Pude sentir los ojos filosos de Micael puestos sobre mí.
—¡¿Ibas a casarte con él?!
Se había sentado al filo del asiento trasero para acercarse y preguntarme de cerca, incrédulo.
Fingí demencia, sin dejar de mirar la carretera.
—Connor, ¿crees que ese son el tipo de cosas que le cuentas a un niño con el que no tienes confianza alguna? —inquirí, en un intento fallido de controlar mi tono de voz iracundo.
—Pero ustedes parecen muy cercanos, así que no lo vi como algo inoportuno —respondió, despreocupado. No podía culparlo por la naturalidad con la que le hablaba a Micael de nuestra relación, pues era ajeno a su parentesco con… Black. Sin embargo, no por eso tenía menos ganas de matarlo—. Por cierto, ¿cómo llegamos a ser los padrinos de la misma boda? ¿Conoces a Ana? ¿O al fiscal Hold? Dudo mucho que sea a Hold. Entabló una amistad conmigo porque no tuvo opción. Soy su asistente.
—Conozco a Ana. Desde la universidad —respondí, mirándolo con una sonrisa escalofriante. Él pareció ignorar la parte escalofriante y sonrió, aún más emocionado.
—¡¿En serio?! ¡Qué pequeño es el mundo! Pero, aguarda… La única Ana de la universidad sobre la que me has contado es… —Su sonrisa se fue borrando a medida que las piezas de su cerebro comenzaron a caer en su sitio. No dejé de sonreír a boca cerrada, como una desquiciada. Tragó grueso—. Ya veo… Sin duda el mundo es muy diminuto.
Micael no volvió a soltar palabra. Y ni hablar de Connor; se volvió una tumba. La tensión se convirtió en una presión casi imposible de soportar, como si el solo enunciado de una sílaba que saliera de nuestros labios hubiese podido incendiar el auto. Cada metro que nos acercaba a la casa campestre, era un yunque que me caía en el pecho. Por más que intenté idear una solución coherente y eficiente, no pude dar con ninguna viable.
En cuanto llegamos, me aseguré de que Connor se estacionara en el lugar más recóndito de la propiedad; el estacionamiento privado del tío Miguel.
—Micael, por favor, busca a Yulenka y ayúdala con las hortensias que quitaron de la pista de baile. Tu padre no quiere verlas ni en pintura.
—¿Y ustedes qué harán? —cuestionó con voz grave.
—Tengo que darle el traje de padrino a Connor y luego debo llevarlo con el Fiscal Hold. Tú adelántate.
Malhumorado y poco convencido, Micael salió del auto, no sin antes dirigirle una mirada de pistolero del viejo oeste a Connor. Un cambio radical comparado con su bienvenida una hora antes. En cuanto nos quedamos solos, el irlandés agachó la mirada, como un cachorro regañado.
—Rouse, yo—
—Bajemos del auto —dije, indiferente. Connor asintió, cabizbajo y obediente.
Me dio pena por él. Había ido a disfrutar de una buena fiesta y un rato ameno sin ninguna mala intención. Además, era consciente de que nunca haría algo que desestabilizara mi pizca de paz mental con su presencia, pero aquello era lo que era y ahora debíamos lidiar con las desastrosas casualidades de la vida.
Ambos salimos de la cochera y nos dirigimos a la habitación de huéspedes dentro de la casa del tío Miguel. Subimos las escaleras en un silencio fúnebre e ingresamos a la habitación. En la cama se hallaba su traje. Lo tomé del gancho y se lo tendí. Él lo recibió, mirándome derrotado y avergonzado por ponerme en un aprieto sin querer. Suspiré y me puse de espaldas para que pudiera cambiarse.
—¿Cómo iba a saber que era el hijo de Black Donovan? —cuestionó. Lo escuché cambiarse. Golpeé mi tacón contra el piso una y otra vez, impaciente—. ¡Ana nunca ha hablado de su exesposo! Y en mi defensa, la Ana que conozco no se parece en nada a la Ana de tus anécdotas.
—Lo que me faltaba; que fueras íntimo amigo de mi némesis.
—Soy el amigo de su esposo y su mano derecha, no somos amigos íntimos.
—Eso no importa ahora —resoplé—. Connor…, esto es un gran problema.
—¿De qué hablas? No es como si ese energúmeno de tu ex estuviera aquí. —Pude sentir su sonrisa socarrona. Presioné mis labios y me lamenté internamente—. Me estás tomando el pelo con tu silencio, ¿no es así? ¡¿Cómo podría estar en la boda de su exesposa?!
—Relaciones sanas, le llamas tú.
Connor sujetó mi mano, girándome en su dirección que pudiera encararle. Su camisa tenía unos cuantos botones sin abotonar. Agaché la mirada, apenada. Como en el pasado, estaba poniéndolo en una situación incómoda, ¡en contra de mi voluntad!
—¿Volviste con él? —cuestionó con voz grave.
Sonreí en respuesta.
—¿Te parece que, después de lo que ocurrió, Black siquiera pensaría en volver conmigo?
Su rostro se descompuso.
—Por eso estás tan preocupada de que pueda verme…—evadí su mirada—. Nunca le dijiste… ¿Por qué…?
Sentí como si una pelota de golf se hubiera instalado en mi garganta. Contuve el llanto. Guardó silencio, sabiendo que la sola mención del tema me descompensaba.
Mi corazón se detuvo por un instante. Mis manos temblaron un poco.
Aquello, nada tenía que ver con estar en el fondo tranquilo del océano.
Él pareció notarlo, porque sujetó mi rostro, tratando de tranquilizarme.
—¿Cómo terminaste aquí de nuevo?
Connor había sido el hombre dispuesto a dejar que su hombro se empapara de mis lágrimas, pero hacerlo en ese momento, volvió a sentirse como hace muchos años.
Como una traición.
—¿Podemos hablar de eso después? —inquirí, suplicante—. Me siento mal pidiéndote esto, pero por favor, ¿podrías…?
Sonrió, comprensivo.
—Lo que sea por ti.
Le sonreí, agradecida.
Escuché la puerta abrirse.
Por alguna razón mi corazón supo que mi intento de mantenerme debajo de las olas había fracasado con creces.
Black, Louis y la dichosa Samantha se detuvieron en el umbral, estos dos últimos se mostraron sorprendidos.
Donovan, por otro lado…
Su gesto pasó del aturdimiento a una cara deformada en una ira mal disimulada. Me aparté de Connor como si su tacto quemara y me enderecé, indiferente.
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Editado: 11.02.2025