Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 32: Hombres en Marte

Micael se despertaría tarde por razones evidentes. Por otro lado, aunque solo hubiera descansado tres horas, mi reloj biológico siempre debía levantarse a la misma hora.

Prudentemente, esperé a que la hora de salida hacia el trabajo de Black se cumpliera. Una vez que consideré que había esperado lo suficiente, abrí poco a poco la puerta, echando un vistazo por la ranura para asegurarme que no había moros en la costa.

Lo menos que deseaba, era cruzarme con el autor de mis desgracias internas.

Poco a poco, fui sacando una extremidad de mi cuerpo, hasta que finalmente todo mi ser se encontró fuera del refugio y dentro de terreno enemigo. Suspiré aliviada al darme cuenta de que nadie, más que yo, se encontraba en la sala.

—Qué cobarde, seguro se fue temprano para evitarme. No puede con tanta belleza… —bateé mi cabello, sonriendo con sorna. Giré sobre mis talones, dispuesta a hacerle el almuerzo de su vida a Micael. Retrocedí de golpe al cruzarme frente a frente con Black.

Entrecerró sus ojos, suspicaz. Enderecé mi espalda y aclaré mi garganta, indiferente. Él tampoco se inmutó. Presionó el auricular en su oreja y pasó por mi costado.

—Agenda esa cita para mañana, por favor. De acuerdo —dijo, hablando por teléfono. Se giró para encarar, completamente serio—. Micael debe estar agotado. Cancela todas sus actividades hoy, por favor. Intenta no molestarlo. Recuerda que tiene una competencia de natación en tres días.

—No lo haré.

—Bien. Dile a Micael que no me espere despierto.

—De acuerdo.

Respiré aliviada una vez que se fue. Al menos mi corazón descansaría. Me quedé mirando a la puerta, pensativa.

—¿A dónde irá que no quiere que Micael lo espere despierto? —cuestioné. Negué rápidamente al darme cuenta de lo que estaba ocurriendo—. ¿Y a mí qué me importa?

Me dispuse a preparar el almuerzo de Micael. Le prepararía una deliciosa lasaña vegetariana que había visto en internet, así que empecé por cortar los hongos.

«Dile a Micael que no me espere despierto.»

Siempre llegaba tarde, ¿por qué tendría que avisarle a Micael en esta ocasión?

¿Tan tarde llegaría?

Frené en seco al sentir como una mano se cerraba alrededor de mi muñeca. Observé a Micael, tenía un gesto grave. Era evidente que acababa de despertarse.

—¿Dónde tienes puesta la cabeza? Casi te cortas —me soltó y caminó hacia la nevera.

Lo miré, aturdida.

—¿Qué haces despierto a esta hora? ¿No estás agotado?

—Hemos tenido peores entrenamientos.

—Aun así, deberías descansar.

—Voy a ir a la casa de Franklin. Ya le escribí a mi papá.

—¿Cómo vas a ir a la casa de Franklin? Tienes que dormir. En tres días tienes una competencia de natación.

—Descansaré allá. Tenemos un trabajo en equipo que hacer.

—Estás de vacaciones.

—Es un trabajo en equipo de otra cosa —repuso. Entrecerré mis ojos.

¿Qué le pasaba?

—De acuerdo. Te llevaré.

—No hace falta, ya pedí un transporte. Iré a cambiarme mientras llega.

Salió de la cocina a toda velocidad. Fruncí el ceño. Micael siempre visitaba a sus amigos, eso era cierto. Sin embargo, esta ocasión se sentía…, extraña.

¿Eran cosas mías?

Dejé el cuchillo a un lado y saqué mi teléfono del delantal.

Black Donovan.

Micael me ha pedido permiso para visitar a Franklin. Puede tomarse el día si así lo desea. Estoy seguro de que también necesita descanso. Tenga un buen día.

Suspiré al leer el mensaje. Cualquier presentimiento que tuviera, no sería esclarecido ese día.

Otro mensaje apareció en las notificaciones.

Orlando Gamal.

“¿Estás disponible para tomar un café conmigo y que nos afecte el mal de la pobreza?”

Sonreí ante el mensaje de Orlando. Su presencia siempre lograba distraerme de mis propios divagues caóticos.

Micael se marchó con un escueto adiós y una lonchera con el almuerzo que había preparado. No hubiera permitido que pusiera un pie fuera de la casa después de haber estudiado esa receta durante semanas para prepararla.

Me sentí un poco vacía al encontrarme sola después de haberme sentido tan acompañada el día anterior.

Comprendía que esto era algo a lo que debía acostumbrarme.

Ser solo una empleada.

«Porque Micael te ama!»

Tal vez no lo suficiente para hacerme compañía hoy—pensé, rencorosa.

Decidí no pensar en nada que tuviera que ver con los Donovan. Alimenté a Rosita Fresita y me dirigí a la cafetería donde Orlando y yo tomábamos café desde que nos conocimos. Al llegar, él ya se encontraba sentado en la mesa. Alzó la mano y me sonrió. Me había preparado para verlo enojado por haber dejado plantado a su equipo de fotografía, pero se veía más radiante que nunca. Sabía muy bien que Orlando tenía fama de tirano, pero, por más que intenté indagar sobre el asunto, realmente fue difícil saber por qué tenían esa percepción de él. Parecía que no existía nada en el mundo que le borrara la sonrisa y la paz en el rostro de ese hombre.

—Pedí el café por ti —dijo una vez que me senté, señalando el café.

—Te lo agradezco.

—¿Cómo amaneciste? ¿Te sientes menos agobiada?

No, estoy peor que antes.

Sonreí en vez de responder a su respuesta.

—Lamento haber arruinado la sesión de fotos que planificaste. Te pagaré el dinero.

—No es necesario. No me cobraron nada. Le agradaste mucho a Daniela. Realmente esperamos que puedas trabajar con nosotros en algún momento.

—Sería un placer. En verdad.

—Al final, creo que las fotos ya no son necesarias. Volviste a hacerte viral con esa competencia que hiciste con esa señora. Supongo que no dejan de llamarte.

—¿Qué?

Sacó su teléfono. En la pantalla, se veía claramente como la desquiciada Martha y yo bailábamos a muerte. Observé los números. Doscientas mil vistas.




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