Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 43: Finge que me quieres

El hotel donde se estaban hospedando quedaba en el centro de la ciudad. Era de una cadena bastante reconocida, pero de precios bastante accesibles y con una bonita infraestructura. El restaurante, por otro lado, era el encargado de atraer a los clientes más prometedores del hotel por su exclusividad y alta cocina. Tanto tiempo con Rebecca y Orlando me había convertido en conocedora de la gastronomía local.

—Vaya par. Debería presentarlos un día de estos…

—¿Dijiste algo?

—¿Qué? Ah. No. Pensé en voz alta —dije, distante.

Si bien el restaurante tenía una entrada independiente a la del hotel, tenía una zona exclusiva para clientes del mismo, cuyo acceso era solo por recepción.

No era una mojigata, pero mi imaginación tomó vuelo cuando Black y yo entramos en la recepción. Solo pensar en…

—¿Te sientes mal? —Sacudí mi cabeza para deshacerme de esos pensamientos y lo miré, confundida—. Parece que tienes fiebre de nuevo —sujetó mi rostro entre sus manos, mirándome con el ceño fruncido. Su acto repentino me dejó paralizada—. Tienes el rostro rojo.

—¡¿Qué crees que haces?! —exclamé, pellizcando sus manos.

—¡Auch! ¡Solo quería ver si tenías fiebre! ¡Agresiva!

—¿Ahora también eres termómetro? Veo que te tomaste en serio lo de ser suiza porque te estás convirtiendo en una navaja todo uso, ¿eh? —tapé mis cachetes—. No vuelvas a tocarme el rostro, escoria.

—¿Esco…? Eres una desconsiderada… Esto me pasa por intentar ser buena persona con malas personas.

—¿A quién le has dicho mala persona?

—A ti.

—¿Quieres ver a una mala persona de verdad? Porque te voy a—

—¡Blackcito!

Mi dedo mojado quedó al aire.

¿Blacksito?

La autora de semejante sobrenombre cruzó la recepción tan rápido como su bomba de oxígeno se lo permitió. Observé a la anciana sonriente, intentando comprender por qué aquella mujer le había gritado a Black con tanta confianza en medio de un hotel.

—Oh no… —Murmuró Black. Mi mirada confundida ahora estaba puesta en él.

Con su abrigo, mi insoportable jefe limpió mi dedo ensalivado con destino a su oído. Entrelazó nuestras manos. Mi mirada confundida pasó de la incredulidad a unas ganas de asesinarle desmedidas. Aunque solo era una fachada para ocultar la sacudida que el gesto me había dado.

—¿Qué estás…?

—Por lo que más quieras en este mundo, te ruego que me sigas la corriente.

Intenté zafarme, pero su apretón se afianzó para impedírmelo. Siseé de dolor al sentir una punzada en mi muñeca lastimada. Al darse cuenta, Black me miró con un gesto de disculpa y aflojó el agarre, acariciando mi mano con el roce de sus propios dedos.

—Por favor… —rogó.

¿Cómo podría negarme cuando me susurraba y acariciaba de esa forma?

Fue un momento irreal. Y la única razón por la que accedí.

La anciana estaba acompañada de una mujer que también era mayor, pero más joven que ella. Por el parecido físico, supuse que era su hija. Ambas nos miraron con una ternura maternal característica de madres alcahuetas.

¿Quiénes eran?

—Viviane, Begonia, qué gusto verlas a ambas —les saludó, soltándose de mí para darles un beso y un abrazo. Las mujeres le correspondieron encantadas.

—Pensamos que íbamos a verte mañana para los arreglos de la boda, pero es un gusto verte antes. Así nos tomamos un vino para relajarnos un poco —comentó la mujer más joven.

—Me gustaría mucho, pero vine por Lily. Hace mucho que no la veo.

—¡Oh, es comprensible! En ese caso podemos dejarlo para otra ocasión.

—Yo no puedo. Lilita te tendrá toda una vida, mientras que yo apenas podré aprovecharte unas semanas si acaso, así que nos tomaremos ese vino. Ana puede cuidarla un ratito más —dijo la más anciana, guiñandole el ojo.

—¡Begonia!

—¿Qué? No me digas que no complacerás los deseos de una anciana en etapa terminal. Además, quiero conocer a tu novia —dijo, mirándome con una calidez que me cobijó el corazón. Solo pensar en mi abuelo a esa edad me envolvió de ternura y un instinto de protección y cuidado indescriptibles—. Eres muy hermosa. Estaba tan ansiosa de conocerte.

Sonreí, sin saber qué decir.

Conocía a la madre de Ana y sabía que no era ella. De seguro se trataba de la madre y la abuela del novio.

Pero, ¿por qué estaban ansiosas de conocerme?

Nuevamente, Black entrelazó nuestras manos,

Quise desenmascararlo allí mismo. Sin embargo, me miró como si su vida dependiera de mí. No pude decir ni una sola palabra.

—Rouse, déjame presentarte a la señora Begonia y a su hija, la señora Viviane. Son la madre y la abuela de Louis, el prometido de Ana.

—Es un gusto conocerlas.

—El gusto es nuestro. ¡Oh, no sabes lo preocupada que estaba por este muchacho! No podía morirme sabiendo que se quedaría solo después del divorcio con Ana. Es demasiado buen hombre para no estar con una buena mujer.

—¡Mamá! —le riñó la señora Viviane—. No puedes decirle esas cosas.

—Creo que tiene razón —intervine—Black tiene un corazón demasiado grande y bondadoso que quedárselo para sí mismo es impensable. Otros también deberían disfrutar de él —dije, mirándolo sonriente.

Había sido una declaración sincera, aunque lo disimulè pellizcándole la palma de la mano.

Comprendí la razón por la que Ana quería mi ayuda y, por lo visto, mi jefe también estaba al tanto. No sé qué fue lo que me enfureció más; que hiciera todo eso por Ana o que estuviera dispuesto a utilizarme por ella.

La anciana sonrió, pero no hizo comentario alguno. Como si estuviera analizando si realmente era un buen prospecto para Black. Me mantuve serena y en mi papel, despreocupada. Yo era un buen prospecto para cualquiera.

Tuve la sensación de que aquella mujer con un pie más cerca de la tumba que del mundo de los vivos, no sería un hueso fácil de roer. Le sonreí, maliciosa. El gesto —que solo notó ella— le sorprendió un poco, pero luego sonrió, aceptando el reto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.