—¿Por qué me estás contando esto a mí?
Levanté la mirada, escapando de mis recuerdos. Hice una mueca de sonrisa.
Había olvidado lo doloroso que fue ese día.
—No quiero que abrirte conmigo se sienta como una deuda, quiero que se sienta como el inicio de una amistad —respondí, despreocupada—. Después de todo, ambas tenemos un lugar especial en el corazón para las mismas personas. Y Connor tenía razón; se siente bien contárselo a alguien. Hace que el dolor se desvanezca un poco.
Ana me miró de la misma forma en que yo lo hice cuando nos escondimos en el bosque artificial.
Sabía que algo andaba mal conmigo.
La diferencia era que, ahora no había muros entre nosotras, se sintió con la confianza de ser una metiche.
—Debes hablar con él.
—Ya lo hice.
—¿Le contaste? —me interrogó. Negué en respuesta—. Debes hacerlo. Sé que lo ocultaste con la intención de no lastimarlo. Pero, aunque suene feo; él también tiene derecho a sentir ese dolor. Black nunca me contó de tu supuesta infidelidad. Jamás me dijo la razón por la que tú y él habían terminado. Eso aumentó un poco mi inseguridad, debo admitirlo. Pero el punto es que, como tú, él estuvo todos estos años enterrando ese sentimiento. Quizás hiciste mal en el pasado, pero ahora tienes una nueva oportunidad de hacerlo bien.
Elevé levemente la comisura de mi labio con una sonrisa escueta para dar el tema por terminado.
—¡Mamá!
Ambas alzamos la mirada hacia el palco. Micael nos saludó desde uno de los balcones, emocionado.
—¡Micael!
—¡Mamá, Louis está como loco! ¡Tienes que volver a la boda!
—¡Sí, sí…, la boda, Dios! —Ana se puso de pie, desesperada—. ¡Lo había olvidado por completo!
Me puse de pie, sujetando la caja que había llevado conmigo. Vi divertida como caminaba en pequeños círculos sin saber qué hacer.
—¡Santo cielo, Rouse, deja de disfrutar la situación y entrégale la caja ya! —se quejó Micael.
Entorné los ojos. Aún me seguía molestando que fuera tan cuidadoso con ella.
Aun cuando sabía que había sido yo a quien anhelaba como madre.
El pensamiento me estremeció.
Me acerqué a Ana y le tendí la caja.
—Ten.
Dejó de lucir desesperada y la sujetó, intrigada. Al abrirla, un jadeo sorprendido escapó de sus labios. Me miró, conmovida.
—Rouse, no debiste hacerlo.
—No era tan costoso. Tienes gustos baratos —dije, altanera. Sonrió, con la vista nublada. Alzó el corpiño, dejando ver el vestido blanco que se había probado primero en la tienda. La miré, satisfecha—. Ahora ve con Micael para que te cambies. Creo que ambos necesitan conversar. Él también significa mucho para mí… Y a decir verdad, me hubiera encantado ocupar tu lugar, pero es a ti a quien ve como una madre.
Ella me sonrió.
—Siempre hay espacio para una más —dijo, cordial. Le agradecí con una sonrisa—. Bien, voy a cambiarme. No quiero hacer esperar más a mi futuro esposo.
—Descuida, lo está llevando de maravilla.
Ana salió corriendo hacia los balcones, sin dejar de preguntarle a Micael donde había visto un baño. Sonreí al verlos parlanchinear, luciendo cómodos uno con el otro. Los vi perderse en el teatro mientras volvía a tomar asiento en el escenario.
Las cosas parecían resolverse para todos.
Menos para mí.
Cerré mis ojos y respiré profundo, deslizando mis dedos por la madera, haciendo un recuento de todo lo que había ocurrido.
Micael viendo mis videos de baile.
La razón por la que Black se casó con Ana.
La razón por la que decidí alejarlo de mí.
Mis errores me habían impedido disfrutar la posibilidad de tener una familia con Black. Me había cegado y había cerrado mi mente y mi corazón.
No importaba cuánto los amara, era demasiado tarde para intentar meterme en una ecuación que ya se encontraba completa.
Escuché los pasos contra la madera, acercándome a mí.
—Ya encontramos a Ana. Se fue con Micael para ponerse el vestido de boda. —dije, sin dejar de mirar hacia los palcos. Se sentó a mi lado—. Gracias por ir por el vestido. ¿Te parece si esperamos aquí mientras Ana se viste? Hace mucho que no estaba en un escenario. Lo necesito más que nunca…
Volví a cerrar mis ojos, sintiendo el calor de los reflectores.
Pensé que dejar el escenario había sido la decisión más dura de mi vida.
Hasta que tuve que dejarlo ir a él.
Ahora, tenía la oportunidad de volver a dejarlo atrás de mejor forma. Una en la que me sinceraba e intentaba sanar un poco la herida que causé.
—Este siempre ha sido tu lugar seguro.
Abrí mis ojos, casi en el instante en el que sentí que mi corazón se disparó.
Black se hallaba con la mirada perdida entre los palcos. Me quedé sin habla. Un corrientazo me sacudió el cuerpo.
—Donovan… —susurré, temblorosa—, ¿cuánto…?
Giró su rostro para verme. Sentí como con aquella mirada pareció aspirar todos mis sentimientos, haciéndolos florecer de un solo golpe y en carne viva.
Lo había escuchado todo.
Su mirada dejaba en evidencia que quería decirme muchas cosas, reprocharme, tal vez, muchas de mis actitudes. Esperé, paciente, pero nada llegó. Solo un suspiro entrecortado que se esforzaba en contener las lágrimas.
—¿Nunca ibas a decírmelo? —su pregunta salió casi en un murmullo inaudible.
No pude responder. Estaba tan temblorosa que temí sufrir una crisis en cualquier momento. Él pareció notarlo, pues terminó de acortar la distancia entre nosotros y acarició mis brazos, mientras yo me volvía presa de mis emociones. Sus manos frotaron mis extremidades con sutileza, hasta que la sensación se volvió reconfortante.
Lo miré con dureza. Él ignoró deliberadamente mi mirada, enfrascado en su tarea de friccionar sus manos contra mis brazos.
—No dejes que esto limite lo que tengas para decirme —dije, más tranquila—. No tendré una crisis por esto.
Sus manos abandonaron mi piel poco a poco, haciéndome sentir vacía con el gesto. Sus ojos azulados finalmente volvieron a dar con los míos. Lucían refulgentes, como si quisieran gritarme todo lo que tenía por dentro.
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Editado: 11.02.2025