Tal y como lo habían pronosticado, el abuelo estuvo en casa justo a tiempo para el domingo de parrillada. Uno de los lugares que había ambientado en la “villa familiar” era un invernadero exclusivamente para los asados de invierno. En ese lugar, el tiempo parecía detenerse en verano durante todo el año. Había muchas plantas y una calefacción especial para mantenerlas. Todo estaba rodeado por una esfera hecha de vidrios templados, cubierta por paneles solares. Había un horno de arcilla tradicional y hermético, donde se podía poner leña y cocinar lo que se antojase, pero también tenían una parrilla eléctrica; el tesoro más preciado de papá. Creo que incluso más que yo.
Cuando el abuelo llegó, el invernadero volvió a la vida. Cleo y Cloe lo rodearon como mosquitos, corriendo de un lado a otro. Lily y Micael miraron a sus primas y luego a Paco, intrigados y cohibidos de acercarse. Apenas el abuelo nos vio, se aproximó a nosotros. Lo sostuve de la mano, temiendo que se lastimara. Me dio un manotazo.
—¿Qué te pasa, mujer? No me trates como si nunca hubiera estado herido. Tengo tantas heridas de bala que ya puedo considerarme un arma —me reprochó. Luego se fijó en ellos y se enderezó—. Ustedes deben ser Lily y Micael.
—¡Hola, abuelo de Ro!
—¿Ro? —preguntó Paco, mirándome incrédulo, como si no pudiera creer que alguien más se atreviera a ponerme un sobrenombre similar al que únicamente él me decía. Negué en advertencia. Suspiró, sin remedio—. Puedes decirme Paco. Tú también, Micael. Me dijeron que la parrillada de hoy será muy especial porque nos traes unas deliciosas recetas.
—La señora Herrero insistió en que la parrillada fuera vegetariana, pero, de verdad, no es necesario —se apresuró a decir Micael. Era la primera vez que lo veía dirigirse a un adulto con tanto respeto y recato además de Rebeca.
—Relájate, Micael. Siempre es bueno probar cosas nuevas. Además, el doctor me prohibió comer carne una eternidad.
—Una semana —le corregí.
—Una eternidad para mí —repuso con amargura—. En fin, cuando estuve en una misión cuya ubicación y fin no puedo revelar, tuvimos que resguardarnos en un templo budista y debo decir que su comida no solo era deliciosa, sino que nos concedió la victoria en esa ocasión.
—¡¿De verdad?! —inquirieron Micael y Lily al unísono, fascinados.
El abuelo asintió con orgullo.
—¡Paco!
Black —que hasta ese momento estaba en el mercado con mi madre para comprar los ingredientes—, se acercó al abuelo, sonriente. El repentino endurecimiento de su gesto no auguró nada bueno para mí.
—General Abadiano para ti, Donovan.
A pesar de haber conversado con mi abuelo antes de que viera a Black, era evidente que la hostilidad entre ellos no iba a desaparecer de la noche a la mañana. Paco siempre había sido bastante frío y calculador, así que, aunque no demostró ninguna emoción que me diera una pista sobre lo que realmente pensaba sobre nuestra relación laboral, sus palabras sí lo hicieron.
«Si no quieres volver a verme en un hospital, no quiero que vuelvas a involucrarte emocionalmente con él. Aunque tu madre te lo ruegue.»
Fueron palabras muy duras. Pero era justo el ultimátum que necesitaba para suprimir mis emociones.
—Por supuesto, general —dijo Black, sonriente. Parecía ser inmune a las miradas fatídicas de mi abuelo. Siempre lo había sido, de hecho—. Me alegra verlo mejor.
—Mentiroso. De seguro esperabas bailar sobre mi tumba.
—¡Papá! —le amonestó mi madre.
Black se carcajeó.
—Me hubiera gustado, pero mis movimientos de cadera no le hubieran hecho honor a su memoria. Aunque no hubiera dudado en contratar a Shakira. Lo mejor para lo mejor.
Mordí mi labio para no carcajearme. Micael y Lily casi asesinaron a su padre con los ojos. Mi abuelo no se inmutó.
—Mejor vámonos a otro lugar a contarles mi travesía con los budistas. A ver si así quitó un poco la mancha de la progenie de los Donovan. No queda de otra ya que se metieron al árbol familiar —murmuró para sí mismo y para mí, refiriéndose también a Helios.
—¡Señor Gamal, llegó! —antes de que mi abuelo pudiera alejarse, se detuvo, viendo con especial interés hacia la entrada.
También le había hablado de Orlando. No obstante, por su mirada, intuí que había ignorado todas las veces (fueron veinticinco) en las que le dije que solo era un gran amigo con el que trabajaba.
Orlando se acercó a nosotros, con una botella de vino que, apenas vi, supe que era demasiado costosa. Aunque quisieron disimular, era evidente que todos estaban al pendiente de lo que estaba ocurriendo.
—Señor Abadiano. Es un gusto conocerlo, me han hablado mucho de usted. Me alegra que se encuentre mejor —saludó él con demasiada cordialidad. Incluso no logré reconocerlo con aquella postura impecable.
—General Abadiano para usted, ciudadano.
Estuve a punto de reprenderlo, pero Orlando se puso firme y alzó su mano derecha hasta su frente, con la palma hacia abajo y los dedos extendidos. Abrí los ojos, estupefacta.
—Buenos días, general. Teniente Comandante Keppel, Royal Navy.
Por inercia miré a mi abuelo. Sus cejas alzadas fueron una mala señal.
—¿Operaciones?
—CTF 150.
—¿Mar rojo?
—Golfo de Adén, Señor.
—¡Vaya! —exclamó el viejo, con un júbilo que ni siquiera demostró cuando lo dieron de alta—. Tú te sentarás a mi lado, muchacho. Vamos, ayúdame a darle un buen ejemplo de representación masculina a estos dos soldaditos.
—Paco, voy a devolverte al hospital —le advertí.
—Lo siento, lo siento. Vamos, acompáñame, muchacho. Oye, también me dijeron que eres chef, ¿lo aprendiste en la fragata?…
El abuelo colonizó la compañía de Orlando, frente a Black, quien no había emitido ni una sola palabra para defenderse contra él. Eso me extrañó. Al verlo, noté que su mirada se había ido con ellos.
—Teniente Comandante, lo que me faltaba… —refunfuñó. Fruncí el ceño. ¿A qué se refería? Al bajar la mirada y notar que lo estaba viendo, lució como un niño recién atrapado. Sus facciones volvieron a suavizarse—. Tu jefe provisional es como una muñeca rusa ¿eh?, o mejor dicho, como una cebolla maloliente y molesta a los ojos. No deja de sorprenderme.
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Editado: 26.04.2025