Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo 59: Mal tercio

Orlando ni siquiera se inmutó. Su actitud continuó impecable y despreocupada. Creo que eso fue lo que me causó más escalofríos.

Necesitaba fingir que no me había dado cuenta de nada para poder salir ilesa de aquel embrollo en el que ni siquiera noté que me había metido, así que ensanche mi sonrisa.

—¡Rebeca! Quise darte una sorpresa y presentarte a un buen amigo —lo señalé, apretando los dientes para no dejar de sonreír—. Él es Orlando Gamal, es un chef amante de los vinos. Lo invité aquí porque sentí que tendrían muchas cosas en común.

Ahora sabía que tenían una cosa demasiado en común.

Quería lanzarme por la azotea, caer al mar y nadar lejos de aquella situación tan incómoda.

Rebeca se recompuso. Pronto, adoptó su habitual actitud de fiera.

—Un gusto conocerlo. Soy Rebeca Catalano, la dueña y chef del restaurante —afincó demasiado las últimas palabras.

Al igual que él, no lucía alterada. Al contrario, su cortesía y firmeza me dejaron un poco tranquila al notar que al menos no la había puesto en una situación que no pudiera manejar.

Eso, reina. No sé lo que pasó entre ustedes, pero no te dejes intimidar de este demonio que traje sin querer a tu casa.

Ahogué una arcada y mantuve la compostura.

—Rouse estaba ansiosa de traerme aquí, pero olvidé mencionarle que alguna vez trabajé en este lugar, para su madre. No sé si pueda recordarlo.

—Mmm, me es difícil recordarlo. Mi mamá tenía varios empleados y en ese entonces pasaba más tiempo en la cárcel que en este faro. Tenía problemas de mala conducta y era muy violenta. Sobre todo con los que se interponían en mi camino —lo miró fijamente a los ojos. Agarré disimuladamente los cuchillos de la mesa—. ¡Pero eso ya está en el pasado! Bueno, solo la parte de la cárcel —comentó, sonriente.

Oculté los cuchillos y tenedores debajo de mi servilleta de tela.

Para mí, eso había sonado como una amenaza.

Orlando siguió igual de despreocupado que siempre. Su temple me impresionó. Incluso los comensales de las otras mesas pudieron sentir la tensión entre esos dos porque no dejaron de mirarnos, pero él parecía fresco como una lechuga. Fue la primera vez que quise ocultarme debajo de una mesa.

—Oh, sí, creo recordar eso. No parecía ser amante de la cocina. Me sorprende verla como la chef.

Quise golpearlo. Ni siquiera se había molestado en disimular el tono despectivo con el que dijo “chef”.

—¿Te sabes la historia del faro? —intervine, sabiendo que la conversación estaba escalando demasiado incluso con mi presencia—. De seguro ya no lo recuerdas. Rebeca me la contó y quedé fascinada. Su tatara tatara tatara abuelo había sido el encargado de cuidar el faro. Lo hizo durante muchos años hasta que murió y le cedió la tarea a su hijo, y este se la cedió a su primogénito también, pero cuando murió, fueron las mujeres de la familia quienes comenzaron a sacar el faro adelante. Con el tiempo, la corona estableció nuevas rutas marítimas y financió la construcción de un faro más moderno. Reconociendo el servicio entrañable de la familia y sus descendientes y su lealtad a la corona y entonces le concedió a la familia el uso —dije, sin tomar un solo respiro.

— “Otorgamos, a la familia Catalano ya sus descendientes legítimos, el uso vitalicio, exclusivo y pacífico del edificio del mencionado Faro de Northcliffe, así como de los terrenos adyacentes que le pertenecen, con plena libertad para habitarlo, cultivarlo, conservarlo y custodiarlo, sin que ello se constituya en ningún momento transferencia de dominio absoluto, sino usufructo hereditario en tanto se mantiene en la familia y se preserva en buen estado.” —citó Rebeca, con el mentón alzado, dándole el mismo tono de importancia a cada palabra. Le aplaudí, orgullosa. Lo miró como si fuera un gusano asqueroso y estoy segura que no exageré con mi comparación—. Es un legado familiar. Por lo que no comprendo por qué le extrañe que sea la chef del lugar.

Orlando sonrió con tanta naturalidad y despreocupación que me sentí como una payasa por aplaudir.

—“Y declaramos que la Corona se reserva el derecho de revocar la presente concesión en caso de abandono, mal uso del lugar, o si surge una necesidad de carácter estratégico o de utilidad pública.” —replicó él. Bebió vino, agitando levemente su copa, sin inmutarse. No me pasó desapercibido la repentina rigidez en el cuerpo de Rebeca. Busqué seriamente algún lugar donde tuvieran salvavidas—. Creo que así continúa el documento, ¿no? O al menos, algo así leí en la copia que se encuentra en la entrada. En cuanto a mi observación, no me malinterprete, oí que hubo un periodo en que la familia abandonó este faro, justo después de la muerte de su madre —dijo, mirándola fijamente a los ojos, con una sonrisa cordial. Rebeca endureció su gesto—. Me sorprendió saber que los Catalano permanecían aquí.

—Y lo haremos hasta que no quede ni una sola Catalano en pie —puntualizó ella con frialdad. Fue la primera vez en la noche que vi que el gesto helado de Orlando pareció tambalearse unos segundos—. Espero que hayan disfrutado la velada.

—Por supuesto, fue entretenida y productiva —dijo él, sonriente.

Sentí desprecio por Orlando.

Era evidente que estaba intentando torturar a Rebeca y parecía disfrutarlo en el proceso.

¿Por qué?

No, Rouse. No es tu asunto. Será mejor que te olvides de todo lo que descubriste hoy. Ya tienes suficientes problemas.

Orlando se retiró de la mesa con un leve asentimiento, sin mirar una sola vez atrás o esperar por mí. Fue cuando comprendí que yo no había sido más que un miserable peón.

Eso me dolió un poco.

Al encontrarme sola con Rebeca, no supe cómo actuar. Era ridículo reaccionar como si no hubiera notado la tensión entre ellos, pero tampoco podía demostrar que pensaba que Cindy, mi querida y amada alumna…

Que esa niña tan increíble era hija del zopenco que creía que era mi amigo.




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