Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 49: Confesiones entre rivales

Creí que estaría más angustiada luego de haber enfrentado a Black, pero había sucedido todo lo contrario. De alguna forma, escuchar a Black me había quitado un enorme peso de encima. Había deseado desde hace mucho escuchar todo lo que tenía para decirme. Me sentía tranquila con eso.

Al menos en parte.

Mientras caminaba al estacionamiento, saqué mi teléfono e hice una llamada.

—¡Vaya! ¿Recordaste que tenías un amigo?

—¿Podrías hacerme un favor?

Me siento usado, Herrero. Y no sé si ayudarte con ese favor. Todavía me debes una salida.

—Comienzo a creer todas las cosas que tus empleados dicen de ti, Orlando.

Lo escuché carcajearse. Sonreí. Orlando se había convertido en un comodín para sacarme de aprietos.

Tuve cuidado de no tropezar en el camino empedrado que estaba en el parqueo. Vislumbré a unos dos metros el auto de Ana. Micael se encontraba en el asiento de copiloto, hurgando su celular. El fiscal Hold le explicó que Ana se había ido en su auto y que sabía donde estaba estacionado el mismo, pero no el lugar exacto en el que se encontraba. Supongo que estaba buscando los posibles lugares en ese radio de búsqueda.

Al menos agradecía que fuera medianamente ajeno a todo lo que estaba ocurriendo.

Puede que ellos tengan algo de razón en sus acusaciones —La voz de Orlando me sacó de mis pensamientos—. Pero de igual forma te haré ese favor. Solo dime.

—Hice un pedido en una tienda. ¿Podrías ir por él y luego venir por mí? Si no estás ocupado, claro. Solo dime y te envío ambas direcciones. Prometo que iremos al sitio más delicioso de la ciudad si lo haces.

Me encantaría probar lo que consideras el sitio más delicioso de la ciudad —exclamó, jovial—. Estaré allí lo más pronto posible. Envíame la dirección.

—Gracias.

Para cuando colgué, ya me encontraba frente al auto de Ana. Toqué la ventanilla del asiento de copiloto. Micael se giró y me miró. Le hice un ademán para que bajara del auto y lo hizo de prisa.

—Ya sé dónde está mamá. Vámonos ya —lo miré, atenta—. ¿Qué estás esperando? Aguarda, es mejor que tú no manejes, llama a tu ex, ¡rápido!

—Endúlzame tu tono de voz, ¿quieres?

—Oye, te digo que no tenemos…, ¿estuviste llorando? —inquirió, mirándome con los ojos entrecerrados. Me tensé—. Tu rostro está hinchado.

—No te metas con mi rostro. ¿Te parece que soy la clase de persona que llora con facilidad? —cuestioné con dureza. Sin embargo, sus facciones preocupadas, me abrumaron un poco. Carraspeé—. Orlando vendrá por nosotros. Connor se quedará con el fiscal para lidiar con los invitados.

—Vaya, Rouse, sí que tienes ganado, ¿eh?

—¿Desde cuándo me perdiste el respeto, mocoso? —espeté. Presionó sus labios y miró hacia otro lado, fingiendo demencia—. Mejor sigue jugando con tu teléfono mientras esperamos a Orlando.

—No estaba jugando. Estaba viendo donde podría encontrarse mamá. El auto de Louis está estacionado cerca del teatro Drury Lane. A mamá le encantaba ir allí los fines de semana para ver los números de Ballet. Siempre le preguntaba qué se sentía estar en un escenario así…, nunca pensé que ella los odiara…

Dejó caer sus hombros, cabizbajo. La opresión en mi pecho volvió a aparecer.

—A tu madre le encantaba bailar, no sé de qué estás hablando.

—No conoces a mi mamá tanto como yo.

—Créeme que sí.

—Créeme que no —replicó con seriedad. La firmeza de sus palabras no me permitieron dudarlo—. Sé que papá piensa que se ha ido por tu culpa, pero realmente…, fue por la mía.

Quise decirle que no era así, pero el auto de Orlando llegó y él se fue de mi lado en cuanto lo reconoció, subiéndose al asiento trasero. Orlando le saludó con un puño y él —menos regañadientes que con Connor— le correspondió. Correteé hasta el automóvil y abrí la puerta del copiloto, siendo recibida por una carcajada.

—¿Conque novias en fuga? Nunca pasa algo aburrido contigo, Herrero.

—¿Cómo estás, Gamalito? —le saludé, dejando un beso en su mejilla—. ¿Pudiste traer lo que te pedí?

—Está atrás. La señora me dijo que solo faltó un pequeño ajuste en la cintura, pero que de seguro quedaría perfecto.

—Eso espero. Ahora, arranca. Debemos ir al anfiteatro romano.

—Et faites-en comme un toretto!

—D'ACCORD! —exclamó Orlando, pisando el acelerador.

El Drury Lane era una exquisitez en todos los sentidos del arte. Con cuatrocientos años, era uno de los teatros más antiguos de la ciudad y uno de los más importantes del mundo. Una de sus grandes desventajas era su enorme tamaño. Encontrar a Ana podría llevarnos mucho tiempo si lo hacíamos juntos.

—Orlando, busca por el primer piso y avísame si la encuentras. Ya te envié una foto de ella. Micael, ve por el vestíbulo, yo iré por el sótano. Me llevaré la caja conmigo —expuse—. Tengo la sensación de que seré yo quien la encuentre.

Ambos hombres asintieron y tomaron rumbos distintos. Fui por el sótano, tomando las escaleras que daban al mismo. Los escalones estaban alfombrados de color rojo y contornos de encaje dorados. Las pinturas colgadas en las paredes con más de un siglo de edad, me veían atentamente, sonriéndome como si nunca me hubiera ido.

Bailé en ese lugar muchas veces.

Ana también lo hizo, una vez. Antes de que fuera expulsada por consumo de drogas.

De nuevo, mis pecados parecían perseguirme.

Comencé a pensar que Black tenía razón. Quizá yo tenía gran responsabilidad en todo lo que estaba ocurriendo con Ana.

De ser así, estaba segura de que Ana estaría en el lugar en el que habían ocurrido los hechos.

El teatro en general era una joya arquitectónica, finalmente restaurada hace poco, con bares, centros comerciales y recintos sociales deslumbrantes. Sin embargo, su corazón era aquel auditorio lleno de palcos rojos intensos y luces brillantes que alumbraban directo al escenario, como estrellas que admiraban el firmamento. Desde la ruta al sótano, el acceso era directo, así que, en un par de minutos, me encontré nuevamente en aquel suelo de madera negra, con vista a los cientos de asientos que lo rodeaban. Mi corazón se detuvo por un momento, como si poseyera memoria muscular; rememorando lo que se sentía pisarlo y deslizarse por él. Cuando mis ojos se ajustaron a la luz que daba de lleno al escenario, finalmente pudieron vislumbrar a una silueta sentada en el filo del mismo, meciendo sus pies de un lado a otro, con la cabeza gacha.




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