Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 38: De trozos filosos

Observé los trozos sobre dentro del cajón que había buscado para recogerlos. Llevaba dos horas viéndolos, sin dejar de llorar en silencio. Cada vez que pensaba en la decisión que había tomado, sentía como si un cuchillo se clavara en mi estómago. Como si dos manos estrujaran con fuerza mi corazón. Me dolía solo pensar en dejarlo…

Miré mis manos ensangrentadas, al igual que la mayoría de los trozos de porcelana.

La puerta se abrió.

No alcé la mirada.

—Santo cielo, amor…

Black se sentó frente a mí, tomó mis manos con las suyas, tembloroso. No tardó en ir por el botiquín y limpiarlas en silencio. Me gustó sentir el ardor, porque dolía menos que mi estómago y mi pecho.

—No tenías que intentar arreglarla… No así… —su voz salió débil, casi inaudible—. Rouse, no hay nadie más. Yo…, sí te mentí, pero…

—No quiero saberlo, Black.

—Rouse, por favor…

—No quiero seguir contigo —dije, alzando la mirada.

Sus ojos nublados terminaron de acabar conmigo.

Sí, me dolía pensar en una vida sin él…

… Pero me dolía aún más acabar con la suya.

Tenía miedo. Tanto miedo…

Temía que Black se perdiera conmigo.

Temía que su amor por mí se convirtiera en asco y lástima.

Temía que nuestros recuerdos más oscuros ensombrecieran los más bellos.

Me aterraba más imaginar ser la responsable de la muerte del Black que amaba.

Me aterraba que no pudiera cumplir sus sueños intentando reconstruir los míos, cuando yo ni siquiera era capaz de amarlo como antes y luchaba por levantarme cada día de mi vida.

—Vamos a superar esto, Rouse.

—No, no vamos a hacerlo. Ya basta. No te quiero conmigo. Ya no soporto tu presencia. Esto es agotador para los dos —expuse, agotada—. Por favor, por favor… Acabemos con esto. Te lo suplico…

Me miró, pasmado y pálido. Sujetó mi rostro y buscó en mi mirada algún rastro de esperanza, pero yo me encontraba vacía. Aun así, me besó. Guardé aquel beso en lo más profundo de mis memorias. Las sensaciones las guardé en mi piel y los sentimientos los guardé en mi corazón. Los oculté todos cuando volvió a mirarme y solo le correspondí con frialdad. Se apartó, dolido y con lágrimas contenidas.

—De acuerdo. Será…, como prefieras —susurró—. Por ahora.

Se puso de pie y volvió a marcharse.

Cerré mis ojos, agotada.

Cuánto hubiera deseado que las cosas terminarán de esa forma.

Y no como lo hicieron.

Tenía mis dos manos sujetas para intentar mitigar los temblores. Mi corazón latía muy rápido y mi cabeza palpitaba. Marianne me observó y, preocupada, se marchó a la cocina para hacer un té.

Había muchos sentimientos a flor de piel. Podía sentirlo en el ambiente que nos envolvía. Presentía que iban a escaparse muchas cosas de nuestro interior. Estar en la casa de Marianne, esa mujer Ally, que Micael supiera que Black y yo habíamos tenido algo…

Todo apuntaba a un inminente caos y no sé si estaba lista para lidiar con toda esa avalancha de sentimientos arrolladores.

—Descuida, lo hiciste bien —me exalté al oír su voz. Aquella mujer, la dichosa Ally me sonrió. No pude hacer lo mismo aunque realmente lo intenté—. Mucho gusto, soy Ally. Era la trabajadora social a cargo de Micael. El señor Donovan me ha hablado mucho de ti.

Quedé desconcertada.

¿Trabajadora social?

—¿Le ha hablado de mí?

—Sí, ¿Eres la escolta de Micael, no es así?

—Oh, sí, eso. Soy su niñera.

—Ya veo… —me miró, en un silencio suspicaz. Sus ojos se fijaron en mi pierna—. Oh Dios, tu rodilla está muy hinchada.

—No es nada —la cubrí con mi falda. Me sentí avergonzada porque el temblor de mis manos era evidente.

Se sentía fatal lucir vulnerable, pero ella solo me sonrió.

—Sé que estás preocupada. Supongo que es tu primera vez. Micael suele tener recaídas en su sistema inmunológico.

—Lo sabía, pero yo…, simplemente no pude recordarlo en el momento.

—Te comprendo. A veces las emociones fuertes que tiene contenida puede causar fiebre emocional. No tenía una recaída así desde hace mucho, cuando pensó que el señor Donovan ya no iba a adoptarlo —relató. La miré, intrigada. Sabía muy poco acerca de cómo Black había terminado adoptando a Micael, así que la escuché atentamente—. Esa noche fue terrible. No supe qué hacer, estaba tan desesperada que tuve que llamarlo. Era algo profesionalmente incorrecto, lo sabía. Pero en ese entonces era bastante nueva en el campo. No importó la hora…, el señor Donovan me dijo que todo iba a estar bien y que iría de inmediato. Se quedó con él hasta que se durmió y le dio un regalo porque también era su cumpleaños número seis. Le regaló unas zapatillas de ballet porque… —al mirarme, calló y sonrió—. Fue un catorce de junio memorable.

Sentí como si hubieran dejado caer una piedra sobre mi pecho.

—¿Catorce de junio?

—Es el día de cumpleaños de Micael, ¿no lo sabías?

—No, yo… No lo sabía.

Catorce de junio.

Micael estaba a punto de cumplir catorce y si eso había sido hace siete años…

Ese catorce de junio

Su perfume volvió a inundar mis fosas nasales, encajando con todos mis recuerdos.

¿Black conoció a Micael mucho antes de que lo nuestro se acabara?

Mi garganta se secó.

—¿Cómo…? —tragué grueso—, ¿cómo conoció Black a Micael?

—Fue a darle un taller de pintura a los niños como voluntario de la fundación que financiaba el orfanato. Es una fundación internacional que se especializa en niños refugiados en condiciones vulnerables. Debido al accidente que afectó sus piernas, Micael solía cojear de la derecha y los niños se reían de él. Ese día Micael embarró de pintura a Jack, un chico tres años mayor que él, de no ser por la intervención del señor Donovan no imagino el papeleo que hubiéramos tenido que hacer. Él lo sentó a su lado durante todo el taller y después de eso, se quedó un rato charlando con él, aunque el señor Donovan hablaba solo al principio. Micael…, no sabía de lenguaje, sentimientos o expresiones. Era como un pequeño animalito salvaje y agresivo. Aun así, él no dejó de visitarlo y dar talleres. Yo no comprendía por qué se había encariñado con él. No pude evitar preguntarle un día. Me dijo que Micael le recordaba a alguien a quien…




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