Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 41: Espejismo

Eres mi flor de luna. Solo…, no te marchites.

Desperté empapada de sudor. La sensación fue desagradable. No estaba segura si se debía a estar chiclosa o al hecho de que me hubiera despertado de aquel sueño en el que alguien me susurraba esas bonitas palabras. Aún estaba sensible por el cumpleaños de Luna y por todo lo que había ocurrido los últimos días. Lo más probable es que mi cerebro lo hubiese mezclado todo y hubiera creado aquel escenario ficticio.

El lado bueno es que ya no sentía que mi cabeza iba a explotar.

Eché un vistazo a mi alrededor. Era de día. El sol entraba por la pequeña ventana que estaba sobre el techo e iluminaba la habitación. Recordé como había colapsado y me puse de pie.

—Micael.

Fue el único pensamiento que cruzó mi cabeza en ese instante. Me apresuré a abrir la puerta y salí a la sala.

No había nadie en el recibidor. Mis nervios se alteraron. Intenté recordar algo, pero a mí memoria solo llegaba el rostro difuso de Black y de otro hombre.

¿Qué había pasado?

¿Black se había llevado a Micael?

¿Me habían dejado?

Enderecé mi espalda y respiré profundo. De haberlo hecho, fue una decisión acepta…

—¡Ella no necesita desayunar carne! —La voz de Micael me dejó por un momento en estado de pasmo.

¿Había provenido de la cocina?

—¡El chorizo aumentará sus defensas!

¿Black?

—Eso no es cierto.

¿Marianne?

¿Había escuchado ambas voces sin una tensión hostil entre ambas?

Me acerqué a la cocina. Era más probable que me hubiera vuelto loca o que hubiera muerto, a qué esos dos…

Me detuve en el marco de la puerta de la cocina, aún incrédula ante lo que estaba presenciando.

Micael peleaba con Black por un chorizo mientras que Marianne estaba bastante concentrada cortando cebollas, justo a su lado.

No. Definitivamente tenía que estar en uno de mis sueños. Aquello no podía ser real.

Marianne fue la primera en darse cuenta de mi presencia.

—Rouse. —Dejó el cuchillo sobre la tabla y rodeó la isla de mármol de la cocina para acercarse. Me abrazó—. Gracias al cielo que ya te encuentras mejor. Qué bueno que despertaras.

Sonreí aliviada al sentir su abrazo cálido. El día anterior me había visto saturada de emociones. Sabía muy bien que aquello influyó demasiado en mi ataque epiléptico, pero su abrazo me reconfortó. Más aún, me reconfortó el hecho de verla conviviendo con Micael y sobre todo con Black.

Los observé a ambos. Comenzaron a cocinar de forma disimulada, sin querer acercarse. Las cosas con Black seguían siendo igual de desastrosas y ni hablar de mi complicada relación con Micael. Sin embargo, que ambos hubieran permanecido conmigo me calentó el pecho.

Si hubiera podido sonreír, las comisuras de mis labios me hubieran llegado hasta la punta de las orejas.

—Micael me pidió que nos quedáramos porque tenía algo que decirte —expuso Black con voz grave. Observé a Micael y este miró con reproche a su padre.

—Le pedí a papá que te acompañáramos al hospital. No quiero que te enfermes y luego digas que fue por mi culpa —farfulló.

—¿Estaría mintiendo? Cualquiera se enfermaría al cargar semejante saco de huesos —dije, despreocupada.

—¡Yo no te lo pedí! —me replicó, enojado. Contuve una sonrisa—. A-además. Ya no estoy en deuda contigo. Hice el trabajo de traducción que tenías que entregar mañana. Solo tendrías que revisarlo.

—¿De qué trabajo…?—recordé que Orlando me había pedido traducir una reseña gastronómica para entregársela en dos días. Había dejado la asignación en el recibidor ¿Él la había visto?—. Micael, era información confidencial.

—Lo sé, por eso eres tú quien ya me debe demasiadas —puntualizó, molesto.

De inmediato supe que mis integraciones con Micael serían muy agotadoras a partir de ese momento.

—¿De qué confidencialidad hablan? —intervino Black, con el ceño fruncido.

—No es nada —respondió Micael.

Era evidente que quería que todo quedara entre nosotros. Respeté su decisión. Momentáneamente.

Black asintió, poco convencido y desconfiado.

—Ya tendré tiempo de averiguarlo —expresó—. Por ahora, deberíamos desayunar. Pero intuyo, señorita Herrero,que va a querer arreglarse primero.

—Intuye bien.

Él asintió, sin más.

Las siguientes dos horas y media fueron demasiado irreales para mí. Después de ducharme y prepararme, Marianne, Black Micael y yo desayunamos juntos en la isla de la cocina. Micael había preparado con ayuda de Black un desayuno americano con chorizo (eso lo hizo aún más irreal).

Mentiría si dijera que aquel desayuno no me hizo sentir en las nubes. Por un breve instante, me permití imaginar un universo donde Black, Micael y yo éramos una familia que fue a visitar a una vieja amiga médico…

Y a su hija.

Felicidad para todos los que se encontraban en esa mesa.

Fue lo único que deseé con todo mi corazón.

Y fue un deseo grande y desesperado, incluso más que el deseo que había tenido en el pasado de poder recuperarme y volver a bailar.

Después del desayuno, Black se ofreció a acompañarme al hospital junto con Micael y Marianne. No dejé de sorprenderme por la repentina apacibilidad que presentaba con ella.

¿Había pasado algo entre ellos en mi ausencia?

Estaba segura que Marianne no le había contado nada. Nunca había buscado el perdón de Black a pesar de que ya me había demostrado un inexplicable aprecio por él y mucho menos buscaría su redención hablando de Luna. Marianne no hablaba de su hija, ni de lo ocurrido, ni siquiera conmigo. Todo lo que yo sabía sobre Luna, había sido por investigación propia. Aún le dolía el alma y no era para menos; una madre no tenía porqué enterrar a sus hijos y menos de la manera en la que ella lo hizo.

—Iré con Micael atrás, tú puedes sentarte adelante —me señaló ella con una sonrisa. Entrecerré mis ojos, sabiendo lo que tramaba.




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