Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 31: Lo que esconden los corazones

Coloqué mis manos sobre el pecho de Black y lo empujé, al mismo tiempo que él me empujó de la cintura. Ambos caímos al lado contrario del otro. Por inercia, hicimos lo primero que se nos ocurrió.

Figuras de ángeles en la arena.

Abrí y cerré mis brazos como una tijera, mirando a Black con ganas de asesinarlo. Él no tardó en corresponderme con la misma letalidad, pero en cuanto sentimos como Micael se acercaba, miramos al cielo y sonreímos.

—¡Vaya! Esta arena es perfecta, ¿no lo cree, señor Donovan? —inquirí, risueña.

—Jamás había visto una arena tan…

—Arenosa.

—Me robó las palabras de la boca, señorita Herrero. Creo que la textura es buena para ser un…, vidrio de calidad.

—Vidrio del bueno.

Micael llegó hasta nosotros y se puso en medio, mirándonos desde arriba con el ceño fruncido. Miré hacia el cielo, indiferente.

—¿Qué están haciendo?

—La señorita Herrero y yo estamos viendo la calidad de la arena.

—Es simplemente increíble —señalé, sin dejar de mover mis extremidades—. Diría que se puede hacer vidrio barroco.

—Opino lo mismo.

—Si ya terminaron de evaluar la calidad de la arena, ¿podemos hacer la sesión de fotos?

Donovan y yo nos incorporamos. Me observó, pasmado.

—Es cierto, la sesión de fotos. Lo había olvidado —dijo, avergonzado.

—¿No fue por eso que nos detuvimos aquí? —cuestionó Micael.

—¡Ah, sí! —dijimos al unísono, señalándonos sonrientes.

—¡La sesión, claro! Pa-para eso estábamos viendo la calidad de la arena —dijo Black, sonriendo nervioso. Dios, ¿en qué momento su facilidad para mentir cayó en decadencia?—. Para… Para… —abrió sus ojos desmesurados para que le ayudara.

—Para estudiar la forma en que el flash se reflejará en la arena…

—Y así ver de qué color saldrá todo el panorama —continuó él, viéndose más tranquilo—. Cosas de fotógrafos.

—Vaya —Micael sonrió incrédulo—. No puedo creer que ambos estén haciendo un buen equipo para tomar fotografías.

—Bueno, son gratis, así que no tengo otra opción más que fingir ser amable —dije, incorporándome. Sacudí mis manos tanto como pude, en un intento desesperado para disimular mi nerviosismo.

Black y yo estuvimos a punto de besarnos.

Me sacudí aún más para no entrar en colapso. Micael, ajeno a mi ataque de pánico, sacudió mi espalda. Su gesto era lo que necesitaba para tranquilizarme un poco.

—Gracias.

Sonreí, enternecida. Las comisuras de mis labios decayeron al darme cuenta de lo que estaba pasando.

—No es nada.

—¿Qué hay de mí? ¿No vas a limpiarle la espalda a tu padre?

—Puedes hacerlo solo.

Black abrió su boca, ofendido. Le di una sonrisa de suficiencia. Aún tenía sus palabras sobre el cuidado de Micael, como una astilla molesta clavada en la punta del dedo.

—Te recuerdo que fue la señorita Herrero quien te hizo bailar por horas, solo para desechar la flor después.

Micael me observó, meditabundo. No pude intuir lo que pasaba por su cabeza y la aparición de Cindy —igual de somnolienta y agotada que Micael—, me distrajo. En una fracción de segundo y sin poder haberlo adivinado, ese demonio irrespetó mi autoridad al tomar un puñado de arena y meterlo en mi espalda.

—¡MICAEL, TÚ MOCOSO! ¡¿CÓMO TE ATREVES?!

Salió corriendo entre carcajadas sonoras, huyendo en cuanto cometió su fechoría. Black y Cindy taparon sus bocas para ahogar las carcajadas.

¡Más les valía!

—¡Rouse, deberías irte a arreglar el maquillaje, pareces Úrsula! —gritó entre risas.

—¡¿Qué?!

Cindy me tendió su celular. Abrí la cámara frontal, y miré espantada mi propio reflejo. La mascarilla de pestaña se había corrido al igual que mi rimel. Abrí mi boca, horrorizada.

—¡HARÉ VIDRIO BARROCO CON SUS CANICAS!

🩰🩰🩰🩰

Me senté en la parte trasera de la camioneta para buscar mi maquillaje. El propietario de uno de los restaurantes del malecón fue amable con nosotros y nos prestó la ducha para los turistas. Micael y Cindy estaban en la playa, persiguiéndose y huyendo de la espuma de las olas que acariciaban las orillas. Black los fotografiaba con una enorme sonrisa que inevitablemente me contagió.

En cuanto recordé lo que estuvo a punto de ocurrir hace minutos, mi corazón martilleó dolorosamente contra mi tórax.

Estuve a punto de besar a Black.

Pero aquello no era lo peor de los acontecimientos.

Mis sentimientos por él habían florecido.

Lo extraño del caso, es que, si bien sabía que eran sentimientos “románticos” no era alguna sensación que hubiese experimentado antes. Ni siquiera con él.

Lo entendí en cuanto vi como su sonrisa se ensanchaba mientras fotografiaba a los chicos.

Él se veía muy feliz y radiante y mi tonto corazón parecía bailar tap cada vez que veía esos malditos dientes perfectos.

Mi pecho se hundió en cuanto me vio y su sonrisa desapareció.

Este sentimiento caería al vacío.

No había quien le correspondiera. Todo lo contrario. Estaba quien lo pisoteara.

Recordar la breve conversación que tuvimos en las duchas —mientras los chicos comían algo en el restaurante del hombre que nos había permitido asearnos— me oprimió el corazón.

Black había estado esperando en la puerta, recostado en la pared mientras sostenía sus zapatos. Al verme, se incorporó, serio. Ya me había preparado mentalmente mientras estaba bajo la regadera, así que lo enfrenté con entereza.

—¿Se le ofrece algo, señor Donovan?

—Le pido una disculpa por lo que ocurrió en la playa, señorita Herrero. No estaba en mis cabales. Lo que ocurrió fue un terrible error que no volverá a pasar. Espero que no exista algún malentendido entre nosotros, señorita Herrero.

—Descuide —sonreí con sorna—. Olvidaré el hecho de que no me ha superado.

—No se confunda —me obstruyó el paso. Contuve la respiración—. Eres hermosa… —miró mis labios descaradamente, como si no quisiera ocultar el hecho de que le atraía, pero que esa misma atracción le asqueaba. Tragué grueso, sintiendo el nudo en mi garganta—, pero no eres más que una atractiva serpiente letal y venenosa.




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