que alguien más pudiera tenerla. Sobre todo, una jovencita que está a punto de casarse.

Su voz quebrada me estrujó el corazón. La sensación de tristeza fue como una soga que se iba socando alrededor de mi cuello, estrangulándome.

—No todo el mundo tiene por qué soltar y eso está bien —espeté—. Es tu flor. La busqué especialmente para ti.

Y eso me basta. Solo ese acto es suficiente para mantener mi corazón palpitando. En serio, Rouse.

—Marie.

Ahora es momento de que otra persona pueda gozar de ese acto de amor. ¿Y qué mejor que una boda? —contuve el llanto—. Rouse, está bien, en serio, no te castigues por algo así. 

—Ane… Realmente siento haberlo olvidado —mi vista se nubló—. Soy una tonta. No sé dónde tengo puesta la cabeza —exclamé, alterada—. Ahora que sé qué es lo que quiero hacer con mi vida, siento que… ¡están distrayéndome!




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