Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 54: Sentimientos antinaturales

Mi cuerpo se sacudió.

Inmediatamente, me sentí ligera. La enorme pesadez que traía en el cuerpo, implacable y tortuosa, se desvaneció al oírla. Sentí el impulso de mirar a Black, de abrazarlo y saltar de felicidad, pero, instantáneamente, la noticia llegó como una realidad aplastante que no me atreví a decir ni siquiera en mis pensamientos.

Me acerqué a Lucrecia y la abracé para confortarla. Ella no paró de llorar de felicidad mientras yo acariciaba su espalda.

Fui la encargada de informar la noticia por el grupo familiar. Hablé con los doctores acerca de su estado de salud. Lucrecia había sido enfermera y comprendía del tema. Sin embargo, no quería despegarse de mi abuelo. Una vez que me dieron todo el informe relacionado con su estado de salud, llame a mi madre y a mi tío para informarles que el abuelo ya se encontraba fuera de peligro y que, después de una observación de veinticuatro horas para cerciorarse de que todo estuviera bajo control, podrían darle de alta.

Hasta ese momento, no había notado que todos, a pesar de disimularlo, habían estado sumergidos en una tensión asfixiante que se desvaneció como burbujas apenas les dieron las buenas nuevas.

Black me llevó en coche hasta la casa del abuelo. En todo el tramo, no dejé de hacer llamadas. Todos querían saber del estado de salud del abuelo. Sus amigos veteranos del trabajo, sus amigos veteranos del club de motocicletas local, sus compañeros y conocidos de la asociación del club de motocicletas internacional y los del club de motocicletas en Inglaterra, sus antiguos subordinados y personas encargadas de las fundaciones que ayudaba. Siempre había sabido de la popularidad de mi abuelo, pero no calculé su magnitud hasta que el mismísimo alcalde (y hasta el gobernador) me llamaron desde su teléfono para preguntarme por él.

Y todos, sin excepción, terminaban la llamada con un «¿Y cómo te encuentras tú, Rouse? Me alegro de que estés bien. Paco siempre habla de ti»

Podía sentir genuinas sus preocupaciones y alivio por saber que estaba bien. Además, aunque la mayoría no me conocía en persona, me trataban con familiaridad, como si me conocieran de toda la vida.

Como si yo siempre acompañara al viejo dondequiera que fuera.

Miré el teléfono entre mis manos mientras lo apretaba con fuerza. Estaba temblando. Aunque lo intenté, no pude controlarlo.

Creo que ese fue mi punto de quiebre. Ese viejo loco no solo le hablaba de mí a todo el que se le cruzaba, sino que les dejaba ver esa mirada por la que yo, desde pequeña, siempre creí en el amor sin palabras.

Alcé la mirada, encontrándome con los ojos inquisidores de Black. Endurecí mi gesto.

—Mamá me informó que ya viene para acá con los niños —dije, escueta—. Yo iré a la habitación de ese anciano para buscarle algo de ropa para cuando salga y…, olvidé que no termine de ordenar su armario.

Asintió, sin decir nada.

Salí de ahí, escapando de aquella certeza que me estaba persiguiendo y que me negaba a aceptar. Entré a la habitación del abuelo y cerré la puerta, como si aquel obstáculo físico pudiera evitar que la realidad entrara.

Busque por todos lados su chaqueta de cuero negro favorita. Era una lágrima dándole una mordida a un cupcake, luciendo una hermosa corona de rosas en la cabeza. El cupcake representaba a mi prima Aurora y las rosas me representaban. Aurora lo había diseñado personalmente para él bajo sus estrictas indicaciones.

Por más que busqué, no pude encontrarla.

Comencé a frustrarme.

Miraba la puerta una y otra vez cada vez que pensaba que la había encontrado y solo resultaba una más del montón.

«¿Y cómo te encuentras tú, Rouse?»

Escarbé entre la ropa, comenzando a desesperarme.

—¿Dónde está?

«¿Y cómo te encuentras tú, Rouse?»

Me encuentro perfecto.

Sabes que no es así.

«Que estés aquí solo me hace pensar que todo el mundo cree que papá no se repondrá.»

«…no se repondrá.»

«…no se repondrá.»

La puerta se abrió.

—¡Rouse! —escuché la voz aguda de Lily, pero estaba demasiado ensimismada en encontrar la chaqueta.

—Francesca ha venido y se ha vuelto a ir al hospital, dijo que fueras cuanto antes —La voz de Black era como un eco lejano.

Lancé las prendas por los aires, comenzando a exasperarme. Ni siquiera podía sostenerla por más de dos segundos, mis dedos temblorosos eran incapaces de sujetarlas.

—No encuentro su chaqueta favorita. No puede haberse perdido, él no lo permitiría —dije, sintiendo mi garganta arder.

—Quizá Lucrecia ya se la llevó.

—No lo creo. He empacado toda su ropa —mi voz salió tan temblorosa que me sentí como una estúpida—. La chaqueta no estaba. Tiene que estar en la habitación, ¡¿PERO DÓNDE?!

—Oye —Black se aproximó a mí, poniéndose de cuclillas para estar a mi altura. Acarició mi espalda—, está bien. No te alteres, la buscaremos juntos.

—No, no, ¡no está por ningún lado! ¡Ya busqué! —exploté, desarmándome en llanto. Miré todo el desastre, impotente—. Ya busqué por todos lados…

Oculté mi rostro, avergonzada.

¿Por qué me sentía así?

Paco era muy fuerte, como ninguna otra persona que haya conocido. Era un roble. Y si bien era consciente que todos los nietos tenían que despedir a sus abuelos, yo aún no estaba lista para hacerlo y él lo sabía.

La realidad me había pegado de lleno en cuanto recuperó la conciencia.

Pude haberlo perdido.

Pensar que sus ojos de amor nunca más se abrirían…

Black apartó mis manos. Las dejé caer, abatida.

Me sentí demasiado apenada para encararlo. Él pareció respetar eso.

Lily no.

Ella me enfrentó, con sus enormes ojos azules. Hizo un puchero al verme

— Te ves muy triste—susurró. Mi garganta se trancó y mis ojos volvieron a nublarse.




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