Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 35: Heridas de abandono

A veces quisiera que no existieran espacios en nuestras vidas. Esos momentos en los que tú y tus pensamientos se enfrentan y no hay salida.

Incluso esperar en el ascensor se volvía una tarea eterna cuando tenía que hacerle frente a todo lo que estaba ocurriendo en mi vida.

Estaba explorando rincones de mi corazón que creía había clausurado. Comenzaba a traer de vuelta a una Rouse de la que no estaba orgullosa.

Una Rouse que nuevamente se estaba sintiendo como una buena para nada, a pesar de aparentemente haber encontrado su norte y su razón de volver a vivir.

Cuando la puerta del elevador se abrió, lo pensé mucho antes de salir y volví a meditarlo una vez que estuve frente a la puerta del departamento de Black.

No era cobarde. Nunca lo había sido.

Pero cuando se trataba de él…

Escuché la puerta abrirse. Alcé la mirada, encontrándome con la suya, igual de afilada y azulada que siempre, como un arma de hielo que estaba terriblemente furiosa conmigo.

—Estaba a punto de llamarla. Deberían irse ahora para que el entrenador no le llame la atención a Micael. Yo ya debo irme.

—¿Por qué no le dices a ella que venga con nosotros? —inquirió Micael en el interior del departamento.

Fruncí el ceño.

Con “ella”, ¿a quién se refería?

—Está ocupada.

—¿Está ocupada o no quieres que vaya por alguna razón en específico?

No estaba comprendiendo nada. Pero por el evidente enfado de Micael, intuí que habían estado discutiendo antes de que yo llegara. Algo normal en su día a día de no ser porque había un tercero en la ecuación.

O una tercera.

Black suspiró y lo enfrentó, dándome la espalda.

—No hablaré de esto frente a la señorita Herrero. Ella no tiene por qué escuchar estas conversaciones entre tú y yo.

Micael presionó sus labios, oprimiendo mi pecho con el gesto.

Aunque siempre había sabido cuál era mi puesto, eso no deshizo las punzadas agudas en mi corazón. Me mantuve imperturbable. La indiferencia en momentos emocionalmente difíciles, era algo que había perfeccionado gracias a las tragedias personales. Al menos le había sacado algo bueno.

Micael subió a su habitación, enojado. Ni siquiera me dio los buenos días.

—¡Yo estoy bien, gracias por preguntar!—exclamé, siendo garrafalmente ignorada por aquel adolescente mocoso en plena etapa de rebeldía.

Cuando Black volvió a encararme le sonreí, burlona.

—¿Problemas en el paraíso?

—Este no es asunto suyo.

Antes de que pudiera replicarle, su teléfono comenzó a sonar. Vi el nombre de Ally en la pantalla con un pequeño emoticón de corazón rojo. Fue como si miles de víboras se hubieran alborotado en mis entrañas, venenosas y dispuestas a atacar.

¿Ally?

¿Qué no era el apodo de la madre de Ryan, la imbécil de Alisha?

¿Por qué la tenía agendada así?

Y con un corazón.

Rojo.

En el idioma de emoticones, ¡un corazón rojo no significaba junta de padres de la escuela!

—Ally, hola. Sí, estaré allí pronto. Nos vemos. —Su semblante y su voz cambiaron completamente. Me quedé boquiabierta, fue como presenciar el cambio de ogra a princesa de Fiona. Una vez que colgó, su verdadera horrenda personalidad salió a flote. Me señaló—.Más le vale que Micael no llega tarde al último entrenamiento.

Me pasó por un lado después de eso, dispuesto a marcharse.

Sin embargo, yo estaba lo suficientemente intrigada e indignada para quedarme con aquella espinita clavada. Por mera curiosidad, claro estaba.

Le seguí al ascensor y antes de que pudiera cerrarlo, atravesé mis botas negras en medio de las compuertas. Observó mi calzado y luego a mí, con el ceño fruncido.

—¿”Ally”? —cuestioné, incrédula. Su semblante se suavizó. La idea de que la mención de su nombre sirviera para cambiarle el semblante me asqueó. ¿Cómo podía estar con la arpía que despreció a Micael?—. ¿De verdad vas a meterte con la imbécil que casi hace que expulsen a tu hijo?

—¿De qué…? —por un momento me miró como si hubiera dicho la locura más grande de todas, pero señalé su teléfono, dándole a entender que había visto el identificador de llamadas—. Ya veo… Así que además de ser borracha y pervertida, eres una chismosa.

—¡No soy una perver…! —presionó el botón para que las puertas se cerrarán y metí mis manos para evitarlo. Lo miré, furibunda—. Deberías avergonzarte por revolcarte con la reencarnación de la mamá de Matilda.

—Ella y yo quedamos en buenos términos. Ahora que Ryan compartes más con los chicos, he tenido la oportunidad de conversar con ella y hemos hecho una tregua.

—Querrás decir que han hecho “lenguas”.

Salió del ascensor. Retrocedí, mostrándome inmutable a pesar de que no hizo ningún intento por poner más distancia entre nosotros.

—Esto no es por Micael, ¿verdad? —su sonrisa burlona me puso los pelos de puntas—. Está celosa.

—No te confundas. Siempre será por Micael.

—Es usted la que no tiene que confundirse, señorita Herrero —replicó con dureza—. Es niñera de mi hijo, no la mía. No le pago para que se inmiscuya en mi vida personal y me diga lo que tengo que hacer y lo que no —espetó. Presioné mis labios, molesta. Me sonrió, desafiante—. Sí, tendré una cita con Alisha, la invitaré a cenar así que dígale a Micael que no me espere despierto.

Volvió a ingresar al ascensor y presionó el botón para cerrar las puertas. Pero yo nunca, jamás, iba a cederle la última palabra a nadie en medio de una discusión, ni aunque esta estuviera en su lecho de muerte.

Corrí hasta el segundo elevador, ingresé en él y presioné el botón hasta la planta baja. Estaba molesta e indignada. Mi sangre hervía de solo imaginarme a esa pelos de maíz jugando a la casita con Micael después de haberlo tratado tan mal y me enfurecía aún más que Donovan se involucrara con ella.




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