Holaaaa.
Pasé Biorganica.
Gracias a todas por sus plegarias y oraciones!!! Fue una remontada bastante épica, debo decir. 50, 67 y 92 en cada examen jajajaja Brutaaal. Desde ese momento no he dejado de trabajar en los últimos capítulos mientras buscaba sobrevivir a los primeros exámenes de la universidad, pero nunca he podido guardar tantos capítulos editados. Siempre he necesitado sacarlos de mi sistema. Esperaba publicarlos todos juntos, pero sé que algunas están ansiosas, entonces, los iré liberando poco a poco, esperando poder terminar la edición y el libro antes de que acabe semana santa y vuelva a la rutina agitada de la universidad. No prometo nada (sobre todo porque me está costando soltarlo), pero lo intentaré.
¡Espero que les guste!
Todos tenemos un primer recuerdo de nuestras vidas; el primer momento que marcó el inicio de todo.
El mío era con el abuelo Paco.
Recuerdo que estaba en el parque y una niña me había jalado el cabello porque supuestamente le había pisado. Fui llorando hacia él. Me había llevado en uno de esos tantos fines de semana de visita. Me acerqué al viejo con la esperanza de que su uniforme militar y su altura espantaran a la niña lo suficiente como para admitir que yo no la había pisado. Tuvo el efecto contrario. Tal fue su miedo que no se atrevió a echarse para atrás y yo explote en una rabieta por la injusticia.
Y mi abuelo, no solo me obligó a disculparme, sino que también hizo que gastara mi mesada para darle un regalo de compensación.
Fue la primera vez que me sentí tan humillada, traicionada y dolida. Pero él se mantuvo imperturbable en el camino. No le hablé en todo el viaje de vuelta a casa y duró un mes dejando enormes recipientes de helados en el congelador.
Podría parecer ridículo, pero no olvido que ese día decidí resolver mis problemas sola, sin acudir a nadie.
Mi abuelo lo había hecho con la intención de volverme alguien de carácter inquebrantable, igual que él.
Y vaya que funcionó.
Paco siempre estuvo allí, en cada momento de quebranto, aparentemente distante e indiferente. Fue quien me enseñó a disparar, a pelear, a andar en motocicleta, el código morse, francés, alemán y vietnamita. Paco me contaba de sus días como soldado y, a medida que crecía, fui comprendiendo las razones de su temple, sus ideologías inamovibles y su mirada fría.
Excepto cuando me miraba a mí.
Paco fue la primera persona cercana que me rompió el corazón con su lección para volverme más fuerte.
Pero también fue la primera persona que me miró con tanto amor estremecedor. Eso era mucho decir porque tenía unos padres que me adoraban.
Si bien nunca volví a acudir a él, Paco me daba todo lo que necesitaba antes de que se lo pidiera. Lo hizo cuando sentí que no podía continuar en el baile y me regaló mis zapatillas rojas o cuando tuve el accidente y me regaló a Rosita Fresita.
O cuando me ayudó con la primera cuota del local con la excusa de que ese sería su lugar de reposo y no un asilo de adultos mayores.
Muchas de las cosas significativas para mí, habían sido obsequiadas por él; objetos que llegaron en el momento oportuno para volverme a impulsar. Fue el ejemplo por el cual no aprendí a expresar mis sentimientos porque, para mí, una mirada y acciones como las que él tenía conmigo, era más que suficiente para sentirlo.
Y entonces, el accidente nos hizo abrirnos un poco.
Todo cambia cuando realmente comprendes que puedes morirte en cualquier momento.
Aun así, seguía poseyendo la mala costumbre (para no decir el vergonzoso defecto) de rehuirle a las situaciones que implicasen enfrentar fuertes sentimientos que haya dejado sobre la mesa. Podía escudarme bajo la excusa de que mi abuelo me había criado de esa forma, pero lo cierto era que hubieron personas en el camino —además de experiencias— que me enseñaron a ser más abierta a lo que sentía. Sin embargo, era difícil quitarle viejas mañas a un caballo viejo.
Era así, como mi habilidad de abrirme con las personas (como toda la declaración que le había hecho a Black) se veía opacada con mi cobarde huida y mis ganas de no volver a verle nunca más. Al menos no hasta que los sentimientos que habían florecido volvieran a ocultarse.
Y eso tomaría demasiado tiempo.
«… En serio lamento ser el único recuerdo amargo y doloroso de tu vida…»
Negué. La pesadumbre en mi pecho se sintió como un yunque viejo, de esos que parecía que se volvían más pesados con el tiempo. No podía permitirme estas emociones. Arrastrarme por ellas, me lastimaría de nuevo. Connor me mataría si supiera mis intenciones, pero tenía que bloquearlas y fingir que no existían.
En temas de viabilidad, veía menos perjudicial para mí esconderlas que tener que lidiar con ellas.
No fue tan difícil distraerse cuando solo podía pensar en el estado en el que se encontraba mi abuelo. El dolor y la preocupación parecían mezclarse con el malestar y alivio agridulce de, finalmente, haber enfrentado mi pasado con Black. Era una mezcla bastante dañina, sí, pero era la mejor solución que tenía para ese momento.
Una mezcolanza de sentimientos que ocultaban los convenientes para mí.
Bloquear.
Bloquear.
Bloquear.
—¿Rouse?
—¿Mmm? —alcé la mirada, interrogante.
—La azafata ha preguntado si quieres tomar algo.
—Oh, no. Así estoy bien, gracias —sonreí.
Orlando no pareció convencido con mi cortés negativa.
—¿Segura que no quiere recostarse? Tenemos un espacio en primera clase en una de nuestras suites —dijo la mujer, sonriendo con demasiada amabilidad.
—No hace falta, gracias.
Ella miró a Orlando y este le dio un asentamiento. La mujer dejó de insistir y se marchó. Luego se dirigió a mí, preocupado.
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Editado: 14.04.2025