Siempre me había parecido que el cielo nocturno era más hermoso en invierno. Como si con solo mirar las estrellas te vieras envuelto en el calor que irradiaban a millones de años luz.
Desde el invernadero, se volvía aún más fascinante.
—El señor Gamal… —Me giré al escuchar su repentino comentario. Lo miré, expectante. Sus ojos se encontraban aún puestos sobre el cielo. Su ceño estaba levemente fruncido, pero, al notar que lo miraba, se dirigió a mí, suavizando un poco su rostro—. ¿Se encuentra bien? ¿Logró atrapar a los asaltantes de su casa?
—No. Al parecer dañaron todas las cámaras. Solo quedó la grabación del huerto, pero dice que el que lo arruinó no se logra ver con claridad. Está furioso. Me causa gracia que solo le importe el huerto y no la pintura costosa que me dijo que se robaron.
—¡¿Pintura costosa?! —se sentó al filo de la silla, escandalizado. Me aleje un poco, tomada desprevenida por su reacción—. Quiero decir, ¿cómo podría estar preocupado por una huerta y no por una pintura costosa?
—Es lo que dije. Es curioso. Dice que había cosas mucho más costosas en su cosa, pero que solo se llevaron esa pintura y arruinaron su huerto. Ah, y que usaron el baño y no bajaron el inodoro.
—Qué desafortunado. Espero que pronto pueda encontrar la pintura…
—Por lo que intuí cuando lo llame, lo que más quiere que la pintura, es encontrar al responsable del destrozo de su huerta. Es un alivio que no haya sido algo tan grave.
—Si… Un alivio… —La conversación pareció estancarse allí. Ambos volvimos a sumirnos en un largo silencio. Ninguno parecía estar dispuesto a hablar de lo que había ocurrido antes de estar en Arizona. Mi corazón pesaba—. Lamento haber escuchado la conversación que tuviste con tu madre.
—Está bien, Black. No es un secreto que, si de mi madre dependiera, te hubiera dado a luz a ti y no a mí.
—Estoy seguro de que Francesca también se preocupaba por ti. Es solo que…, has impuesto una imagen tan fuerte de ti, que a veces parece que nadie puede atravesarte. Todos me veían como el debilucho de la relación y ya sabes que siempre velaran por el más enclenque —reí—. Lamento si solo vine a incordiar su reencuentro familiar.
—¿Qué dices? Todos aquí te adoran. Incluso más que a mí.
—No digas eso. No a mí —expuso, serio—. Vi de primera mano cómo sufrieron cuando casi te perdimos —dijo, con la mirada sombría. Mi pecho se oprimió—. Sé que siempre te ha costado, pero ábrete un poco más con ellos. De seguro esperan que lo hagas.
—Lo sé. Pero siento que abrirme les impedirá luego desahogarse conmigo —admití—. Me afecta más el hecho de que me dejen de ver como alguien en el que apoyarse. Quiero seguir manteniendo esta imagen, por ahora. No estoy lista para contarles la razón de mis decisiones. Y creo que nunca lo estaré.
—Está bien. No tienes por qué, pero al menos me reconforta que compartas un poco la carga conmigo —sentí que algo afloro en mi interior al escucharlo. Reprimí la emoción—. Tú… Francesca no sabe que tú…
Respiré profundo, sabiendo a lo que se refería. Era hija única. Mi madre siempre había fantaseado con un nieto y, aunque ninguno de los dos nunca lo admitió en voz alta, estaba segura de que mi papá y mi abuelo también. Sabía que mi esterilidad había sido una noticia dolorosa para ellos. Una pérdida, se volvería aún más insoportable.
—Solo Connor lo sabía, hasta hace unos días, que se lo conté a Ana…, y luego a ti —lo miré, cautelosa—. Gracias por traer a Micael y Lily. Aunque no era necesario que vinieran —dije, cambiando de tema.
—Por supuesto que lo era. Has cargado con muchas emociones estos últimos días.
—Ambos lo hemos hecho.
—Pero tú eres más susceptible.
—¿Es esa la razón por la que te has contenido? —inquirí—. Sé que estás enojado conmigo. No necesitas simular que no o ser atento porque temas que pueda colapsar en cualquier momento.
Suspiró, cansino.
—Estoy enojado, sí. No solo contigo. Con ese imbécil de Connor, con el mundo y conmigo mismo. Me enfurecía que no me hubieras dicho algo tan importante, que hubiera tenido que pasar por todo sola y luego acompañada de ese idiota. Sobre todo, me atormenta el hecho de habernos separado en el momento en que debíamos estar más unidos. Soy un recipiente de rencores, Rouse. Pero sé que no tengo derecho a sentirme así. No tanto como tú.
Mi corazón se hundió lenta y dolorosamente.
—Por supuesto que lo tienes—murmuré, con un enorme nudo en la garganta.
—Aunque lo tuviera, estoy agotado de estar furioso. Entiendo… —cerró sus ojos y respiro profundo, agotado—. Comprendo las razones por las que actuaste así. Ahora lo hago. Entiendo que hayas decidido que nuestra relación no tenía futuro alguno. Pero me molesta que hayas tenido razón. El hecho de que realmente nada hubiese podido arreglar lo que teníamos… —suspiró—. No voy a negar que estoy enojado por lo que hiciste, pero la sensación es más soportable que estar herido o sentirse traicionado. Además, también te debo una disculpa. Tampoco pensé en lo que pudiste haber sentido tú. Me cegué pensando lo peor de ti, como si no te conociera más que a nadie.
Entrelacé mis manos, sintiendo que si lo hacía iba a desarmarme en cualquier momento.
—Aunque me conocieras, no podrías arriesgarte a ti mismo con una fe ciega en mí —dije, incorporándome y luciendo indiferente—. Hiciste lo correcto.
—Tu también lo hiciste —replicó, poniéndose de pie. Se aproximó a mí. De inmediato, mis piernas flaquearon un poco. Se veía tranquilo, mientras yo tenía la sensación de que aquel enorme cielo estrellado caería sobre mí en cualquier momento—. Tal vez no fue una decisión que nos dejaría juntos, pero fue la mejor para ambos en ese momento.
Como si miles de agujas venenosas se hubieran clavado en mis piernas para adormecerlas. Así me sentí.
Sí, fue lo mejor para ambos.
En ese entonces.
Y ahora.
#180 en Otros
#80 en Humor
#627 en Novela romántica
#273 en Chick lit
jefeempleada, romance comedia dolor humor, amores y superacion
Editado: 26.04.2025