Juntos, ¡pero jamas revueltos!

CAPÍTULO 37: Muñeca rota

Estaba furioso.

No. Estaba dolido.

Ver la caja musical hacerse pedazos fue nuestro punto de quiebre. Todos esos meses había guardado todas mis esperanzas de salir de aquel hoyo en el que nos habíamos sumido y toda se había desvanecido en un segundo.

Fui con la única persona con la que me sentía seguro. Toqué la puerta de su casa, pensando en si era correcto estar ahí o no, pero no sabía a quién acudir en una situación así.

Al abrir la puerta, su sonrisa burlona al ver que era yo, se esfumó al ver mi rostro.

—Dios mío, hermano, ¿qué te ocurrió?

—Nunca dejes el jabón en el piso—bromeé. Por supuesto, a Milton no le cayó en gracia.

—Toma asiento, iré por el botiquín.

Asentí. Realmente no quería que me dejara solo, ni siquiera un minuto. Había tenido bastante con lidiar con mis pensamientos durante el camino. Solo quería apagar mi cerebro.

Milton apareció en el recibidor con un botiquín que más bien parecía un hospital móvil. Había olvidado que el hombre era un completo maníaco. Se sentó sobre la mesa y, después de sacar algodón para humedecerlo en alcohol, lo dejó sobre mi herida. Siseé del dolor.

—Auch.

—Esa mujer se ha vuelto loca.

—Milton…

—Si hubiera sido al revés, estarías en la cárcel. O peor, su abuelo y su pandilla te hubieran guindado de cabeza en su carnicería, como lo hicieron con tu hermano.

—Helios se lo buscó.

—Black —se apartó y suspiró, cansado. Cerré mis ojos.

—Milton, no quiero escuchar sermones ahora. Solo quiero…, que me acompañes.

Me miró con pesadumbre.

Milton era mi mejor amigo. Más que eso, era mi hermano. Podríamos abrirnos al otro sin sentirnos unos idiotas que íbamos a ser juzgados por parecer demasiado sensibles. Nos queríamos y no nos gustaba ver sufrir al otro. Era consciente que tenía mucho que decir sobre mi relación con Rouse, pero él sabía que había una línea.

—Black, me duele verte así, hermano. Dejaste a un lado tus exposiciones en galerías, te has encerrado en ti mismo y no has podido avanzar con tus sueños.

—Sabes la razón por la que no estoy pintando en galerías y estoy feliz con ellos. Creo que estoy más feliz que nunca.

—Sabes a lo que me refiero.

—No, realmente no lo sé, Milton. Rouse…, Rouse es la mujer que amo. No creo poder amar a alguien más que ella. Y no porque no pueda hacerlo…, simplemente “no quiero”—mis ojos se nublaron—. Y me rompe el corazón ver como se cuela entre mis dedos. Me destroza…, perderla. Y no hablo de que se vaya de mi lado y me deje. Hablo de perderla de verdad… —mi voz se cortó.

Tapé mi rostro entre mis manos. Cuando vi esa muñeca rota en el suelo, temí que Rouse realmente se convirtiera en ella; un recipiente vacío, sin sus sueños, sin sus anhelos y añoranzas.

Temía que el alma de Rouse se hubiera desvanecido en el instante en que esa maldita mujer la atropelló.

El dolor me quemaba el pecho, pero más lo hacía el odio.

Si tan solo ella no hubiera cruzado…

Si de por sí esa miserable hubiera tenido al menos un gramo de consciencia para no manejar a tan alta velocidad.

Rouse sería feliz…

Sentí los brazos de Milton rodearme. No me sentí reconfortado. Creo que, en ese punto, el odio que sentía por esa mujer era más grande que el amor que sentía por Rouse y eso terminó de consumirme.

—¿No le hablaste sobre Ally y Micael?

Respiré profundo, aún sin descubrir mi rostro.

—No creo que aún esté lista para eso. De hecho, esa fue la razón de nuestra pelea. Piensa que me fui a media noche para estar con otra mujer. No la culpo. Le mentí diciéndole que estaría contigo.

—Ya deberías saber qué es imposible ocultarle cosas a Rouse Herrero —replicó—. Y menos en la situación en la que está. ¿Por qué no fuiste honesto con ella?

—¿Qué le iba a decir? ¿Realmente piensas que se lo tomaría bien ahora? Y ya no estoy seguro de qué hacer. Supuse que sí…, pero Micael no es solo una consolación para ella. Realmente quiero que tenga una familia funcional. Y ya no sé si Rouse siquiera me considera su familia…

—Aquí tienes tu té. Espero que lo disfrutes mucho.

Ally dejó la taza sobre la mesa. La sujeté y me impregné del humo de la manzanilla. Le sonreí.

—Gracias, Ally. Siempre has sabido cómo reconfortarme.

—Bueno —se sentó frente a mí y sujetó mis manos, acariciándolas y sonriéndome con dulzura—, que tengas la edad de mi hijo tiene mucho que ver en eso. Aunque él me salió inservible.

—No sea tan dura con Vicente.

—Aún no supero que haya decidido dejar la escuela de medicina para ser DJ.

Reí. Ally era bastante chapada a la antigua, pero tenía un corazón de oro.

Le di un sorbo al té y respiré profundo. Estaba desesperado por algo de calma y admitía que la razón por la que estaba allí era para huir del tornado castaño que estaba en mi casa.

Y de sus labios.

Carraspeé. Necesitaba apagar mis pensamientos intrusivos.

—El taller de hoy fue bastante productivo —comenté.

—Ya lo creo, todos los niños se emocionaron mucho con las esculturas. ¿Qué te motivó a hacer algo diferente hoy? Siempre sueles enseñarles a pintar.

—Bueno…—No podía decirle que no podía evitar dibujar el rostro de Rouse cada vez que tomaba un pincel, así que sonreí—. Consideré que era hora de reinventarme. ¿No te parecen demasiados talleres de pintura durante una década?

—A ellos les fascina. Ha sido lo mejor que les ha pasado en la vida.

—Admito que el sentimiento es mutuo —le sonreí, viendo la taza entre mis manos. Eran unas zapatillas rojas. Fue la primera pintura de Micael. Me regaló la taza después de ese taller. En ese entonces, no cabía de felicidad.




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