Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 44: Organizadores de boda

Ana y Micael irían por un helado antes de la prueba del vestido de novia. Entretanto, nosotros nos quedaríamos en el negocio de Black para planificar la boda. Las chicas se encargaron de entretener a Lily mientras nosotros nos encerramos en la oficina, rodeado de telas, muestras florales y de invitaciones de boda. Hasta donde había entendido, la abuela de Louis (el novio) le habían dado como mucho cuatro meses de vida por un cáncer de estómago que había regresado. La mujer quería ver a su nieto casado antes de morir y Ana y él habían tomado la decisión de casarse rápidamente antes de que entrara a cuidados paliativos. Sin embargo, la mujer no disimulaba su preocupación por Black. Al parecer, su cariño por él era realmente genuino y solo deseaba un final feliz para todos antes de partir de este mundo. Tanto a Ana como a su novio le importaba muy poco los arreglos, simplemente querían casarse y hacerle pasar un buen rato a la abuela, sin mencionar que todos confiaban ciegamente en el trabajo del mejor organizador del país.

Así que esa era la razón por la que Black y yo estábamos lanzando tela de un lugar a otro, diseñando tarjetas y haciendo llamadas.

—Una boda sencilla en el campo será idónea, íntima y especial para todos —aseguré—. Tengo el contacto de un viñedo. Y el abuelo Paco tiene un amigo que tiene una casa rural a las afueras de la ciudad. Podríamos ir mañana.

—¿Crees que esté disponible?

—¿Miguel? Soy como su nieta, por supuesto que estará disponible para mí. Es más, lo llamaré directamente —tomé el celular.

—Bien, sería genial que te diera unas fotos para tener una idea del lugar y poder escoger colores armoniosos con el sitio. Llamaré a un catering. Afortunadamente, la lista de invitados es bastante corta. ¿Puedes encargarte de los vuelos y el hospedaje?

—¿Con quién crees que hablas, Donovan? Ana ya me había dado la lista y lo organicé todo de camino aquí.

—Vaya. Después de esto voy a pensar seriamente en contratarte para mi empresa.

—Con tenerte de jefe en un solo trabajo me basta y me sobra —dije.

Comparé los colores que nos habían gustado más y que estaban sobre el enorme escritorio de Black. No noté que Black se encontraba tan cerca hasta que sentí su mano puesta sobre la mía. Mi corazón reaccionó instantáneamente, latiendo como si su vida dependiera de ello. Él la alzó e hizo una mueca, indiferente.

—Ya no se ve tan mal, pero sigue algo inflamada —dijo para sí mismo, despreocupado. Mientras, yo sentí que había una fiesta de tambores africanos en mi pecho. Cuando sus ojos azules se cruzaron con los míos, tuve que hacer uso de todo mi entrenamiento militar para mantenerme serena—. Y ya no pareces tener fiebre.

Me alejé, temiendo que pudiera escuchar los latidos de mi corazón y notar lo que me estaba ocurriendo.

—No seas necio. Te he dicho reiteradas veces que estoy bien.

—Solo quiero asegurarme. Mientras más rápido te recuperes, estaremos listos para conversar —expuso con gravedad.

Respiré con dificultad.

Claro, como olvidar la dichosa conversación.

Viendo la relación que había formado con Ana, no estaba segura de querer aclarar mis inquietudes o las de él. Prefería dejar las cosas como estaban.

Después de unas cuantas llamadas, cortas discusiones y —para mi sorpresa— coincidir en la mayoría de los arreglos, Black y yo nos dispusimos a ir a la tienda de vestidos de novia. Al bajar al recibidor, nos encontramos con Lily dormida en una de las sillas de recepción, arropada de pies a cabeza. Yulenka y Marina nos abordaron, sonrientes y serviciales como de costumbre.

—Señor Donovan, ¿quiere que nos quedemos con Lily mientras arreglan sus pendientes? —la sonrisita que Yulenka soltó después de decir la última palabra, me hizo enarcar una ceja.

—Se los agradecería mucho, no tardaremos nada.

—¡No se preocupe!

—Vamos —Black colocó su mano en mi espalda y abrió la puerta para que pasara primero. Lo miré como si le hubieran salido dos cabezas. Crucé la puerta, no sin ante echarle un vistazo al interior del edificio. Marina y Yulenka no dejaron de dirigirme miraditas y sonrisitas estúpidas. Pasé mi dedo índice por mi cuello y las señalé. Dejaron de sonreír ipso facto.

Al llegar a la tienda de vestidos de novia intenté bajarme, pero Black me lo impidió. Bajó del auto, lo rodeó y abrió mi puerta. Solté una carcajada incrédula.

—Debe ser una jodida broma… —farfullé. Estaba nevando. Eso mejoró un poco el humor de perros que Black me estaba ocasionando. Me gustaba la nieve porque éramos muy parecidas.

Un calor repentino me cubrió. Black me había puesto su abrigo sobre mis hombros. Se puso frente a mí, asegurándose de cerrarlo muy bien. Su cercanía, su ceño fruncido y el aroma de su perfume me estaban volviendo loca.

—Sé que disfrutas del invierno. Pero no estás en posición de enfermarte ahora —susurró, despreocupado.

Alcé mis brazos como un muñeco inflable. Sus manos cayeron a cada costado de su cuerpo. Me miró confundido.Como si no fuera suficiente su abrigo, me cubrió casi todo el rostro con su bufanda.

—Oye, oye. Deja de comportarte como un lunático.

Resopló. Se acercó tanto que pude sentir el humo blanco rozarme los labios. Estaba segura de que a ese paso la nieve bajo mis pies se derretiría.

—Eres mi chica —susurró, con una sonrisa burlona.

Me estremecí.

—¿Qu-qué?

—Ficticia. Eres mi chica ficticia —terminó. Hice una mueca de fastidio. Claro, a eso se refería—. Hemos estado partiéndonos la cabeza todo el día para esta boda, no podemos arruinarlo.

—Ni siquiera hemos entrado a la tienda.

—¿Eso qué? Son mujeres casamenteras por naturaleza. Te aseguro que están asomadas en alguna ventana asegurándose de que todo está bajo control.

Terca e incrédula, mire por sobre sus hombros. No pude creer que el condenado tenía razón; Begonia y Viviane, incluso Ana estaban asomadas en una ventana, ocultándose —muy mal— entre los vestidos de novia. Estaba segura de que los maniquíes no usaban tanques de oxígeno.




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